La lucha política entre los de Rivera y los de Rajoy entra en una fase
de extrema dureza tras la crisis de Madrid y el panorama electoral
municipal y autonómico
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera
EFE
El enconamiento es evidente y sin
cuartel. Los odios sarracenos se evidencian en las dos formaciones
políticas, aunque continúa funcionando a día de hoy la línea caliente
entre los secretarios generales, dos personas educadas, Fernando Martínez-Maillo y José Manuel Villegas, que se saben condenadas a entenderse. En el PP perciben a Ciudadanos, con razón, como su principal y más letal amenaza.
Un centro sin complejos que proyecta una imagen moderna y que está
sabiendo aprovechar de manera oportuna las posibilidades que le van
surgiendo por la torpeza obvia de sus adversarios.
Con la caída de Cristina Cifuentes, los de Rivera se han cobrado la tercera pieza política en la alineación autonómica de los populares. El primero en desfilar fue el riojano Pedro Sanz, que no llegó siquiera a someterse a la investidura tras ganar las elecciones. Después fue el murciano Pedro Antonio Sánchez, imputado en la Púnica y en el caso Auditorio. Y
ahora, Cifuentes. De hecho, desde algunos sectores influyentes del PP
se había reclamado a la dirección del partido “dar un puñetazo en la
mesa” y no transigir con la entrega de la rubia cabeza de la ex
presidenta madrileña. La resistencia no se pudo materializar al
dispararse la “bala de plata” del vídeo de las cremas que remató finalmente a Cristina Cifuentese hizo subir el marcador de Ciudadanos a un oprobioso 3-0 en contra de los del Rajoy.
"Los electores evidencian que el voto popular ya no es una opción útil para combatir a los nacionalistas y al nuevo populismo"
En los despachos de ambas formaciones se perfilan en estos días estrategias encaminadas, digámoslo claramente, a la anulación política del adversario. Ante el nerviosismo existente entre los suyos, Mariano Rajoy ha prometido en privado comenzar una estrategia de ataque en toda regla contra Ciudadanos
después de la aprobación de los Presupuestos Generales de este año. El
problema, el gran problema, es que es presidente del Gobierno necesita
el apoyo de los de Rivera para sacar adelante las cuentas y ganar un
par de años en la Moncloa. Por eso la lucha es desigual y se anuncia
como poco efectiva, especialmente porque hay muchos militantes y cuadros
desencantados del partido de la gaviota que están llamando en estos
días, de manera discreta, a las puertas del cielo de sus centristas
rivales.
Albert Rivera es consciente de la
descomposición del PP y se sabe protagonista de un tiempo político en el
que encarna la esperanza blanca del centro derecha español. Y, a decir
verdad, también del centro izquierda, porque Ciudadanos le roba una significativa parte de los votos al PSOE, y eso le hace afirmar en tono nervioso a Pedro Sánchez
que “Rivera se ha ‘aznarizado’ y está virando a la derecha,
anteponiendo su interés electoral al del conjunto de la sociedad”. El
“yerno de España” disfruta de su momento y acaba de realizar una visita a
Chile y Argentina para alimentar su imagen internacional
y asegurarse apoyo entre los dos millones de españoles que residen en
esos países. De paso critica la falta de iniciativa del Gobierno en
materia de política exterior y se presenta como un nuevo líder capaz de
asumir la responsabilidad del poder. Su trayectoria es inteligente, un
punto oportunista, pero tremendamente efectiva. Rivera se proyecta en Emmanuel Macron y coquetea con fichajes de altura como Manuel Valls mientras prepara golpes de efecto para las próximas semanas con la vista puesta en las elecciones municipales y autonómicas que pueden significar su punto de ruptura hacia la Moncloa.
"Ambos partidos son conscientes de que juegan una partida de “suma cero”: lo que pierde uno es, justamente, lo que gana el rival"
Conscientes de que el PP, y singularmente Mariano Rajoy,
tienen más vidas políticas de las que les presuponen, Ciudadanos última,
asimismo, una estrategia de asalto final a los predios populares
imponiendo su agenda y reforzando la idea de partido limpio frente a la
corrupta descomposición que muestran algunos feudos de sus adversarios.
La imagen ganadora de Inés Arrimadas
evidencia, más que cualquier otra cosa, que el voto al PP ya no es una
opción útil ni, por supuesto, inevitable para parar el avance de los
nacionalistas y el nuevo populismo. Queda
poco más de un año para la batalla europea, municipal y autonómica, y
dos años para la hora de la verdad de las elecciones generales. La
guerra política PP-Ciudadanos será a muerte, porque saben que se
encuentran jugando una partida de suma cero: lo que gane Rivera lo
perderá, básicamente, Rajoy (o su sucesor, si es que tal cosa se
produce) y los populares son conscientes de que su supervivencia depende
de lo que puedan resistir ante el avance imparable de “los del casting”, como se refieren a Ciudadanos. “Se lo ponemos muy fácil a Rivera”, dice un exministro
que se prodiga con frecuencia en foros múltiples. Tiene razón. Lo que
cabe preguntarse es si, a estas alturas de la partida, puede ser de otra
manera cuando el fuerte popular es atacado, no únicamente por sus
adversarios políticos, sino por una pléyade de graves casos de
corrupción y también por el efecto de sus propios y letales errores.
ANTONIO SAN JOSÉ Vía VOZ PÓPULI
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