El vicepresidente italiano, ministro del Interior y líder de la ultraderechista Liga italiana, Matteo Salvini.
EFE
Así arrancaba su columna Niall Ferguson, historiador británico que enseña en Stanford. Le servía para zurrarle a Alexandria Ocasio-Cortez, estrella ascendente de la izquierda americana, a propósito de varias afirmaciones falsas.
La emocracia llevó al Parlamento de Westminster a su peor crisis. Un sentimiento nostálgico, miedoso y algo supremacista fue transformado en indignación contra Europa por la demagogia de cuatro políticos sin escrúpulos y su prensa cómplice.
La emocracia conquistó Cataluña, paraliza la política nacional y camino va de contagiar a parte del electorado en el 28-A. Que los sentimientos pesan más que la razón lo vimos en la deriva del catalanismo. Mentiras ("España nos roba") transformadas en indignación contra, dicen, una democracia contaminada de franquismo que no permite la independencia de Cataluña.
La emocracia tiene un líder en Europa, Matteo Salvini, ministro italiano del Interior. Le escuché en París contar cómo va a formar el grupo más poderoso en el Parlamento europeo. Con todos los indignados de las viejas naciones. Surfeando la ola sentimental que recorre Europa. Por encima de la razón. Porque frente a los retos de un mundo global, sólo una Europa fuerte será capaz de plantar cara a EEUU y China.
Ferguson conoció la palabra emocracia por su mujer, la activista Ayaan Hirsi Ali. La usó en una charla. Él no estaba pero sí Richard Dawkins, que la tuiteó. El historiador contaba que ya había aparecido en The New York Times y The Washington Post.
Carlos Fajardo la empleó en 2012 en Le Monde Diplomatique. La definió como "una pasión ideológica, enajenada y obesa de certidumbres absolutas, lo que desafía cualquier sensatez, cualquier alteridad, cualquier respeto a la diferencia".
Antes, Carolina Jaimes escribió una columna que empezaba así: "En Venezuela, la diferencia entre lo que deberíamos ser y lo que realmente somos, es una letra D". Se lamentaba ¡en 2004! que el pueblo votara dominado por las emociones.
Aún estamos a tiempo en España de evitar que nuestra democracia se convierta en emocracia. Espero.
IÑAKI GIL Vía EL MUNDO
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