Paseando por la ciudad, la que sea, con un poco de atención es fácil constatar la importancia del sentido religioso hecho obra material, urbana, y no únicamente por las construcciones monumentales, sino por las de servicio; y no solo por las regentadas por religiosos, sino también por las construcciones laicales, ateneos, asociaciones, cooperativas, clubes deportivos, todos salidos, y vivos durante mucho tiempo, de la iniciativa católica. Buena parte de estos bienes están perdidos, sobre todo los más seglares, en el sentido de que han disipado su alma religiosa. Se han descristianizado. ¿Cómo se ha pasado de aquel florecimiento al estado actual?.
Dos razones surgidas de polos opuestos han convergido en la demolición. Ambas tienen la misma causa: los católicos no las han mantenido vivas, no han rehecho su esencia de Comunidad del Pueblo de Dios. No se han sentido comunidad que configura un verdadero pueblo en el seno de la sociedad civil y política.
Un vector de destrucción ha surgido de la situación durante el franquismo.
Ante la terrible persecución religiosa, que buscaba el exterminio del
pueblo de Dios, la Iglesia poca cosa más podía hacer por simple
supervivencia que apoyar al franquismo (La declaración de los obispos
españoles en este sentido es posterior a las grandes masacres, y no
previa. Fecha del 1 de julio de 1937, casi un año después del inicio de
la guerra, cuando la represión religiosa había ocasionado decenas de
miles de asesinatos). Lo podía haber matizado, hecho de otro modo -y es
muy fácil pontificar ahora sobre las experiencias vitales de aquel
periodo – pero la decantación inicial, y buena parte de los vínculos
posteriores, eran una reacción inexorable. Pero la gran cuestión no es
esta, sino el hecho de que sectores importantes del catolicismo
confundieron la Comunidad del Pueblo de Dios con el Estado, se
desarmaron espiritualmente, se confundieron con la mundanidad del
Estado, que a pesar de que se declarara católico, su fin era bien
terrenal, demasiado, y poco cristiano en el respeto al otro. No fue toda
la Iglesia, pero sí una parte importante, y esto dejó una terrible
huella de indefensión ante la realidad cuando desapareció “el estado
protector”. Es evidente que, progresiva y finalmente, la Iglesia
institucional se alejó del franquismo, y fue esencial para la
transición, más con el PC y CCOO, a quienes acogió generosamente, que
con la democracia cristiana antifranquista, a quien rechazó con vigor. Pero este servicio, tan valorado a lo largo de la transición, ha sido olvidado. ¿Por qué? Si hoy la Iglesia fuera vigorosa,
porque hubiera mantenido la comunidad eclesial y las comunidades
básicas: la familia, sus escuelas, centros y cooperativas, porque todos
ellos habrían mantenido a Jesucristo y la experiencia religiosa como un
referente necesario de su existencia, la acusación de colaboración tendría muy poco efecto,
excepto en aquellos que siempre se apuntarían a un bombardeo contra el
catolicismo, porque esta es su trágica voluntad en esta vida.
El otro vector destructor de la Comunidad es postconciliar
nace de la oleada desvinculada que empezó en la década de los sesenta
del siglo pasado. Es el sector de la Iglesia que ve en la mundanidad
europea la salvación de su fe religiosa, que además considera con
desprecio la religiosidad popular, la verdaderamente surgida de la
“base”. Aquella Iglesia que confunde aggiornamento con seguimiento del mundo,
se autoproclama de base, pero en realidad es una élite que deprecia
cómo entiende el pueblo real su relación con Dios, y en lugar de
profundizar y depurar este sentimiento popular, lo desprecia. Son los
tiempos de ciega admiración por el catecismo holandés y sus prácticas, precisamente
aquello que condujo a una Iglesia tan importante, como la de los Países
Bajos, a su casi total aniquilamiento. Que no se malentienda lo que
decimos. En la Iglesia había una voluntad real de servir, pero el
método era muy errado, y en parte la mentalidad todavía perdura. Se trata de usar la cultura hegemónica del mundo occidental como medida de la Iglesia Universal, y no a la inversa.
De hecho, servir la coyuntura histórica, siempre superada por el
tiempo, para dictaminar sobre la infraestructura de la historia, de situar el temporal como protagonista, marginando lo sobrenatural.
En el fondo, los errores entre la Iglesia que ve la solución en el
estado franquista, y la que se supedita a la cultura del momento, no hay
otra diferencia que el tipo de preferencia política que genera, pero su
trasfondo religioso se fundamenta en el mismo error. La razón
fundamental común a unas y otras era la de subvalorar la Comunidad del Pueblo de Dios y confundirla con la mundanidad.
La solución en ambos casos nos venía del mundo de la época y sus
fugaces ideologías, franquismo, marxismo; ahora de la perspectiva de
género LGBTI y liberalismo cosmopolita emotivista, que configuran la
cultura desvinculada.
La Comunidad del Pueblo de Dios:
la Asamblea de Dios, que es la Iglesia, no existe si en su centro y en
su guía no está vivamente presente lo sobrenatural. Ni el
estado, ni la ideología, ni la mundanidad son ninguna respuesta. Es lo
sobrenatural de la Iglesia que examina el mundo y no a la inversa. Lo
sobrenatural: Jesucristo, la Santísima Trinidad, la Revelación, la Nueva
Alianza; el fin de los tiempos, la muerte, el juicio, la vida fuera de
las limitaciones del espacio y el tiempo. Si lo sobrenatural se pierde,
se destruye la comunidad. ¿O es que no lo vemos en la pérdida de
vitalidad de nuestra Iglesia, la crisis de las familias, la extinción de
los centros y cooperativas católicas de todo tipo, la desvirtualización
de tantas y tantas escuelas, que ya solo fabrican pedagogía mundana?
Hay que reconstruir la comunidad del Pueblo de Dios
que arranca en la parroquia, se refugia en los monasterios y conventos
orantes y actuantes, alejados de la mundanidad, para mostrar y conducir a
las personas, a las familias, escuelas y centros, el asombro ante lo
Sagrado. Es un verdadero pueblo con sus propias intuiciones el que hace
levantar de nuevo, reconstruir y reformar el seno de esta sociedad
desvinculada
Es una acción continuada presidida por el sentimiento de unidad y comunión real. No es una sociedad paralela ni separada,
pero sí tiene una estructura de entidades e instituciones de todo tipo
fuerte y propio que se guían por el mandato, testimonio y palabra de
Jesucristo. Que vive convencida de que no hay una dicotomía entre lo natural, el “pan nuestro de cada día” y lo sobrenatural “Padre nuestro que estas en el Cielo, Santificado sea tu nombre”.
No se trata de sustituir un estado mundano por uno cristiano. Sí se
trata de que como Pueblo de Dios hagamos nuestras aportaciones a la
construcción del bien común con la mayor eficacia posible. Una Comunidad
de Misión como finalidad principal, es erradicar las estructuras de
pecado y construir las estructuras del bien común como fin, con la
virtud como método.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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