El análisis político asume una cuota muy alta de riesgo porque maneja variables informativas cambiantes. Pronosticar es una obligación, y lo es también reconocer la anticipación fallida
El vencedor de las primarias socialistas, Pedro Sánchez, comparece en Ferraz tras conocerse los resultados. (EFE)
El periodismo ha cambiado al mismo ritmo que la sociedad y que la política. Ahora, medios y periodistas no disponemos de la impunidad de antaño cuando cometemos errores en nuestra prospección o en nuestra prescripción. La tecnología ha quebrado la intermediación y, en todo caso, ha apoderado a los ciudadanos para poner en directo como chupa de dómine al periódico, la radio o la TV de turno, y al analista y al periodista que yerran. Desde el domingo por la noche —una vez conocida la victoria en las primarias de Pedro Sánchez—, ya se comenzó a hablar del modo rotundo en el que el candidato madrileño no solo había vencido a su contrincante andaluza, sino de qué manera tan humillante había propinado un 'zasca' a periódicos y profesionales que habían apostado por Susana Díaz. Yo entre ellos, por cierto.
El análisis político asume una cuota muy alta de riesgo porque maneja variables informativas cambiantes. Pero ante esa volatilidad de las situaciones, pronosticar es una obligación y lo es también reconocer la anticipación fallida cuando lo adelantado no acontece. Es indudable que los ciudadanos en general disponen de una agenda personal que revelan o no en función de sus apetencias y conveniencias. Los medios y las encuestas fallaron en tres grandes ocasiones, mucho más trascendentes que las primarias del PSOE. No anticiparon en junio del año pasado que los británicos optarían por salir de la Unión Europea; tampoco que el presidente colombiano Santos perdería en octubre el referéndum de ratificación del acuerdo de paz con las FARC, y, mucho menos, que Donald Trump sería en noviembre de 2016 presidente de los Estados Unidos.
Esos hitos y otros de menor alcance —que delatan errores más que sectarismos, aunque estos tampoco puedan descartarse en el ejercicio prospectivo— han creado una crisis de fiabilidad muy seria en los medios. Unos medios que forman parte en el imaginario colectivo del demonizado 'establishment', unas veces con razón y no pocas sin ella. Mucha gente está abiertamente cabreada, más de la que podamos suponer medios y periodistas, políticos y sociólogos, politólogos y expertos demoscópicos. Y el cabreo es visceral, emotivo y sentimental.
Ese malestar induce a pésimas decisiones colectivas. No parece errado afirmar que el Brexit es objetivamente un tiro en el pie para británicos y el resto de los europeos, pero se produjo; que la paz con las FARC se ha conseguido a pesar del no en el referéndum porque Colombia la necesitaba, y que Donald Trump es un tipo que bien podría terminar como Nixon: renunciando al cargo por la amenaza de un 'impeachment' porque es un personaje que bordea lo infame, por muy democráticamente que haya sido elegido. De ahí que determinadas decisiones de ahora puedan constituir aciertos o errores después. Por ejemplo: los militantes socialistas franceses eligieron al radical Hamon frente a Valls en las primarias a las presidenciales y su candidato no pasó a segunda vuelta, quedándose en un escurrido 6%. Corbyn, el líder británico, es otro caso de libro: los laboristas le mantienen contra viento y marea aun sabiendo que es un perdedor. A lo mejor también erramos y el día 8 de junio gana a Theresa May en las legislativas de su país.
Mucha gente está abiertamente cabreada. Y el cabreo es visceral, emotivo y sentimental. Ese malestar induce a pésimas decisiones colectivas
O sea, que los medios y los periodistas nos confundimos, pero ya no se aplica eso de la voz del pueblo es la voz de Dios porque el pueblo también se equivoca y sus dirigentes, sus aparatos, sus élites o sus 'establishments' no siempre forman parte de esa populista teoría bellotera de la conspiración que alientan los demagogos para justificar su mediocridad o sus fracasos. Dicho lo cual, es obvio que una buena parte de la dirigencia del PSOE —y la mayoría de sus referentes— apostó por caballo perdedor y que muchos medios y periodistas lo hicieron —yo, desde luego— e incurrieron en el mismo pronóstico errado.
Y si Sánchez revierte sus fiascos electorales, si Sánchez atrae a los millones de electores que el PSOE se dejó en el camino con él al frente, si Sánchez hace una política de izquierda que no sea gregaria de otros más radicales, si Sánchez integra y no purga, si Sánchez, en fin, obra el milagro de transformarse pasada ya la cuarentena, y deja de ser el Sánchez de antes del día 21 de mayo, entonces sí. Entonces habrá que exclamar con Ricardo de la Cierva cuando se enteró del nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno: “¡Qué error, qué inmenso error!”. Lo que no impidió que fuese nombrado ministro de Cultura con el ilustre abulense.
Hay listos que se inventan una conspiración y triunfan. Una fórmula tan fácil que cada vez funciona mejor en política
Por eso, al acierto y al error, hay que darle tiempo. Las lapidaciones, en su momento. Porque, como escribió Marco Aurelio, “el tiempo es como un río que forman los acontecimientos”. Y, como acaba de declarar el escritor Frank Westerman ('El País' del pasado domingo): “Los mitos ahora son las teorías de la conspiración”. Y muchos de nuestros ciudadanos son afectos a la mitomanía. Así, hay listos que se inventan una conspiración y triunfan. Una fórmula tan fácil que cada vez funciona mejor en política: por ejemplo, la 'conspiración' en el comité federal del PSOE del 1º de octubre pasado. La realidad es que aquel aquelarre lo urdió —como dijo Josep Borrell— un “sargento chusquero” pero no un fino estratega 'conspiranoico'. Menos épica, por favor.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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