Tenemos a un Gobierno acosado por los tribunales y desvalido en el Parlamento, con un presidente rozando la zona de máximo peligro personal
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, interviene en la sesión de control al Ejecutivo. (EFE)
En todos los casos de corrupción que han afectado a dirigentes de su partido o a miembros de su Gobierno, Rajoy ha aplicado invariablemente la misma receta. Es un proceso en cuatro fases:
Primera fase: negación. Defensa beligerante del acusado. Mata, Camps, Barberá, Soria, Ana Mato, el propio Bárcenas; la lista es interminable. Todos ellos apadrinados como seres ejemplares, víctimas de algún tipo de conspiración judeomasónica para difamar al partido que estaba sacando a España de la crisis.
Segunda fase: distanciamiento. En un momento dado, cada uno de ellos pierde su nombre y pasa a ser “esa persona de la que usted me habla”.
Tercera fase: aislamiento y control de daños. Se establece un doble cordón sanitario. Por un lado, respecto al partido: se trata de un caso aislado, es solo una persona que se ha equivocado pero la institución está al margen de conductas individuales rechazables. También respecto al líder: Rajoy nunca supo lo que ocurría a su alrededor y, por tanto, no hay nada por lo que deba responder.
Cuarta fase: abandono y olvido. Se deja caer al acusado entre condenas y lamentos (siempre el PP como víctima y no como agente de la peste), se esgrime eso como prueba del afán regenerador del partido y de su líder y se envía el caso al baúl de los malos recuerdos. Pasado el mal trago, sigamos salvando a España, lo único importante.
Ayer en el Congreso hubo una novedad: Rajoy pasó directamente a la segunda fase. Ante la pregunta del portavoz del PSOE sobre los tres reprobados del día anterior, Rajoy ya se refirió a ellos como “esas personas de las que me habla”. Vistos los antecedentes, si yo fuera Catalá, Maza o Moix, empezaría a buscar trabajo.
¿Qué ha cambiado? Hay tres grandes diferencias respecto al periodo anterior:
La primera —la más relevante, en mi opinión— es que quien ahora acorrala al PP y al Gobierno ya no es la izquierda política ni el grupo Prisa, sino el propio aparato del Estado: la policía, la guardia civil, los fiscales (pese a sus jefes) y los jueces.
Para el PP era un juego de niños sacar a pasear los ERE y refugiarse en la pelea del 'y tú más' frente al PSOE o lanzar nubes de tinta en los medios, pero resulta mucho más complicado —y, sobre todo, más inquietante— tener que desacreditar a los servicios de información de la Guardia Civil o presentar a los magistrados (la mayoría de ellos, conservadores) como peligrosos desestabilizadores del rojerío podemita.
En su desesperada estrategia defensiva, el Gobierno se está enfrentando temerariamente al aparato judicial. Hoy son muchos los fiscales que, incluso desde posiciones ideológicamente próximas al Gobierno, hablan indignados en privado de un intento de golpe del Ejecutivo contra la independencia del Ministerio Fiscal. Un fiscal procorrupción en la Fiscalía Anticorrupción es más de lo que pueden digerir los orgullosos miembros de ese colectivo.
La Justicia en España es desesperantemente lenta y obsoleta, pero avanza como un mastodonte burocrático con una inercia implacable: cuando finalmente se pone en marcha, no hay quien la detenga.
Por eso, en el frente judicial cualquier cosa es posible a partir de ahora. Se está demostrando que, afortunadamente, en España el poder ejecutivo puede condicionar al judicial, pero no someterlo. Es tal la fuerza y la profundidad que trae la ola y tantos los frentes abiertos en los tribunales que no cabe descartar nada, ni siquiera que un juez de instrucción pida al Supremo la imputación del presidente del Gobierno —y dirigente del PP desde que ese partido existe—.
Hoy son muchos los fiscales que hablan indignados en privado de un intento de golpe del Ejecutivo contra la independencia del Ministerio Fiscal
La citación de Rajoy como testigo será la primera, pero no la última. Toda la estrategia de sus interrogadores se orientará a hacerle decir algo que no sea cierto, aunque sea “yo no sabía”. En ese caso, la acusación por perjurio estará servida.
La segunda novedad está en el frente político. El PP afrontó la primera oleada de casos de corrupción desde la mayoría absoluta. La oposición podía patalear cuanto quisiera, pero el Gobierno estaba blindado. Ahora tiene que lidiar con esta segunda avalancha en minoría y en soledad. No encontrará en el Congreso una sola mano a la que agarrarse fuera de sus 137 diputados.
En la práctica, se han conformado tres mayorías parlamentarias en el Congreso:
a) La de los 'asuntos de Estado': PP+PSOE+Ciudadanos, 260 diputados. Si el domingo gana Pedro Sánchez en el PSOE, ni siquiera esa mayoría estará garantizada. Es muy obvio que Iglesias tiene una moción de censura sin candidato viable y que Sánchez viene dispuesto a lanzarse a esa piscina. Es probable que ya lo tengan hablado.
b) La mayoría de los Presupuestos, que se extiende a todo el espacio de las políticas económicas y sociales: PP+Ciudadanos+PNV+CC, puro centro-derecha. 175 diputados justos. La intención inicial de Rajoy era incorporar ocasionalmente a los socialistas mediante concesiones que les permitieran salvar la cara, pero en este clima pestilente, eso se ha hecho imposible. Ni con Pedro ni con Susana estará el PSOE disponible, salvo en circunstancias muy excepcionales.
Podría reproducir la fórmula de Aznar-96 sumando a los ocho diputados del PDeCAT, pero eso está bloqueado al menos hasta que el referéndum fracase y se restablezca en Cataluña el principio de legalidad.
c) La mayoría de la lucha contra la corrupción y, en general, todo lo relativo a la regeneración política. Ahí el PP está completamente solo. Mientras esas cuestiones sigan en el primer plano del debate político, el Gobierno sufrirá continuas derrotas en el Parlamento: unas simbólicas, como las reprobaciones de esta semana, y otras no tanto, pero todas dolorosas.
La tercera novedad no es menor: no solo está en cuestión la honradez de los políticos, sino la limpieza de las elecciones. Una bomba de efecto retardado que, si prende la mecha, tendrá efectos demoledores.
Si la epidemia sigue avanzando, por mucho que Rajoy luzca palmito de estadista y la economía respire, la corrupción puede hacer caer al Gobierno
Así que tenemos a un Gobierno acosado por los tribunales y desvalido en el Parlamento, con un presidente rozando la zona de máximo peligro personal; internamente aterrorizado, porque no sabe cuál será la siguiente pieza en caer; delatado como adulterador de campañas electorales, y con una producción legislativa ínfima porque no tiene ninguna garantía de sacar adelante cualquier proyecto de ley.
Rajoy siempre creyó que la recuperación económica sería un salvoconducto que lo indultaría políticamente de todo lo demás. Hoy está comprobando su error.
Ignoro cuánto tiempo puede resistirse en esa situación. Pero si la epidemia sigue avanzando (y todo indica que irá a peor), por mucho que Rajoy luzca palmito de estadista por Europa y la economía respire, la corrupción puede terminar haciendo caer a este Gobierno.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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