El candidato es quien se pone a prueba en el debate de una moción de censura, obligado a presentar y defender un programa de gobierno
El líder de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)
El artículo 113 de la Constitución dice que “el Congreso puede exigir la responsabilidad política del Gobierno mediante la adopción por mayoría absoluta de la moción de censura”. Como es sabido, esa moción debe incluir un candidato alternativo a la Presidencia del Gobierno.
El artículo 114 explica qué sucede si se aprueba la moción: el Gobierno dimite y, sin más trámites, el Rey nombra presidente al candidato propuesto.
Tres observaciones a tener en cuenta: a) El censurado no es el solo el presidente del Gobierno, sino el Gobierno entero; b) No basta con ganar, se requiere la mayoría absoluta de 176 votos; c) En el mismo acto se derriba a un presidente y se elige a otro. Tanto el debate como la votación funcionan en la práctica como una investidura del candidato.
Así pues, si triunfara la moción que ha presentado Podemos, asistiríamos a la toma de posesión de Pablo Iglesias como presidente del Gobierno. Razón por la cual está destinada a perder por goleada.
Todo el mundo dice que la moción de Podemos crea un problema al PSOE y mete presión a sus primarias. Yo también lo pensaba, hasta que vi cómo la han materializado. Ahora creo lo contrario, que el papel que ha presentado Podemos en el registro del Congreso es un enorme aliviadero para los socialistas y les libera de toda tensión interna sobre esta cuestión.
Si triunfa la moción, asistiríamos a la toma de posesión de Pablo Iglesias como presidente, algo a lo que está condenado a perder por goleada
Hubiera resultado problemático si, como algunos sospechábamos, Iglesias hubiera esperado al lunes y entonces hubiera planteado al ganador de las primarias una moción de censura conjunta, con el nuevo líder del PSOE como candidato. Un plan especialmente prometedor si el triunfador del domingo es Pedro Sánchez, pero también incómodo de manejar para Susana Díaz.
Pero a los socialistas se lo han puesto a huevo: una cosa es echar a Rajoy y otra sentar a Iglesias en la Moncloa. Así que previsiblemente no votarán contra la moción, porque ello supondría respaldar a Rajoy y coincidir con el PP; pero no votarán a favor porque no tienen ningún motivo para avalar a Iglesias como jefe del Gobierno. Una cómoda abstención ya es más que lo que Podemos dio a Sánchez en su intento de investidura. Mira por donde, queriendo encizañarlos Iglesias les ha suministrado un espacio de consenso a 24 horas de su batalla.
(Una salvedad: normalmente, la moción debería debatirse y votarse en la próxima semana, pero la prioridad del trámite presupuestario lo aplazará hasta entrado el mes de junio. ¿Un ardid de Iglesias para sacar músculo y luego escenificar una retirada táctica ofreciendo una moción alternativa a los socialistas?)
Quien se pone a prueba en el debate de una moción de censura no es el gobierno censurado, sino el candidato, obligado a presentar y defender un programa de gobierno. Recordemos las dos experiencias pasadas.
En 1980 sometieron a Felipe González a una trinca tremenda. Como el Gobierno puede pedir la palabra siempre que quiera, hasta 10 ministros –algunos, varias veces– salieron a despedazar su programa por capítulos. Suárez habló apenas en un par de momentos para puntualizar cuestiones laterales.
En 1987, la estrategia del Gobierno del PSOE fue otra: Primero Alfonso Guerra destruyó la moción de Hernández Mancha con un discurso demoledor, y después el propio González se encargó de rematarlo. El resto de los grupos contribuyeron alegremente a masacrar al intrépido senador de Alianza Popular, al que le había tocado la jefatura del partido en una tómbola.
La lección de ambos precedentes: en las mociones de censura palma el que se queda solo frente a todos. Suárez salvó la moción del PSOE aferrado únicamente a los votos de su partido; todos los demás grupos votaron a favor de González o se abstuvieron. Aquello no hizo caer al Gobierno, pero evidenció su absoluta soledad, además de revalidar la talla política del líder socialista.
Suárez salvó la moción del PSOE aferrado únicamente a los votos de su partido, pero la UCD demostró entonces una absoluta soledad
En la segunda ocasión, el que se quedó solo fue el promotor de la moción. Hernández Mancha tuvo a su favor los 67 votos de Alianza Popular, frente a 195 en contra y 70 abstenciones. Aquel día terminó su carrera política.
Ese es el doble riesgo de aventurarse a presentar una moción de censura: primero, que hay que dar la cara con un programa y frecuentemente te la parten; segundo, que si en tu pretensión presidencial te quedas solo o con compañías peligrosas (como probablemente le sucederá a Iglesias), el coste político y personal es mayúsculo.
No es casualidad que en los últimos 30 años nadie más se haya atrevido a presentar moción de censura. Rajoy, que le hizo una oposición incendiaria a Zapatero, jamás dio ese paso. Tampoco antes Zapatero contra Aznar, pese a la guerra de Irak y todo lo demás. Ni Rubalcaba contra Rajoy, aunque amagase con ello cuando lo de Bárcenas. Lanzarse a esa piscina llena de caimanes como ha hecho Iglesias, siendo el tercer partido y sin contar con nadie, parece un caso manifiesto de imprudencia temeraria.
Aunque Iglesias busque denunciar con esta sesión la corrupción del PP, la moción es ventajosa para el gobierno e infernal para quien la promueve
No sé cómo enfocará Rajoy el debate. Puede lanzarse en tromba contra Iglesias, puede obsequiarlo con el desprecio (nada le obliga a intervenir) o dejar a sus segundos el trabajo de demolición y reservarse para el final.
Por mucho que el podemita trate de convertir la sesión en una causa general contra la corrupción del PP, la lógica de este mecanismo parlamentario es ventajosa para el gobierno e infernal para quien promueve la moción, especialmente si la probabilidad de que prospere es nula.
En cuanto a los demás grupos: Iglesias no puede contar con el PSOE ni con Ciudadanos. Tampoco con el PNV, que son gente seria y ni locos van a comprometer el fabuloso botín obtenido en la negociación presupuestaria. Lo mismo vale para los canarios de CC.
Así que los únicos apoyos que puede recibir el candidato, además de los de su grupo, son los de Bildu y los independentistas catalanes, que le exigirán que se comprometa con el referéndum de autodeterminación (en el caso del PDeCAT, puede que ni eso sea suficiente para un voto afirmativo). 88 votos como máximo y una foto tremebunda: casi es preferible quedarse solo con los suyos.
La Biblia cuenta que el profeta Daniel salió ileso del foso de los leones, pero eso es solo leyenda. La moción de censura es más bien una plaza de la que nunca sales por tu propio pie. O sales a hombros por la puerta grande o en camilla por la enfermería. Se admiten apuestas.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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