Un musulmán, un ateo o un cristiano,
pueden ser buenas personas por igual, pero cuando la creencia se
transforma en sistema o es una multitud, una mayoría abrumadora quien la
sigue, el resultado cambia, y el islam y el ateísmo tienden a la
opresión, a abusar y a convertirse en injustos, a propender a la
dictadura o al menos al autoritarismo. Como todo lo humano, no es una
ley exacta, pero el resultado es una evidencia. Pakistán es un país
brutal e injusto, Arabia Saudí es totalitaria, en Irán y Sudan la
libertad no existe, y cuando no es así es a causa de una situación
bélica, como en Irak, o de una dictadura secular, como Siria, o
autoritaria, como Argelia.
Las excepciones son contadas, Túnez, Marruecos, Jordania, y
aun así las libertades, especialmente las de conciencia, las más
profundas de todas, están limitadas o son pura ficción. Y no nos referimos a un pasado más o menos lejano, sino a la actualidad, a la historia coetánea. No son todo el pueblo, pero si una buena parte del mismo y, sobre todo lo son las condiciones objetivas que rigen estos países, surgidas de una determinada cultura.
El ateísmo cuenta con una historia horrible
como inspiradora de regímenes políticos. Encarna como nadie el
asesinato masivo, la tortura a gran escala, el genocidio. Eso fue de la
URSS a Albania, pasando por la China Popular y, a su escala, la propia
Cuba.
Los casos de Pakistán y la India son bien explícitos:
herederos de una colonización británica que les explotó, pero que
también les dejó un legado positivo, sobre todo en términos de las bases
de un Estado de derecho y una lengua común, condensados en torno al sistema parlamentario, que ha soportado mal el paso del tiempo. Sobre todo, Pakistán
con la persecución religiosa en primer término, que tan bien encarna la
legislación contra la blasfemia y los centenares de miles de niños
esclavos, y la India con su ilegal pero bien real sistema de castas e intocables.
Hoy, el nacionalismo religioso hindú promueve el Yoga y a la vez una
xenofobia creciente contra sus compatriotas de otras confesiones. Y esto
no son excepciones sino más bien una regla. Lo ejemplifica el caso de Indonesia, donde un tribunal ha juzgado y encarcelado al gobernador de Yakarta, todavía en ejercicio, por blasfemo.
Por afirmar en un acto electoral que los musulmanes sí podían votar a
candidatos que no lo fueran -él es cristiano- y eso según los jueces
contradice el Al- Maidah (51).
Sin ganas de señalar, pero sí de reflexionar: ¿cuántos musulmanes que viven entre nosotros, en Europa, comparten este punto de vista? Y entonces ¿qué valores tienen para ellos nuestros gobiernos, parlamentos, leyes y democracia?
La
democracia no es una fórmula hueca porque requiere de una libertad
real, y esa verificación es el Estado de derecho basado en los Derechos Humanos.
Eso es lo que aquellas culturas no acaban de asumir. La deriva turca,
sin ser definitiva es bien explicita de la dirección en que camina.
En Europa vivimos bajo una doble incertidumbre,
la ya apuntada de cuantos musulmanes aceptan la legalidad y legitimidad
democrática, y otra más nuestra, que unida a la anterior multiplica la
debilidad. Se trata de que la Europa de la desvinculación y el laicismo de la exclusión cristiana es débil ante una cultura que forja conciencias como el islam. Lo es porque solo construye subjetividades hedonistas, individualismo de la satisfacción del deseo que, elevado a categoría política, es la perspectiva de género y LGBTI, que conduce a la anomía a las instituciones y a su rechazo.
Solo puede afrontar la expansión islámica y la agresión terrorista, que son cosas bien distintas, pero no separadas, con más represión,
con limitaciones a la libertad que dicen defender. El ojo del gran
hermano americano, el estado de excepción ya instalado en Francia hace
tiempo sin que nadie lo cuestione, ni tan solo en periodo electoral,
señala el mal camino que seguimos. Y es que como dijo Merkel nuestro problema no es que haya mucho Islam, sino pocos cristianos.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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