La presidenta de la Junta, Susana Díaz.
EFE
Pueden decir lo que quieran, pero a lo que asistiremos el
21 de mayo, día de autos en el que los militantes socialistas elegirán a
su secretario o secretaria general, es a la constatación de una
profunda fractura, a la escenificación vía urnas de un PSOE fragmentado,
en dos partes cuando menos, gane quien gane. Los dirigentes de uno y
otro lado lo saben, y debieran dar por amortizado lo ya inevitable para
centrarse en el día después, en buscar la forma de recoser el partido,
en mitigar al máximo los daños, que serán serios, pero podrían ser
peores, podrían ser irreversibles.
A estas alturas, la intelligentsia socialista, o lo que de ella queda, ya sabe que ninguno de los contendientes es la solución. Los que abominan de Pedro Sánchez,
de su discurso lineal y vacuo pero efectivo, dan por segura la
transfiguración del partido, vía limpieza étnica. Habrá noche, o noches,
de cuchillos largos, dicen. Pedro, dicen, no va a hacer prisioneros.
“Si es coherente, enterrará al PSOE que conocemos, al que, según también
él, es parte de la ‘casta’, y buscará un acuerdo con Podemos, dejando
en fuera de juego a la mitad de la organización”.
Si Pedro Sánchez gana las primarias, asistiremos a una intensiva campaña pedagógica en favor del gran pacto PSOE demediado-Podemos frente a PP-Ciudadanos
Ni hará prisioneros, ni querrá testigos cerca. Testigos
de su nula fiabilidad, de su frialdad a la hora de mentir. Como cuando
le dijo a Felipe González que se abstendría
para que éste lo transmitiera a quien correspondiese (¿Al presidente
del Gobierno?; ¿al Rey, quizás?) y en horas veinticuatro cambió de
opinión. Y es que la clave que explica la imprevisibilidad de Sánchez,
ese aferrarse al cargo a cualquier precio, tiene poco que ver con la
salud interna del PSOE y mucho con la que es su prioridad, por no decir
obsesión: llegar a ser algún día presidente del Gobierno.
Por
eso a Sánchez, tan izquierdista sobrevenido él, poco le importó en su
día pactar con Ciudadanos. Por eso, porque alguien le metió un día en la
cabeza la idea y ya se veía en La Moncloa, y porque llegó a creerse que
Pablo Iglesias iba a permitir que fuera el
PSOE el que rentabilizara el cambio, quiso forzar unas terceras
elecciones, en contra del criterio de la mayoría del partido, de la
lógica política y del sentido común. Como ha escrito Ignacio Urquizu,
la consecuencia del ‘no es no’ habría sido votar tantas veces como
hiciera falta para que el PP ganara por mayoría. Pero a Sánchez eso le
traía sin cuidado. Él iba, y sigue yendo, a lo suyo.
Una lideresa con plomo en las alas
Si
Pedro Sánchez gana las primarias, el PSOE estará acabado. La ruptura
será inevitable, y a lo que probablemente asistiremos en los próximos
meses es a la puesta en marcha de una intensiva campaña pedagógica en
favor del gran pacto de las izquierdas. La suma del PSOE ‘reformado’ y
Podemos frente a PP-Ciudadanos. Una oferta que, para unos cuantos, no
deja de tener su atractivo. Pero en ese escenario, no será un PSOE
demediado el que marque la pauta. Será Podemos. El PSOE ya no será el
PSOE, o sea, un partido configurado para ser alternativa de gobierno.
Será el PSF de Benoît Hamon o el Partido Laborista de Jeremy Corbyn.
¿Y si la ganadora es Susana Díaz? Pues a la vista de la dureza de las acusaciones mutuas, del notorio éxito del markenting sanchista
que ha presentado al aparato como el cáncer del partido, o, todavía
peor por lo que comporta de voluntariedad, como una mafia, es bastante
verosímil el pronóstico que apunta a que unas decenas de miles de
militantes se darán de baja. No lo va a tener nada fácil la presidenta
andaluza. Puede que el recuento de daños no sea tan brutal como con
Sánchez, pero habrá daños, y pérdidas, algunas irreparables. Solo una
reacción inmediata, una excepcional generosidad y, sobre todo, la
garantía constatable de una profunda renovación pueden poner a salvo los
muebles.
Díaz puede pasar a la historia como una dichosa anomalía o una decepcionante constatación de las luces cortas con que se alumbran nuestros políticos
Susana Díaz sigue siendo la favorita, pero una Susana
Díaz con el 40 o 45 por ciento de votos en contra, en el mejor de los
casos, será una secretaria general con plomo en las alas; una lideresa
con quemaduras de segundo grado que, en su primer discurso, si sale
medio viva del combate, debiera anunciar que su prioridad es remendar el
partido, para, a continuación, renunciar a presentarse a las primarias
que elegirán al candidato a la Presidencia del Gobierno, abriendo las
ventanas a nuevos aires, a esos jóvenes suficientemente preparados que
siguen calentando banquillo, pre-millennials como ella pero sin abrasar, que tienen todavía todo que decir, tipos como Eduardo Madina,
el ya citado Urquizu u otros, que los hay; oponentes frescos y sólidos
frente a la ortodoxia lineal de Podemos o el empeño del PP por seguir
apostando por lo vetusto.
Díaz puede pasar a la
historia como la secretaria general que hizo lo posible por rescatar al
PSOE del túnel oscuro de la insignificancia, de la pasokización, o como la sacrificada Juana de Arco de un partido en llamas; como alguien que supo interpretar las señales de los nuevos tiempos o la defensora impotente de las viejas esencias sin recorrido; como una
dichosa y fecunda anomalía u otra decepcionante constatación de las
luces cortas con que se alumbran nuestros políticos; como quien dio una
valiente patada en la mesa de una partitocracia que urge transformar o
la pusilánime guardiana de un castillo que se desmorona.
Claro que, para poder aspirar a la gloria u optar por atrincherarse en la alcazaba, primero hay que ganar.
AGUSTÍN VALLADOLID Vía VOZ PÓPULI
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