Pedro Trevijano
Como sacerdote que soy, es indudable que en este punto de las elecciones he de distinguir entre mis opiniones privadas y lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. Por ello en este artículo, voy a dar total preferencia al Magisterio. Antes que nada ¿es pecado no votar? Sobre este punto nos dice el Concilio Vaticano II: “Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común” (Gaudium et Spes nº 75). El no votar, salvo que haya razones bastante serias, es como mínimo una irresponsabilidad.
Pero actualmente la gran amenaza contra los valores cristianos y los derechos humanos es el relativismo, que niega el valor absoluto de la Verdad y el Bien. “La Ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1954). El primer principio ético con el que nos encontramos es el de que hay que hacer el bien y evitar el mal.
Decía sobre la ideología relativista San Pablo VI: “El relativismo, que todo lo justifica y todo lo califica como de igual valor, atenta al carácter absoluto de los principios cristianos” (encíclica Ecclesiam Suam nº 18).
Por su parte San Juan Pablo II decía en su encíclica Veritatis Splendor nº 101: “Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo —la primera entre ellas el marxismo—, existe hoy un riesgo no menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales de la persona humana y a la absorción en la política de la misma inquietud religiosa que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad”.
Sobre la democracia encontramos unos textos muy interesantes de San Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus que dice: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (nº 46)… “Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana” (nº 44).
Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (n. 83) afirma: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado”.
Es obvio que todos nosotros, como ciudadanos, tenemos que asumir nuestra parte de responsabilidad.
PEDRO TREVIJANO Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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