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martes, 9 de abril de 2019
LA CONTRACAMPAÑA DE SÁNCHEZ Y SUS CINCO CLAVES
Un rasgo podría lesionar la apuesta
del juego preelectoral de Sánchez: la vibración de prepotencia que
transmite, de que la partida es suya, de que lleva mano de naipes
ganadores
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
Le sonríen las encuestas a Sánchez.
También lo hacían a los partidarios británicos que abogaban por
mantenerse en la Unión Europea y no hubo sondeos que detectasen que
Donald Trump vencería (en compromisarios, no en voto popular) a Hillary
Clinton. En 2016, sin embargo, ganaron los 'brexiters' y los
'trumpistas'. Fueron el voto oculto (no detectado) y el ocultado (no manifestado) los que provocaron en unos la sorpresa y en otros el estupor.
En España es preciso, por mera prudencia, dejar margen al acaecimiento de lo imprevisto el 28-A. Si los resultados fueran los que las encuestas proclaman, el PSOE y Sánchez
ganarían las elecciones con comodidad, aunque resultase menos
confortable formar Gobierno. Dicho lo cual, hay que apreciar la
habilidad del presidente del Gobierno para moverse certeramente en la
precampaña.
La estrategia de Moncloa y Ferraz podría resumirse en cinco claves, sencillas de formular pero no siempre fáciles de ejecutar:
1) Sánchez en actitud siempre presidencial.
Efectivamente: el secretario general del PSOE no entra en polémicas, no
improvisa sus mensajes y, en consecuencia, elude los 'canutazos'.
Tampoco entra al trapo de 'provocaciones' y deja que sean Carmen Calvo,
Adriana Lastra o José Luis Ábalos los que protagonicen el zafarrancho de
combate.
2) Sánchez no participa en programas de TV.
El candidato socialista no ha ido a la controvertida casa de Bertín
Osborne (Telecinco), ni a 'El Hormiguero' (Antena 3) de Pablo Montos, ni
desayuna con Susanna Griso ni con Ana Rosa Quintana; tampoco se toma un
café en la TV pública con Xabier Fortes. Y parece que seguirá sin
visitar esos platós. Concede y concederá entrevistas (véase la del
domingo en este diario, o, días antes, a cuatro periódicos europeos),
pero es él quien elige el terreno.
3) Sánchez no quiere debates. El socialista piensa que solo pierde y nada gana enfrentándose en cualquier formato (cara
a cara, a cuatro o a cinco) en un debate. Cree que su ventaja le
permite no arriesgar y debatir es hacerlo. Un buen día lo tiene
cualquiera (incluso lo tendrían los candidatos a los que Sánchez trata
con tanta displicencia), pero un mal día también. A él le podría caer en
suerte el primero o el segundo. Y no le merece la pena. España es,
miserablemente, una democracia sin debates obligatorios.
4) Sánchez se abona a una frase vacía pero que suena bien:
en Cataluña el problema no va de independencia sino de convivencia. No
es cierto, o no lo es enteramente, pero la afirmación le servirá para
dos propósitos: de una parte, para no aceptar (“no es no”, enfatizó el
presidente el domingo en Zaragoza) un referéndum de autodeterminación; y
de otra, para, sin perjuicio de no aceptar ninguna consulta
separatista, mantener una relación funcional con los independentistas
catalanes y, si preciso fuera (y lo ha sido para convalidar los decretos
leyes en la Diputación Permanente), con los 'bildutarras'. Ya se
encargará luego Isabel Celaá de recomponer la situación cargando contra
Torra por su policía política o contra los 'abertzales' radicales por no
haber pedido perdón por los crímenes de ETA.
5) Sánchez está atento a los errores de sus adversarios y los optimiza,
a tal punto que el argumentario de sus mítines se basa en las pifias de
los dirigentes que compiten en las urnas, salpimentado con la 'agenda
social'. Y como Rivera, Casado y Abascal —especialmente los dos
primeros— están sobreexpuestos, sus posibilidades de errar se
multiplican. Los 'speechwriters' del secretario general del PSOE están a
la caza del gazapo, que consiste en una técnica de cinegética política muy agradecida para quien la sabe utilizar y mortificante para quien la padece.
Junto a
estas claves, Sánchez y sus estrategas zahieren —pero lo justo— a
quienes podrían ser sus socios: Iglesias y Podemos, que caigan, pero
tampoco demasiado. Y minan la credibilidad —o lo intentan— de
Ciudadanos, cuyos diputados en suma con los socialistas podrían
ofrecerle una mayoría para gobernar. Ya se lo dijo el presidente al director de El Confidencial y a Juanma Romero: “Partidos que dicen 'no, nunca, jamás' revisarán sus estrategias”. Seguro que sí: aunque Sánchez estaba refiriéndose a Ciudadanos, ¿no hará lo mismo el PSOE que él dirige?
Por resumir: la contracampaña de Sánchez es la propia de quien se siente ganador.
O mejor: ampliamente ganador. Cuchillo de doble filo. De ahí que en los
mítines no verbalice la posible victoria sino que apele a la
movilización porque históricamente la izquierda tiende a la abstención
más que la derecha. Un rasgo podría lesionar la apuesta del juego
preelectoral de Sánchez: la vibración de prepotencia que transmite, de
que la partida es suya, de que lleva mano de naipes ganadores.
Ocurre
que la gente corriente —esa que Ignacio Urquizu, en su libro '¿Cómo
somos?' (Deusto), denomina “el hombre medio”— sí ve y atiende a Griso, a
Quintana, a Motos, a Osborne y desayuna con Fortes. Como suele rematar
el maestro Miguel Ángel Aguilar sus telegramas en la SER: “Atentos” (a
veces, sentencioso, advierte: “Cuidado”).
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