Si esa extrema derecha de charanga y pandereta no obtiene muchos
escaños, el más afectado será el PSOE de Sánchez. Él y Tezanos han
apostado muy fuerte por Vox
Iglesias, Casado, Rivera y Sánchez en el plató de RTVE Efe
Iglesias, Casado, Rivera y Sánchez en el plató de RTVE Efe
Los debates televisivos
deben ser muy rentables para las empresas de comunicación, pero me temo
que generen más rechazo que adhesión. Los candidatos hacen esfuerzos por
aparecer como actores asumiendo papeles que les vienen grandes, o que
no son los que acostumbran, y arriesgándose a quedar en cosa tan
sencilla y tan poco grandilocuente como marionetas. Si alguien, después
de contemplar a los cuatro protagonistas, ha aclarado alguna duda es que
tiene el don de la clarividencia.
Cuando la democracia se hace televisiva participamos en un concurso.
Detesto los concursos, pero a mucha gente le entusiasman. Los dos de
esta semana no aburrían porque para eso están los asesores que evitan
los bostezos y el cambiar de canal. Sin embargo, producían la sensación
de una disputa en el clan de los mentirosos.
Lo que me pregunto es por qué los veo. Quizá por el interés malsano de
comprobar cuál es más cínico o más desvergonzado. Como no pertenezco a
la hinchada de ningún club tampoco puedo satisfacerme con lo bien que
quedó mi candidato.
No iré a votar porque no me da la
real gana. Sin otras explicaciones. Si tuviera que darlas tendría que
recurrir al espectáculo televisivo, entre otras muchas cosas. No hubo ni
uno que no dijera mentiras de su adversario y que no ensalzara las
propuestas de lo que va a hacer, siendo consciente de que no las
cumplirá. Siempre encontrarán imponderables que le impidieron
realizarlas. ¿Se acuerdan de Franco? Nadie
sacó a colación el tema que nos mantuvo encandilados durante meses. ¿Por
qué lo hicieron? O mejor, ¿por qué no lo hicieron? Habrían roto el
consenso de lo políticamente correcto y desvelarían las imposturas del
presidente sietemesino. No ganarían ni un voto y provocarían el rechazo
de la manada. Pero los huesos de las víctimas seguirán ahí a la espera
de que haya fondos para recogerlos y darles digna sepultura. Nuestra
cultura debe más a los muertos que a los vivos; es como un cementerio de
buenas intenciones.
Cuando la democracia se hace televisiva se diría que participamos en un concurso, en lo más parecido a una disputa en el clan de los mentirosos
Aquí todos escribimos artículos de opinión,
solo que algunos piensan que lo suyo es información objetiva. Los del
gremio sabemos cómo se manipula. No hace falta ser un lince para conocer
el voto de los cronistas de campaña antes aún de que lo depositen en la
urna. Han ido dejando cagarrutas día tras día, en las que se nota lo
que digieren y su procedencia. Viejo oficio éste en el que se produce
más con el estómago que con la cabeza. Se necesitaría un detector de
equilibrios para señalar quién se escora tanto que a punto está de
caerse y quién recomienda lo que deben hacer sus enemigos para llegar a
la victoria. Una de las tendencias más llamativas de la izquierda
institucional -una contradicción en los términos, o un oxímoron, que
decimos los pedantes- consiste en pontificar quién o qué sería bueno
para la derecha. ¿Pero usted conoce la derecha, o la va a votar alguna
vez? No, en mi vida, por supuesto. Pues entonces absténgase de
comentarios tertulianos.
Hemos pasado del bipartidismo
a los dos bloques, ambos de ladrillo, nada de mampostería. En otras
palabras, seguimos en el bipartidismo, en este caso de dos más dos. La
derecha se disputa cuál de los dos será cabeza, pero la izquierda lo
tiene resuelto: detrás de Sánchez y a
aguantar. Es curiosa la deriva de Podemos -con nuevo nombre de gran
atractivo masculino, “Unidas”, que debió salir en un momento de farra y
alegría del matrimonio gobernante y del que me temo que cuando pase la
ola se arrepentirán… por frivolidad, solo por eso-. Podemos
es el único partido que asume su derrota, lo cual es de agradecer, pero
de ahí a postularse como “la querida”, no muy agraciada por los votos,
pero resultona, va un abismo. Es lo menos feminista a lo que una señora
puede aspirar: lo de exigir ayudas para que el señor, cuya potestad no
está en cuestión, tenga la obligación de tratarla con respeto. Vótame
para que el macho alfa no se vaya con otra. De asaltar los cielos a
conformarse con la cama del señorito, ni siquiera en exclusiva, es un
descenso a los infiernos de la inanidad política.
Podemos es el único partido que asume su derrota, lo que se agradece, pero de ahí a postularse como ‘la querida’ no muy agraciada por los votos, pero resultona, va un abismo
La campaña de Sánchez consistió en abrir la mochila de Vox para echar su bilis sobre sus competidores. Rivera, el principal, y Casado, el secundario. Nadie después de Abascal
aludió tanto a Vox como Sánchez. Si esa extrema derecha de charanga y
pandereta no obtiene muchos escaños el más afectado será el PSOE de
Sánchez. Entre él y Tezanos han apostado
muy fuerte por Vox a falta de algo que llevarse a las urnas. Incluso en
los debates televisivos trató de introducir a Vox el ausente, ya que no
podía hacerlo por lo legal.
La catadura moral de un político no se basa ni en el carácter ni en la ética. La mide el éxito.
Si funciona, es que tenía razón. Pero eso no impide que el mayor
marrullero de los tiempos modernos, categoría muy disputada, haga añicos
todo lo que toca. Es el que tiene más probabilidades de gobernar frente
a unos adversarios frágiles, y no porque él sea fuerte sino porque
disfruta de esa desvergüenza y desprecio a todos que produce haber
llegado a presidente engañándolos. No temo las venganzas
de Rivera ni de Casado ni las de Pablo Iglesias, con el que tengo una
relación de amistad por encima de campañas electorales y pifias
estratégicas. Pero confieso que la venganza de Pedro Sánchez me produce
inquietud.
Hay que asumirlo: uno no vota porque no
quiera votar, sino porque se lo han puesto imposible. El mejor analista
de la prensa española es El Roto. Hace
retratos en trazos gruesos donde tiene el talento de resaltar los
interiores. Estoy seguro que será el que mejor sobreviva a estos tiempos
de teleconcursos políticos, y gracias a una frase rotunda con fondos de
indignación irremisible. Lo dijo en uno de sus artículos animados de El País. Yo quisiera votar, pero me lo impiden los candidatos.
Votar no es una obligación, ni un deber,
como quisiera esa parte arriscada de la derecha extrema que unas veces
te pone urnas y otra te las rompe. La hinchada sostiene que quien no
vota no tiene derecho a quejarse, como si fuera la urna y no los
impuestos la medida de nuestras relaciones con el Estado. Votar es un
derecho y entre los derechos está el de decir que no. Una novedad que
viene de lejos: los abstencionistas conscientes.
GREGORIO MORÁN Vía VOZ PÓPULI
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