"José dio su vida por María y Jesús, porque el verdadero rey es padre de su pueblo, y el padre ejerce su autoridad dando la vida por su mujer y sus hijos, a los que cuida, alimenta y protege"
Gonzalo Mazarrasa
Sabemos que San José transmitió a su
hijo Jesús el linaje real de la dinastía de David. Aunque no era su
padre físico, era su padre legal y por eso él fue quien le impuso, por
mandato del Cielo, el nombre de Jesús, “porque él salvaría a su pueblo
de sus pecados”.
El dueño de un campo es dueño de todo lo que nace en ese campo. Por eso José es verdadero padre de Jesús y él le sigue llamando padre en el Cielo. María y José están sentados a la derecha y a la izquierda de su hijo Jesús en el Cielo, por eso muy probablemente José esté ya resucitado como lo están María y Jesús, pues su misión como Patriarca de la Iglesia así lo exigiría, así como su condición de verdadero esposo de la Santísima Virgen María, condición que continúa en el Cielo, pues es el único matrimonio que no se ha disuelto con la muerte.
Sabemos también que el rey Herodes no era descendiente de David y que su reino era “sobrevenido”, usurpado. No es de extrañar por ello su final, después de haber mandado decapitar a San Juan Bautista y haberse reconciliado con Pilatos al contribuir a la condena de Jesús.
Entonces, ¿podríamos decir que José era rey de Israel, aunque no “ejerciera” visiblemente como tal en su retiro de Nazaret o en la huida a Egipto? Creo que sí. José era rey de Israel, pues la llamada de Dios es siempre irrevocable y José era descendiente de David, como sabemos bien por su genealogía descrita en los evangelios.
Por eso José hubo de morir antes de que su Hijo Jesús fuese bautizado en el Jordán por Juan Bautista. La tradición dice que vivió treinta años con su familia, por lo que debió morir poco tiempo antes de que Jesús empezase su vida pública. Además, cuando Jesús se mostró a Israel, lo hizo para heredar el trono de David, su padre. Por eso, tres años después de predicar en Galilea, Judea y Jerusalén, entró como verdadero Rey mesiánico a lomos de un asno –que no había sido montado todavía– el Domingo de Ramos en Jerusalén. El Rey entraba así en la Ciudad Santa para ganar su Reino con su muerte y resurrección una semana después. Era, pues, necesario que José hubiera muerto al menos tres años antes.
Jesús y María siempre tributaron a José la obediencia debida al rey. Fueron su corte y su pueblo fiel. Porque ambos sabían quién era, aunque fuera un rey en el destierro.
Y José siempre se comportó como rey con ellos. El rey en la dinastía de David es pastor de su pueblo, como lo era el propio David, y el buen pastor o pastor hermoso es el que da la vida por sus ovejas. Por eso José dio su vida por María y Jesús, porque el verdadero rey es padre de su pueblo, y el padre ejerce su autoridad dando la vida por su mujer y sus hijos, a los que cuida, alimenta y protege.
“Pero ¿Tú eres Rey?” “Tú lo has dicho: Yo soy Rey. Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad, todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”.
Ser Rey es dar testimonio de la Verdad. Cristo es la Verdad, el Camino hacia la Verdadera Vida. Y San José supo ser rey él también testimoniando con su vida silenciosa –no nos ha llegado ninguna de sus palabras porque él es figura de Dios Padre y el Padre no tiene más que una sola Palabra que decirnos, y ésta es su único Hijo: lo mismo le pasa a José– que Cristo es la Verdad. Y lo sigue haciendo ahora desde el Cielo. Recordemos su aparición, el 13 de octubre de 1917, en los cielos de Fátima sosteniendo al Niño Jesús, que bendecía al mundo, en sus brazos, como representación de los misterios gozosos del Santo Rosario.
El que no tuvo más trono en la tierra que el banco de carpintero de su taller profesional, sí que lo tiene ahora en el Cielo, sentado junto a su Hijo, el Rey. No por casualidad a su Hijo le seguían llamando “el hijo del carpintero” en Nazaret y alrededores, después de la muerte de su padre. No debía haber pasado mucho tiempo desde la muerte de su padre cuando aún le recordaban así. José había dejado huella de su paso por la vida entre sus vecinos y conocidos.
El dueño de un campo es dueño de todo lo que nace en ese campo. Por eso José es verdadero padre de Jesús y él le sigue llamando padre en el Cielo. María y José están sentados a la derecha y a la izquierda de su hijo Jesús en el Cielo, por eso muy probablemente José esté ya resucitado como lo están María y Jesús, pues su misión como Patriarca de la Iglesia así lo exigiría, así como su condición de verdadero esposo de la Santísima Virgen María, condición que continúa en el Cielo, pues es el único matrimonio que no se ha disuelto con la muerte.
Sabemos también que el rey Herodes no era descendiente de David y que su reino era “sobrevenido”, usurpado. No es de extrañar por ello su final, después de haber mandado decapitar a San Juan Bautista y haberse reconciliado con Pilatos al contribuir a la condena de Jesús.
Entonces, ¿podríamos decir que José era rey de Israel, aunque no “ejerciera” visiblemente como tal en su retiro de Nazaret o en la huida a Egipto? Creo que sí. José era rey de Israel, pues la llamada de Dios es siempre irrevocable y José era descendiente de David, como sabemos bien por su genealogía descrita en los evangelios.
Por eso José hubo de morir antes de que su Hijo Jesús fuese bautizado en el Jordán por Juan Bautista. La tradición dice que vivió treinta años con su familia, por lo que debió morir poco tiempo antes de que Jesús empezase su vida pública. Además, cuando Jesús se mostró a Israel, lo hizo para heredar el trono de David, su padre. Por eso, tres años después de predicar en Galilea, Judea y Jerusalén, entró como verdadero Rey mesiánico a lomos de un asno –que no había sido montado todavía– el Domingo de Ramos en Jerusalén. El Rey entraba así en la Ciudad Santa para ganar su Reino con su muerte y resurrección una semana después. Era, pues, necesario que José hubiera muerto al menos tres años antes.
Jesús y María siempre tributaron a José la obediencia debida al rey. Fueron su corte y su pueblo fiel. Porque ambos sabían quién era, aunque fuera un rey en el destierro.
Y José siempre se comportó como rey con ellos. El rey en la dinastía de David es pastor de su pueblo, como lo era el propio David, y el buen pastor o pastor hermoso es el que da la vida por sus ovejas. Por eso José dio su vida por María y Jesús, porque el verdadero rey es padre de su pueblo, y el padre ejerce su autoridad dando la vida por su mujer y sus hijos, a los que cuida, alimenta y protege.
“Pero ¿Tú eres Rey?” “Tú lo has dicho: Yo soy Rey. Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad, todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”.
Ser Rey es dar testimonio de la Verdad. Cristo es la Verdad, el Camino hacia la Verdadera Vida. Y San José supo ser rey él también testimoniando con su vida silenciosa –no nos ha llegado ninguna de sus palabras porque él es figura de Dios Padre y el Padre no tiene más que una sola Palabra que decirnos, y ésta es su único Hijo: lo mismo le pasa a José– que Cristo es la Verdad. Y lo sigue haciendo ahora desde el Cielo. Recordemos su aparición, el 13 de octubre de 1917, en los cielos de Fátima sosteniendo al Niño Jesús, que bendecía al mundo, en sus brazos, como representación de los misterios gozosos del Santo Rosario.
El que no tuvo más trono en la tierra que el banco de carpintero de su taller profesional, sí que lo tiene ahora en el Cielo, sentado junto a su Hijo, el Rey. No por casualidad a su Hijo le seguían llamando “el hijo del carpintero” en Nazaret y alrededores, después de la muerte de su padre. No debía haber pasado mucho tiempo desde la muerte de su padre cuando aún le recordaban así. José había dejado huella de su paso por la vida entre sus vecinos y conocidos.
GONZALO MAZARRASA Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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