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miércoles, 17 de mayo de 2017

JUECES, HOSTIAS Y PROVOCACIÓN

"Quizás no se habría incurrido en una asepsia que lleva a no pocos profanos a ver una Justicia que no quiere problemas, o una Justicia que justifica siempre a la misma minoría ofensora y a costa siempre de la misma mayoría ofendida."


 José Luis Requero

Hace un par de años se expusieron en Pamplona una serie de fotografías en las que su autor formaba la palabra «pederastia» con hostias. Obviamente no se sabía si estaban o no consagradas pero el autor, Abel Azcona, disipó las dudas publicando en las redes sociales los vídeos de cómo las consiguió: comulgando. Hubo querellas y el juez de instrucción las archivó, lo que acaba de confirmar la Audiencia Provincial.

El archivo del juez motivó una queja al Consejo General del Poder Judicial al referirse a las hostias como «objetos blancos y redondos». Seguro que no quiso ofender y quizás tal expresión respondiese a una mezcla de pretendida asepsia descriptiva con cierto toque de aconfesionalismo desenfocado y eso que dio por hecho que estaban consagradas. Aparte, el juez repasaba meticulosa y correctamente las exigencias de los delitos de profanación y de ofensa a los sentimientos religiosos que regula el Código Penal y concluyó que no apreciaba indicios de que Azcona quisiese ofender.

La decisión de la Audiencia confirmando el archivo sólo la conozco por un artículo de Peio H. Riaño escrito, desde la crítica cultural, en El Español. Alaba la lección de arte contemporáneo que da la Audiencia a los querellantes, unos merluzos incapaces de distinguir, como hace el tribunal, entre una performance provocativa y la ofensa: Azcona provocó, no ofendió. Imagino que aplaudiría si HazteOír llevase su provocativo autobús naranja a ARCO o, al menos, supongo que no dudará de su valor artístico. En fin, sobre si es arte lo que hace Azcona admito que tras oír a Mozart, visitar la Capilla Sixtina o El Prado, soy incapaz de digerir el aserto de Riaño, del mismo modo que soy incapaz de calibrar si Azcona es merecedor de critica cultural o de un informe psicológico. Pero, en fin, es un artista y hace sombra a Rubens, como lo muestra su última obra de arte: hacerse un 
tatuaje en el culo para mandarle la foto a Trump. Artistazo. 

Vuelvo al patio judicial. No sé si respecto de los delitos contra los sentimientos religiosos nuestro Código Penal puede calificarse como de ley fallida, bien por inaplicable o bien porque es un fastidio aplicarla. El caso es que esos sentimientos los ofenden gentes que siempre encuentran como burladero lo impenetrable que es valorar penalmente las intenciones: pese a su procacidad objetiva, para la verdad judicial raras veces hay ánimo de ofender y siempre libertad de expresión. En el caso de Azcona, que difundiese esos vídeos a los que antes me refería, para mí que prueba su obsesión por hacer daño.

De siempre se ha considerado que el juez no puede ser un autista: sin riesgo para su imparcialidad, no debe estar aislado y es necesario que esté al tanto de cómo piensa y siente la sociedad que le rodea, precisamente porque no es un científico encerrado en un laboratorio, ni trabaja en atmósfera cero, donde los  experimentos suelen ser exitosos. No. Sus decisiones afectan a los ciudadanos, inciden en la vida cotidiana amparando y resolviendo un conflicto. Esto exige finura para captar cómo respira la sociedad y también conocimientos, de ahí los numerosos planes de formación judicial que tenemos a base de cursos, congresos, seminarios o estancias en variados organismos e instituciones.

Un juez puede y debe captar lo que significa un sentimiento tan intenso como el religioso, que legalmente se le llamará así –sentimiento– pero es mucho más: es lo que da sentido a la vida de millones de personas, luego tiene un plus de 
respetabilidad. No planteo que los jueces hagan estancias en parroquias o estudien el Astete, pero en el caso de Azcona, con un poco más de sensibilidad probablemente se podría haber captado lo que la eucaristía, que es el mayor tesoro de la Iglesia, significa para los católicos. Quizás se habría visto algo más que «objetos blancos y redondos» o performances provocativas; quizás no se habría incurrido en una asepsia que lleva a no pocos profanos a ver una Justicia que no quiere problemas, o una Justicia que justifica siempre a la misma minoría ofensora y a costa siempre de la misma mayoría ofendida.



                                                                            JOSÉ LUIS REQUERO  Vía LA RAZÓN


                                                                          


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