Necesitamos recuperar el significado de la vida plena
Juan Manuel de Prada
Mientras
los españolitos se disponen a elegir al demagogo de izquierdas o
derechas que los apaciente, un informe de la OCDE admite que, en los
próximos años, la robotización del trabajo podría hacer desaparecer un
21,7 % del empleo en España; y que, además, otro 32% del empleo sufrirá
«una transformación radical por el avance de la tecnología». Por
supuesto, para restar gravedad a «la destrucción de empleos provocada
por la globalización del cambio tecnológico», el informe añade -risum
teneatis- que nacerán al mismo tiempo otros trabajos que «paliarán la
situación».
La robotización del trabajo destruirá durante los próximos años infinidad de empleos en todos los oficios y profesiones. No sólo en lo que antaño se llamaban artes manuales, sino también en las liberales; pues los robots no son (como piensa el iluso) serviciales mascotas o risueños esclavos que aportan fuerza mecánica, sino máquinas de inteligencia artificial. La propaganda sistémica ha logrado que las masas cretinizadas sueñen con un futuro en el que los robots les harán el trabajo y generarán una ingente riqueza que podrá repartirse entre todos los ociosos, dedicados entretanto a disfrutar de sus derechos de bragueta, cambiando cada semana de pareja, de sexo, de orientación sexual, de identidad de género y de web porno. Una suerte de versión paródica del Edén en la que se podrá pecar a troche y moche, gobernada por la plutocracia globalista que, como el Gran Inquisidor de Dostoievsky, dirá a las masas cretinizadas:
-Nosotros os enseñaremos que la felicidad infantil es la más deliciosa. Incluso os permitiremos pecar, ya que sois débiles, y por esta concesión nos profesaréis un amor infantil. Y nos miraréis como bienhechores al ver que nos hacemos responsables de vuestros pecados. Y ya nunca tendréis secretos para nosotros.
Y, para que esa felicidad infantil sea plena, se repartirá a las masas ociosas una «renta básica universal»; o sea, una limosnilla de supervivencia que, por supuesto, no se pagará con la riqueza generada por los robots (que acaparará la plutocracia), sino con las exacciones que los Estados lacayos impondrán a la pobre gente que para entonces todavía trabaje. Este es el Edén que nos aguarda. Pero de ello no nos hablan los demagogos de izquierdas y derechas a los que mañana vamos a votar, lacayos todos de la plutocracia globalista que, a través de la robotización del trabajo, nos va a convertir en alimañas. Porque un mundo en el que la tecnología acaba con el empleo es un mundo condenado a la neurosis y el embrutecimiento, aunque se disfrace de democracia.
El ser humano, nos enseñaba santo Tomas, es un ser de cerebro y manos; y sólo alcanza una vida plena cuando se mantiene ocupado creativa, útil y productivamente con sus manos y su cerebro. La robotización priva al hombre del trabajo que disfruta más, lo priva de manos y de cerebro, lo convierte -en fin- en alimaña. Una tecnología que colisiona contra las leyes de la armonía natural nada tiene que ver con el progreso. Necesitamos una tecnología que, en lugar de dejar cesantes las manos y cerebros humanos, los haga mucho más productivos de lo que habían sido antes. El sistema de producción masiva basado en la robotización, intensivo en capital y ahorrador de mano de obra, tiene que ser sustituido por un sistema que destierre la robotización y movilice los recursos inapreciables que poseemos los seres humanos, nuestros cerebros inteligentes y nuestras manos habilidosas, apoyándolos con herramientas que multipliquen sus capacidades. Necesitamos recuperar el significado de la vida plena. De lo contrario, habitaremos el Anti-Edén querido por el Gran Inquisidor de Dostoievsky.
JUAN MANUEL DE PRADA Vía ABC
La robotización del trabajo destruirá durante los próximos años infinidad de empleos en todos los oficios y profesiones. No sólo en lo que antaño se llamaban artes manuales, sino también en las liberales; pues los robots no son (como piensa el iluso) serviciales mascotas o risueños esclavos que aportan fuerza mecánica, sino máquinas de inteligencia artificial. La propaganda sistémica ha logrado que las masas cretinizadas sueñen con un futuro en el que los robots les harán el trabajo y generarán una ingente riqueza que podrá repartirse entre todos los ociosos, dedicados entretanto a disfrutar de sus derechos de bragueta, cambiando cada semana de pareja, de sexo, de orientación sexual, de identidad de género y de web porno. Una suerte de versión paródica del Edén en la que se podrá pecar a troche y moche, gobernada por la plutocracia globalista que, como el Gran Inquisidor de Dostoievsky, dirá a las masas cretinizadas:
-Nosotros os enseñaremos que la felicidad infantil es la más deliciosa. Incluso os permitiremos pecar, ya que sois débiles, y por esta concesión nos profesaréis un amor infantil. Y nos miraréis como bienhechores al ver que nos hacemos responsables de vuestros pecados. Y ya nunca tendréis secretos para nosotros.
Y, para que esa felicidad infantil sea plena, se repartirá a las masas ociosas una «renta básica universal»; o sea, una limosnilla de supervivencia que, por supuesto, no se pagará con la riqueza generada por los robots (que acaparará la plutocracia), sino con las exacciones que los Estados lacayos impondrán a la pobre gente que para entonces todavía trabaje. Este es el Edén que nos aguarda. Pero de ello no nos hablan los demagogos de izquierdas y derechas a los que mañana vamos a votar, lacayos todos de la plutocracia globalista que, a través de la robotización del trabajo, nos va a convertir en alimañas. Porque un mundo en el que la tecnología acaba con el empleo es un mundo condenado a la neurosis y el embrutecimiento, aunque se disfrace de democracia.
El ser humano, nos enseñaba santo Tomas, es un ser de cerebro y manos; y sólo alcanza una vida plena cuando se mantiene ocupado creativa, útil y productivamente con sus manos y su cerebro. La robotización priva al hombre del trabajo que disfruta más, lo priva de manos y de cerebro, lo convierte -en fin- en alimaña. Una tecnología que colisiona contra las leyes de la armonía natural nada tiene que ver con el progreso. Necesitamos una tecnología que, en lugar de dejar cesantes las manos y cerebros humanos, los haga mucho más productivos de lo que habían sido antes. El sistema de producción masiva basado en la robotización, intensivo en capital y ahorrador de mano de obra, tiene que ser sustituido por un sistema que destierre la robotización y movilice los recursos inapreciables que poseemos los seres humanos, nuestros cerebros inteligentes y nuestras manos habilidosas, apoyándolos con herramientas que multipliquen sus capacidades. Necesitamos recuperar el significado de la vida plena. De lo contrario, habitaremos el Anti-Edén querido por el Gran Inquisidor de Dostoievsky.
JUAN MANUEL DE PRADA Vía ABC
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