Cuando la política sale por la ventana.
Vozpópuli
El mundo entero parece padecer una extraña enfermedad: el desprecio de
la política, y, lo que puede ser peor, la convicción de que existen
soluciones mejores, fáciles de poner en práctica. Por esta vía, aunque
no únicamente por ella, se están aproximando al poder soluciones
simplistas, esa especie de taumaturgias que no resisten el menor
análisis, pero que son intensamente deseadas por los supuestos
perjudicados. Supongan que miles de coléricos enfermos enfurecidos con
la casta médica asaltan los hospitales, no creo que lleguen a pensar
que, de llegar a hacerse con los quirófanos, lograsen grandes mejoras de
la salud: la imagen propuesta es sólo una mala metáfora, porque la
política no es una ciencia, y en ella es esencial la opinión de los
pacientes, pero si puede servir para señalar la diferencia que existe
entre testimoniar una dolencia y encontrarle solución, aunque ahora se
haya puesto de moda la absurda idea de que estar fuertemente quejoso es la condición suficiente para conocer el remedio.
Ha pasado en Venezuela, por poner el ejemplo más cercano, en donde una democracia corrupta dio paso, hace ya unos años, al narcotráfico disfrazado de revolución
Por resumir, venimos llamando populismos a esa clase de
propuestas, pero deberíamos de dejar de pensar en lo que nos ofrecen,
que no pasa de ser una broma, y darnos cuenta de que existen a causa de
errores que podrían evitarse, y que, si los políticos no aciertan a
corregir las causas del desafecto, los errores de fondo pueden acabar
derrumbando el edificio. Ha pasado en Venezuela, por poner el ejemplo
más cercano, en donde una democracia corrupta dio paso, hace ya unos
años, al narcotráfico disfrazado de revolución, con ayuda, por cierto,
de alguno de nuestros radicales más obtusos y/o pérfidos, y donde los
gorilas motorizados ametrallan a la gente que está harta de vivir en el
horror y que no supo evitar su llegada.
España, por ejemplo
La
negación de la política es siempre la peor política, pero para llegar a
ello se pasa necesariamente por el grado inferior en la escala de
perversidad que lo ocupa no la negación directa de la política, sino su
extralimitación, la enfermedad que consiste en que el partidismo y el
fanatismo se extiendan a las instituciones, y anonaden cualquier intento
de autonomía de la sociedad civil y cualquier atisbo de independencia
del resto de poderes, y en esas estamos.
Deberíamos
empezar a preocuparnos no solo por la extensión e intensidad de la
corrupción política, sino por el hecho evidente de que las instituciones
no estén sabiendo sustraerse a esa mancha y sobrepongan las relaciones
de amistad y pertenencia, una especie falsamente blanda de fanatismo, al
cumplimiento de sus obligaciones con todos nosotros. En este aspecto,
mucho de lo que se viene publicando del caso Lezo (ya es torpeza haber
escogido un nombre de incuestionable valor y nobleza para referirse a
las chapuzas de unos facinerosos) resulta demoledor para el prestigio de
la Justicia y la presunción de independencia de los medios de
comunicación, dos pilares esenciales para la pervivencia de cualquier
democracia liberal.
Si la prensa adapta la realidad a los deseos de sus señoritos, y los que han de defender y aplicar la ley, se la saltan, para quedar mejor, estamos, en lo que a ellos respecta, a un milímetro del matonismo
Que la fiscalía y la misma judicatura se enreden con lo
que supuestamente investigan, que procedan sin respetar las reglas que
les confieren autoridad, que se “chiven” de lo que sospechan y acusen a
ver si aciertan, es realmente grave, no solo porque haya que defender la
improbable inocencia de alguno, sino porque no se puede permitir que la
Justicia haga apaños y sea tan ineficiente como resulta ser, lenta,
confusa, finalmente estéril. Pero el retrato que cierta Prensa ha dado
de sí misma no es mejor: que un boquirroto director justifique sus
zafias campañas comparándolas con las que supuestamente han hecho otros,
es la mejor muestra de desprecio a sus lectores a quienes llama
idiotas, él sabrá por qué. Si la prensa adapta la realidad a los deseos
de sus señoritos, y los que han de defender y aplicar la ley, se la
saltan, para quedar mejor, estamos, en lo que a ellos respecta, a un
milímetro del matonismo, por más que traten de ocultarse con ropones de
nobleza y dignidad.
La causa de la causa
Sin
que sea necesario glorificar los años de la transición, empieza a
resultar obvio que estas décadas de democracia han entrado en una fase
de descomposición en la medida en que los partidos han dejado de ser
instrumentos electorales al servicio de corrientes de opinión, de
creencias y valores, y se han convertido en aparatos del Estado con
vocación de adueñarse de todo, de la Justicia, de las universidades, de
la prensa, de las ONG, de cualquier cosa que se moviera. Al hacerlo se
han olvidado de su mandato constitucional, han dejado de ser
instrumentos al servicio de los ciudadanos y se han convertido en fines
en sí mismos, lo que ha favorecido la jibarización de la democracia y el
predominio de unos métodos de selección de sus elites absolutamente
perversos, en los que la trampa, el fulanismo y el juego sucio han
acabado por adueñarse de todo. Si a este proceso se le superpone la mala
digestión socialista de las victorias de Aznar, el trauma del 11M, y el
desastre de la gestión zapateril de una crisis económica muy honda y
difícil, se comprende que la cosas hayan ido tan mal como lo han hecho,
hasta llegar a la situación en que la derecha, que no tiene la mayoría
social, entre otras cosas porque ha renunciado a conquistarla, trata de
mantener el control del poder político con el espantajo de una amenaza
radical, al tiempo que ha procurado destruir cualquier alternativa
verosímil.
No estamos todavía condenados al desastre, pero si no se advierten, pronto, síntomas enérgicos de reacción, el proceso de deterioro comenzará a ser inevitable
El funcionamiento deficiente de los partidos no es, como
es obvio, un problema únicamente nuestro, pero adquiere caracteres
especialmente graves cuando apenas queda resquicio para castigar a
quienes lo hacen mal sin poner en riesgo el conjunto del sistema. Si a
eso se le añade que otras instituciones, en especial la Justicia y la
prensa, no hayan acertado a defender su independencia esencial, lo que
nos sale es que el sistema político no acierta a encontrar remedios
contra el descrédito de las políticas inadecuadas, y eso supone abrir la
puerta a lo peor. No estamos todavía condenados al desastre, pero si no
se advierten, pronto, síntomas enérgicos de reacción, el proceso de
deterioro comenzará a ser inevitable y serán muchos los que piensen
seriamente que la solución está en manos de esa especie de Robespierre
de pacotilla que se insinúa con torpeza solo comparable a su
determinación. De los partidos, de las togas, de los periódicos y de
misma la sociedad civil, tendrá que surgir una fuerte reacción en
defensa de la política en su ámbito y de expulsión radical del
partidismo de los lugares en los que ha pretendido instalarse sin la
menor vergüenza.
El caso del PSOE
Ante
las primarias del PSOE se dibujan con nitidez algunos de los peores
males que nos afligen, y hay que esperar que ese partido sepa no
destruirse del todo, pese a los numerosos y muy graves errores
cometidos. Que entre ellos empiece a predominar un espíritu de guerra
civil es dramático, pero siempre se puede dejar de cometer el último
disparate. Aunque el debate sobre el papel de la izquierda esté
soterrado y se subordine a una guerra de facciones podría no resultar
fatal si se deponen las armas de destrucción del adversario capaces de
acabar con todo. Están en una querella en que se superponen planos que no debieran haberse mezclado jamás, pero si
no son capaces de advertir que no pueden reducir el partido que ha
representado a media España a una jaula de alimañas, se habrán ganado el
derecho a desaparecer, y nos habrán causado un último perjuicio del que
nadie decente podrá alegrarse: esperemos que no sea así.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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