La penosa campaña electoral que padecemos es el vivo ejemplo de la
impotencia de la política y de la pequeñez de unos líderes que están
mostrando sus infinitas limitaciones
Buzoneo electoral de las últimas elecciones
Nada
hay peor cosa para la política que ser considerada inútil, inservible.
Y, sin embargo, en estos momentos, en buena medida, lo es. La política
se ha transformado en una suerte de mixtura entre espectáculo grotesco e
inacción permanente. Si la política sobreactúa, se transforma en circo.
Si la política inactúa, se hace prescindible. Pero tampoco es bueno que
la política esconda sus intenciones, pues se convierte en cínica y
mentirosa. Y de todo esto hay hoy en día a espuertas. La penosa campaña
electoral que padecemos es el vivo ejemplo de la impotencia de la política
y de la pequeñez de unos políticos que están mostrando sus infinitas
limitaciones, que no son pocas. Sin liderazgos efectivos, no hay
política.
Además, si la política se muestra
impotente, la sociedad se paraliza. Y es ahí donde estamos: sumidos en
el estancamiento más crudo. En lo público, la inercia es dominante, no
la innovación ni las reformas. Solo hace falta echar un vistazo a
nuestro entorno: las instituciones públicas están dormidas
en una especie de sueño eterno. La parálisis las atenaza. Nada se
pacta; nada se hace; nada se prevé; nada se proyecta. Los políticos
viven ahora en un entorno de agitación “vacacional”, pues sus
responsabilidades públicas están narcotizadas hasta que el largo
intervalo electoral y sus secuelas cierren las heridas y cicatricen, si
es que se puede. Mientras tanto, lo importante espera. Se agitan, en
cambio, las esencias o los problemas existenciales e imaginarios,
fantasmas del pasado y odios sempiternos, los que no dan de comer ni
garantizan la felicidad de las personas, pero si estimulan hasta la
saciedad las emociones más primarias.
La política se ha transformado en una suerte de mixtura entre espectáculo grotesco e inacción permanente. Si sobreactúa, se transforma en circo; si no actúa, se hace prescindible
Ahora
todos son ofertas de un mundo feliz que nunca se podrá materializar. Y
lo saben. Pero nos tratan una y otra vez, como si fuéramos ignorantes.
Los verdaderos problemas de la sociedad se ocultan de forma vergonzante,
nadie los saca a debate, pues sus posibles recetas generarían
desasosiego, temor, desgarro y distanciamiento de un pacato electorado
que, presumen, vive encantando de ser complacido con mentiras piadosas.
Piensan que nadie quiere oír lo que no le gusta escuchar. Para esos
prestidigitadores políticos que son los directores de campaña, el futuro
no existe, al menos en España.
La sociedad
digitalizada y las omnipresentes redes sociales nos han transformado en
unos seres de dedos inquietos y de mirada cabizbaja, receptores de
infinidad de mensajes vacuos o estridentes, según los casos, que se
adorna con un me gusta, una réplica amable o una
contestación sectaria, cuando no soez. Alimentados y alineados
inquebrantablemente con los nuestros, impermeables al resto.
Incomunicados, paradójicamente, en la era que se presume más abierta. La
deliberación no existe, solo el aplauso cerrado a los míos. El
contraste es herejía. La diferencia, maldita. Se obvia, así, la sabia
advertencia, hoy totalmente olvidada, de Baltasar Gracián: “Es propio del necio irremediablemente no escuchar”.
Si esto es la política, resulta un pésimo remedio para nuestros incalculables males e innumerables desafíos pendientes, de los que ninguna fuerza política en liza realmente se ocupa
El día 28 de abril y luego el 26 de mayo
se irá en procesión a votar, salvo aquellos que se abstengan. La fiesta
de la democracia estará, sin embargo, teñida de tonos grises. Solo
acudirán ilusionados los fanáticos de unas siglas o las huestes muy
menguadas de militantes de esas fuerzas políticas sin nervio ni
discurso. Un amigo actor me dijo que iría a votar con una pinza en la
nariz, enseñando la papeleta. Metafóricamente, irán muchos así. No pocos
acudirán a votar contra los otros y estos contra aquellos. No detecto
excesivo entusiasmo, por no decir ninguno. Hay una extraña resignación
escéptica frente a lo que vendrá, sea el monstruo finalmente saliente
rojo/morado, rojo salpicado, azul/naranja/verde o edulcorado. Pues esto
va de colores, cuando no de banderas o de resurrecciones de frentes a
los que hay que parar o expulsar de la faz de la tierra, pero nada de
ideas y menos aún de propuestas de construcción de un futuro compartido
(¿con quiénes?, ¿con esos?, aúllan las fieras de uno y otro lado, bajo
aplausos sin par). Se lleva la exclusión y el extrañamiento.
Sencillamente decepcionante.
Si esto es la
política, resulta un pésimo remedio para nuestros incalculables males e
innumerables desafíos pendientes, de los que ninguna fuerza política en
liza realmente se ocupa ni al parecer se ocupará. Luego que nadie se
queje de que los populismos crezcan desproporcionadamente. La política,
como la concibió tempranamente Cicerón, es
el arte de lo posible y no un campo de batalla para la defensa de
verdades absolutas, que es en lo que la hemos convertido. Una política
inútil; para desgracia de todos.
RAFAEL JIMÉNEZ ASENSIO Vía VOZ PÓPULI
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