Se acelera la cuenta atrás en el irresponsable desafío del nacionalismo catalán al Estado. Incluida una eventual botadura exprés de la ley de desconexión
Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, durante un acto en Barcelona. (EFE)
Se acabó el tiempo. Carles Puigdemont se lo comunicó por carta a Mariano Rajoy. Habrá pregunta y fecha del referéndum en 15 días, anunció el domingo la portavoz de la Generalitat, Neus Monté. Y mientras el presidente del Gobierno, en Sitges, con empresarios, insistía el sábado por enésima vez en que “ni puedo ni quiero permitirlo” (“No lo voy a autorizar, no se va a producir”), el 'president' convocaba para esta tarde al dividido bloque de partidos favorables a la consulta.
O sea, que se acelera la cuenta atrás en el irresponsable desafío del nacionalismo catalán al Estado. Incluida una eventual botadura exprés, deprisa, deprisa, de la ley de desconexión (de 'transitoriedad jurídica'), a modo de presunta cobertura legal de la incipiente república catalana.
El llamado choque de trenes se percibe cada vez más cerca. Pero, cinco años después de que Artur Mas, el entonces presidente de la Generalitat, iniciase este viaje a ninguna parte que está a punto de terminar, con mucha pena y ninguna gloria, el choque ya no será tan cruento como pudo haber sido.
Como en una estampida de búfalos venida a menos, la tierra ya no tiembla. La manada ha ido perdiendo fuerza y ya no siembra el pánico
Muchos y muy diversos son los factores coadyuvantes a que la desconexión de Cataluña parezca hoy por hoy algo absolutamente inverosímil. Menciono algunos: fatiga de materiales, falta de poder coactivo sobre los ciudadanos, división en Junts Pel Sí, el descuelgue de los 'comunes' de la reunión de hoy, el cansancio de una ciudadanía con aversión al desorden y la desobediencia civil, retroceso de la causa independentista en los sondeos, los casos de corrupción asociados al partido de Puigdemont, el 'totalismo' antidemocrático de la legalidad catalana en ciernes, la ruinosa situación financiera de una Generalitat desahuciada en los mercados, la falta de arropamiento internacional y, sobre todo, la reactivación de todos los resortes del Estado en el ejercicio de su legítima defensa.
Como en una estampida de búfalos venida a menos, la tierra ya no tiembla. La manada ha ido perdiendo fuerza y ya no siembra el pánico. Así que, por puro hartazgo de una situación surrealista, regida por la ley de los sueños, donde todo es absurdo, lo único verdadero en el minuto y resultado de la partida entre los poderes del Estado y el independentismo catalán es el compartido deseo de que el choque de trenes se produzca cuanto antes. Y cuanto antes vuelva todo a la normalidad.
Esa normalidad responde a un inconfesado desenlace asimismo compartido por quienes están a uno y otro lado de la barricada. A saber: referéndum fallido (lo impide el Gobierno del Estado), elecciones autonómicas (los independentistas ya no irán en coalición) y reinado de ERC con los 'comunes' de Ada Colau como primera fuerza de la oposición.
Después, repliegue nacionalista a modo de pausa antes de intentar un nuevo proceso soberanista o de 'autogobierno', por lo legal y lo pactado (ERC se puede permitir no tener prisa, gracias a su histórica profesión independentista).
Atrás quedará mucha frustración entre los ciudadanos que creyeron de buena fe en la república independiente de Cataluña y unos cuantos impactos mediáticos por las manifestaciones que, a buen seguro, se van a vivir en las ciudades catalanas, siguiendo los tutoriales de la ANC (Asamblea Nacional Catalana) y la desinteresada colaboración de los chicos de Arnaldo Otegi. Siempre con la inconfesable esperanza de que ocurra algo irreparable en la calle. O que al Gobierno de Rajoy se le haya ido la mano en la desactivación del desafío.ANTONIO CASADO Vía EL CONFIDENCIAL
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