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miércoles, 24 de abril de 2019

CONCORDIA SOCIAL

El autor subraya que estamos muy lejos de los niveles de tolerancia de épocas pasadas y defiende la necesidad de aplicar reformas para restaurar los valores convivencia fraguados en la Transición


/JAVIER OLIVARES



"Ser sobrios y realizar lo que es posible en vez de exigir con ardor lo imposible ha sido siempre la cosa más difícil", escribió Joseph Ratzinger. Hace 16 años que no me presento a unas elecciones, y jamás pensé que lo volvería a hacer. Pero tampoco pensé nunca que llegaríamos al riesgo de fractura que vivimos, ni que fuera necesario ayudar a restaurar la concordia una vez más. La sobriedad de lo posible, lo más difícil, debe guiarnos en este propósito. Porque es evidente que estamos muy lejos de los niveles de tolerancia, moderación, responsabilidad, realismo y respeto que hemos vivido en España en etapas anteriores de nuestra democracia.

Eso es muy grave, y unido a una crisis económica y cultural sin precedentes, nos pone al borde de una triple fractura: territorial, social y generacional. Una fractura que puede provocar el desmoronamiento de lo que hemos construido juntos. Nadie debe disfrutar del esfuerzo de los mayores olvidando aportar el suyo. La Transición consistió en poner de nuevo el poder en manos de los españoles para que volviéramos a ser dueños de nuestro destino. Y lo somos. Tenemos que hacer nuestra parte y afrontar las tres grandes fracturas que nos amenazan.

Para abordar la fractura territorial, deberíamos fijarnos en la forma en la que transitamos desde la dictadura hasta la democracia: de la ley a la ley. Así alcanzamos una democracia plena como un Estado social y democrático de derecho (Art. 1.1 CE) bajo la forma de una moderna Monarquía Parlamentaria. ¿Cómo es posible que ahora se diga que la ley es un obstáculo a la convivencia? Es sencillamente inaceptable: en democracia no debemos tener miedo a aplicar la ley. Ahora que se hacen visibles en el Tribunal Supremo sus consecuencias, los responsables de su incumplimiento no sólo están perplejos ante su situación, sino que utilizan la capacidad de presión que tienen sobre el Gobierno de Sánchez para intentar minimizar sus responsabilidades. Pero España jamás ha tenido un problema con Cataluña, ni Cataluña con España. Lo tiene un minoritario grupo que siembra el odio y el enfrentamiento esperando obtener beneficio de ello.

No se lo concedamos. Creo que a los que siembran odio debemos responderles con argumentos democráticos y propuestas constructivas. Teniendo siempre presente la libertad y la igualdad de todos los españoles. Respuesta en forma de concordia y entendimiento. Respuesta en forma de imperio de la ley, que es la fuerza de los débiles. Respuesta en forma de una educación seria, basada en la libertad y sin ideologías, que permita a nuestros jóvenes enfrentarse al futuro con garantía de éxito. Respuesta como dinamización económica que saque a Cataluña de su actual parálisis y la devuelva a la prosperidad compartida que siempre lideró. Respuesta al particularismo, tan impropio de Cataluña como propio le era su modo de vida cosmopolita.

Y, siendo importante esta fractura territorial, no lo es menos la fractura social a la que nos estamos acercando peligrosamente. El primer adjetivo que añadimos al Estado que acabábamos de constituir fue social, y era toda una declaración de intenciones. O éramos capaces de generar una prosperidad que pudiera ser compartida, o aquello sería un fracaso. En el fondo, era entender la nación como un compromiso de ayudarnos los unos a los otros, de progresar juntos sin dejar a nadie atrás. También eso es la nación. Para ello, se pusieron en marcha una serie de políticas que, teniendo su base en los Pactos de la Moncloa, suponían sacar de la refriega política cuestiones fundamentales para dinamizar la economía. Se fomentó la sociedad de mérito, en la que el esfuerzo ante las oportunidades que se abrían permitía ascender a todo el que se lo propusiera. Se puso en marcha el ascensor social.

Todo ello nos permitió llegar a multiplicar exponencialmente nuestra renta per cápita en cuarenta años. Hemos completado una evolución que a otros países, como EEUU o Reino Unido, les ha costado casi un siglo de su historia. Por desgracia, la crisis, su pésima gestión en los inicios, y algunas rigideces han hecho que ese ascensor se haya parado bruscamente amenazando con una brecha social inasumible para cualquier país como el nuestro. Nuestro modelo de bienestar no está siendo eficaz, pues aun después de invertir enormes cantidades de dinero, esa brecha no se reduce de manera relevante y no conseguimos generar oportunidades reales de progresar ni a los que salieron del mercado de trabajo durante la crisis, ni a los que desean acceder a él por primera vez. Para todos esos españoles que corren un serio riesgo de exclusión, solo hay una política social efectiva: un empleo dignamente remunerado que les permita desarrollar un proyecto de vida elegido por ellos mismos. Hasta el día de hoy, esa política, profundamente social, solo la lleva a cabo con éxito el PP. La subvención sin trabajo genera dependencia, no libertad, para el que está en condiciones de hacerlo. Otra cosa, muy distinta, es ayudar a quien no puede, ahí hay que volcarse. La libertad no es sálvese quien pueda; implica también solidaridad.

Como consecuencia de lo anterior, aparece la tercera gran fractura que debemos evitar: la fractura generacional. Si nuestros jóvenes no tienen la esperanza de un futuro mejor habremos firmado nuestra sentencia de muerte como nación. No es posible proyectar de manera aislada las políticas sectoriales de un país. Todas tienen su influencia en las demás, requieren de una visión de conjunto y ello es especialmente importante en dos de los grandes bloques que un político debe ofrecer en su programa electoral: economía y educación. Ambos deben perseguir un fin común a largo plazo. Comenzando por analizar la situación de partida y fijar un objetivo hacia el que tender. Dejando muy claro que ese camino necesita de un esfuerzo colectivo ineludible e intenso. No hay soluciones sin esfuerzo, y cuando se ha hecho lo contrario, ha conducido irremediablemente al desastre.

Tenemos fortalezas bien conocidas por todos, tanto como nuestras flaquezas. Es necesario reducir las rigideces que nos oprimen históricamente, como la falta de movilidad geográfica, y aprovechar las ventajas que la nueva revolución tecnológica ofrece a un país como el nuestro. Tenemos una enorme capacidad de crecer, pero necesitamos mejorar la infraestructura tecnológica para hacerlo. Esa es la nueva puerta a la información, a las oportunidades y al mundo mismo. Si fuéramos capaces de tender una red de última generación en todo el territorio nacional, estaríamos en vías de permitir que se pudieran establecer y desarrollar proyectos de vida muy sugerentes y económicamente viables en espacios que hoy en día están deshabitados.

Necesitamos con urgencia extrema fomentar la natalidad de los españoles y ayudar a las mujeres embarazadas con dificultades para llevar a feliz término su embarazo; necesitamos desarrollar un modelo educativo nacional y despolitizado orientado permanentemente a las oportunidades que brindará el mercado de trabajo cuando esos niños tengan que enfrentarse a él. Debemos retomar las políticas de inmigración ordenada que tan bien funcionaron años atrás. Es ineludible reducir la Administración y agilizarla. Toda ella debe estar orientada al servicio público y sometida a los principios de eficiencia y evaluación permanente. Debemos reducir el enorme esfuerzo fiscal que hoy realizan los españoles para devolver recursos a la sociedad y desincentivar la economía sumergida, generar mayor capacidad de ahorro, incrementar la capacidad de consumo y generar mayor capacidad de inversión.

Debemos ser capaces, en suma, de volver a ilusionar a un pueblo protagonista de una de las más extraordinarias historias que ha conocido la humanidad. Una de las pocas historias sin las que no es posible comprender el mundo moderno. Seguimos siendo los mismos, sigue latiendo en nuestro interior la misma fuerza que nos ha llevado a las más altas cotas de libertad, conocimiento, progreso y bienestar. Tan solo debemos fijar el rumbo de nuevo, y aceptar el esfuerzo necesario para hacer realidad un futuro que debe ser una esperanza para todos. Hagámoslo.


                                                                             ADOLFO SUÁREZ ILLANA*  Vía EL MUNDO

*Adolfo Suárez Illana es el número dos de la candidatura del PP por Madrid a las elecciones generales.

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