Bien está que las ambiciones y las animadversiones personales que
existen en todo partido se diriman de puertas adentro, pero no se
conjuga bien que al dedazo del caudillo le acompañe el discurso del
demócrata virtuoso
Albert Rivera y Pablo Iglesias
Albert Rivera vende a bombo y platillo la presentación de Manuel Valls, ex primer ministro francés, para encabezar la lista municipal por Barcelona. Pablo Iglesias coloca a un humillado Errejón en Madrid, después de negarse a que éste tuviera voz y voto en la designación de los componentes de su candidatura. Pedro Sánchez reduce las primarias a un donde dije digo. ¿Dónde ha quedado esa democracia interna que abanderaba la “nueva política”?
En 2015, cuando lo viejo se moría y lo nuevo estaba todavía envuelto en papel celofán, Cs decía que sin primarias el PP podía olvidarse de los pactos, y vinculaba la “regeneración” a la democratización interna de los partidos. Albert Rivera posaba entonces con un cuidado y teenager póster de Kennedy
para sentenciar: "Si uno tiene miedo a las primarias, siempre tendrá la
duda de si le quieren sus militantes". En la línea del omnipresente
líder, Ignacio Aguado anunciaba que exigiría que esa elección interna se incluyera en la reforma de la ley electoral madrileña, y Fran Hervías decía lo propio sobre el Estatuto de Andalucía.
Por otro lado, el partido de los círculos, hoy vacíos, se desgañitaba por las calles al son de “Lo llaman democracia y no lo es”.
Y en el estilo propio de los revolucionarios adanistas de mesa camilla,
sus jefes se jactaban de que sus candidatos eran elegidos por “los inscritos y las inscritas”. Pero hete aquí que la ley de hierro de las oligarquías, esa que tanto disgusta a los demagogos, aconsejó a Pablo Iglesias ejercer de caudillo y poner freno a otros ambiciosos.
En la ‘nueva política’ cada vez se corresponde menos el discurso con la práctica, la teoría con la praxis, que dirían los filósofos de la Escuela de Frankfurt, pero un mínimo de decoro debería unir ambas circunstancias
Vistalegre II fue el 18 Brumario del chico de Vallecas,
quien dio un golpe de mano que concentró en su capricho todo el poder;
eso sí, bien revestido de la parafernalia democratista. Los adversarios
se dieron de baja y otros fueron colocados cual jarrón feo de
supermercado chino, tras una columna, allí donde ni la cámara de Blade Runner es capaz de llegar.
La
gente del “partido de la gente” se cansó y dejó de votar porque las
convocatorias para plebiscitar a los candidatos de Pablo ya no
interesaron. La democracia interna se fue así por el sumidero de la
estrategia leninista al paso alegre de la paz interior. De hecho, Bescansa
fue apartada por decir públicamente que a Podemos le faltaba un
proyecto nacional, y meses después barruntaba un plan para hacerse con
el poder usando a Errejón. Desvelado el plan, el Caudillo pasó de
amenazar a la casta con aquel “el miedo va a cambiar de bando”, a sacar
brillo al piolet de la autocrítica estalinista con el "ni media tontería
con cuestiones internas". Y es que no hay nada como el olor a napalm populista por las mañanas.
Pedro Sánchez
hizo también su particular Vistalegre II, y tras superar su
defenestración en octubre de 2016 vinculó el PSOE a su persona.
¿Primarias? Sí, por supuesto, hasta colocar a los suyos y eliminar a sus
enemigos. Ahora, la democracia interna se pacta antes de presentar
candidaturas y Sánchez, el extraparlamentario, anuncia al sanchista
ungido. Solo Cantabria resiste al rodillo, y tendrá primarias competitivas a la vieja usanza.
El
abandono del mecanismo de “regeneración” resulta chocante. A principios
de marzo de 2018, PSOE, Ciudadanos y Podemos se pusieron de acuerdo
para imponer por ley las primarias en los partidos.
Los tres grupos querían que la financiación estuviera vinculada a la
existencia de elecciones internas porque, como decía el portavoz
socialista, había que responder a “una demanda de la sociedad”. El kit
lo completaba, claro está, la paridad de “géneros” en las listas.
Nunca
correspondió el discurso con la práctica, la teoría con la praxis, que
dirían los revoltosos filósofos de la Escuela de Frankfurt, pero un
mínimo de decoro debería unir ambas circunstancias. Bien está que los
problemas organizativos, las ambiciones y las animadversiones personales
que existen en todo partido se diriman de puertas adentro, pero no se
conjuga bien que al dedazo del caudillo le acompañe el discurso del
demócrata virtuoso.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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