La democracia está rota. El final de las ideologías anuncia un mundo caótico en el que el pensamiento crítico está arrinconado. Triunfan la demagogia y la falsa polarización
Nietzsche lo llamó la 'moral del rencor' o 'moral de
esclavos', que se producía cuando la "casta inferior", como él la
denominó, tenía una imagen deformada de la realidad fruto del odio y del resentimiento que sentía hacia la otra casta que se consideraba superior.
El filósofo danés Georg Brandes, probablemente su mejor intérprete, sostenía, por su parte, que ese comportamiento no era más que "una forma de venganza". Ambos se consideran seguidores de Teognis, el filósofo griego que construyó su discurso en torno a la moral individual frente a la colectiva, por lo que para muchos es la base de la teoría del superhombre que defendía Nietzsche. Y que en su formulación actual tiene que ver con lo que hoy se llama 'empoderamiento', que tiende a individualizar los comportamientos sociales frente al interés general o colectivo.
Cada individuo, mirándose al ombligo, se considera el centro del universo aún a costa del saber académico y de la razón. Como ha escrito el profesor Vallespín, la democracia está desnuda cuando se desvanece la 'auctoritas', el viejo principio romano que legitimaba las instituciones a partir de la experiencia y el conocimiento. Hoy los alumnos dan clase a sus profesores y cualquier recién llegado a la política tiene una teoría del Estado que convierte a Maquiavelo en un advenedizo.
Los tres filósofos, en todo caso, son el eje de lo que el propio Brandes denominaba "pensamiento aristocrático", y que Stuart Mill quiso desmontar desde el utilitarismo, cuyo fin consiste, precisamente, en dar a los hombres tanta felicidad y tan poco sufrimiento como sea posible sin aspirar a planteamientos irracionales. Es por eso por lo que el pensador inglés puso empeño en demostrar cómo el sentimiento de justicia se ha desarrollado a partir del deseo animal de venganza por un daño o una pérdida, mientras que Eugen Dühring lo que intentó fue fundamentar el derecho penal sobre el deseo de venganza.
La política española comienza a tener un poco de todos ellos. Hay odio, hay resentimiento, pero también hay enormes dosis de rencor y de sentimiento de venganza hacia el adversario político a quien se desprecia por sus ideas. Nunca antes una campaña había estado tan artificialmente polarizada.
Muchos de los mítines de esta extraña campaña electoral —y no solo por la irrupción de un partido como Vox— tienen que ver con lo peor del comportamiento humano, cuando la furia ideológica se impone a la razón y a los hechos ciertos. Incluso, a la ilustración. Probablemente, por la influencia de élites —eso que el propio Nietzsche llamaba "'radicalismo aristocrático" que entienden la política como un campo de batalla en el que se impone la estrategia de la tierra quemada.
O todo o nada. Y que ha afectado sin remedio a todos los líderes políticos una vez instalados en el poder. Sin duda, porque el sistema de listas cerradas es un incentivo negativo para compartir el poder y lo concentra en el líder del partido, que es quien decide los candidatos a ocupar una poltrona. El ganador se lo lleva todo.
¿El
resultado? España —o, mejor dicho, sus élites— han recuperado la vieja
idea de las dos Españas, que es lo mismo que jugar con fuego en un país
acostumbrado como pocos a las guerras fratricidas. Y que la Constitución del 78 intentó superar con talento y un indudable sentido de la tolerancia y de la convivencia
que hoy ha desaparecido en el discurso de las élites y de sus asesores
de imagen, que han construido la campaña sobre la base de un falso
antagonismo que se resume en una frase muy célebre: 'Hay dos tipos de
espíritus revolucionarios, aquellos que instintivamente se sienten
inclinados hacia Bruto, y los que de esa misma manera instintiva se sienten inclinados hacia César'.
O tirios y troyanos. O rojos o azules. O los de arriba o los de abajo. Las falsas fronteras que han levantado todos los dictadores mediante la construcción de un enemigo exterior común que presuntamente intenta liquidar la paz interior, que en realidad era la paz de los cementerios, y que en España, y esta es la gran novedad de esta campaña, tiene a la bandera como telón de fondo. En ningún país de Europa, como en España, la bandera se sitúa en el centro del debate político, lo cual sigue siendo la principal diferencia de la democracia española respecto de medio mundo.
La industria del todo o nada es lo que puede explicar la beligerancia de esta campaña, la primera en la que se ha podido visibilizar con claridad en el conjunto del Estado la influencia de la cuestión catalana y del 'procés' en el sistema político. Hasta el extremo de poner en duda la gobernabilidad futura del país si los partidos cumplen sus amenazas. Cataluña, desgraciadamente, seguirá marcando la agenda política de España durante muchos años, incluso si uno de los bloques resulta ganador con mayoría absoluta, lo cual es una auténtica catástrofe en un mundo que avanza inexorablemente de la mano de las nuevas tecnologías y de la globalización, y que no esperará a España para seguir progresando.
Pero
también la campaña ha introducido un factor nuevo que ni siquiera
emergió en 2015, cuando Ciudadanos y Podemos rompieron el tablero político y pusieron fin a casi cuatro décadas de bipartidismo imperfecto.
Y que tiene que ver con la ruptura de ese perímetro que son las
ideologías, que constituyen el espacio ordenado del debate político
porque introducen coherencia y racionalidad. Y que cuando se liquidan
solo emerge el fanatismo y la intolerancia.
Las ideologías, que han traído los mayores horrores del siglo XX, son hoy, sin embargo, irrelevantes en un mundo roto por la fragmentación del discurso político debido a la eclosión de las redes sociales, que han acabado con el monopolio de los medios de comunicación tradicionales a la hora de informar. Convirtiendo la política en un juego de agravios en los que todos se sienten víctimas del Gobierno de turno. Algo que explica el nacimiento de líderes —Trump, Orban, Salvini…— construidos sobre las cenizas de viejas democracias que han ninguneado a los perdedores de la globalización y de la revolución tecnológica, y que hoy se echan en manos de demagogos profesionales cuyo único interés es pasar a la historia como los elegidos para salvar a la gente corriente.
El resultado es una falsa polarización de la política que, en realidad, no es fácil encontrar en la sociedad, y que se basa, de nuevo, en el todo o nada, en la victoria o la derrota gracias a que la digitalización permite cuantificar las opiniones de una manera inédita confeccionando banderines de enganche aparentemente ideológicos que esconden algo muy distinto que el interés ciudadano en participar en la cosa pública. Y que, por el contrario, anima a muchos a participar en la vida política como si se tratara de un partido de fútbol o de una competición atlética sin que los aspectos cualitativos tengan alguna importancia.
Eso que se ha llamado democracia demoscópica bebe mucho de esta tendencia, que consiste en poner de moda un determinado movimiento porque refleja la pulsión primaria de la gente.
El propio Nietzsche lo dejó por escrito de forma lúcida. "El éxito", sostenía el pensamos alemán, "da frecuentemente a un hecho un honrado esplendor; el fracaso, por el contrario, sombrea con el remordimiento el acto más respetable. De allí nació la conocida práctica del político que dijo: Dadme solamente el éxito; con él pondré de mi lado a todas las almas honradas, y me haré honrado ante mis propios ojos. Todavía hoy, bastantes hombres cultos piensan que la victoria del cristianismo sobre la filosofía griega es prueba concluyente de la verdad del primero, aun cuando en este caso no haya existido sino el triunfo de la grosería y de la violencia sobre la inteligencia y la delicadeza".
La consecuencia vuelve a ser que la ausencia de equilibrio se impone frente a la mesura. Todo o nada. España o el caos. Conceptos terribles que representan lo peor de la condición humana son hoy trivializados como si las palabras fueran huecas. Como si llamar a alguien fascista o 'nazionalista', introduciendo esa zeta como un mensaje que no tiene nada de subliminal, como si fueran inocuos.
Todo es tan disparatado que a tenor de lo que se puede leer hoy en innumerables lugares, sobre todo en las redes sociales, habrá más de uno que piense que las calles de Madrid o de Barcelona, donde gobiernan esos "comunistas", están sembradas de checas. O que la marcha de los camisas negras no ha hecho más que comenzar este 28-A. La verdad, sin embargo, es la contraria. Hoy España votará en paz.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
El filósofo danés Georg Brandes, probablemente su mejor intérprete, sostenía, por su parte, que ese comportamiento no era más que "una forma de venganza". Ambos se consideran seguidores de Teognis, el filósofo griego que construyó su discurso en torno a la moral individual frente a la colectiva, por lo que para muchos es la base de la teoría del superhombre que defendía Nietzsche. Y que en su formulación actual tiene que ver con lo que hoy se llama 'empoderamiento', que tiende a individualizar los comportamientos sociales frente al interés general o colectivo.
Cada individuo, mirándose al ombligo, se considera el centro del universo aún a costa del saber académico y de la razón. Como ha escrito el profesor Vallespín, la democracia está desnuda cuando se desvanece la 'auctoritas', el viejo principio romano que legitimaba las instituciones a partir de la experiencia y el conocimiento. Hoy los alumnos dan clase a sus profesores y cualquier recién llegado a la política tiene una teoría del Estado que convierte a Maquiavelo en un advenedizo.
Hay
odio, hay resentimiento, pero también existen enormes dosis de rencor y
de sentimiento de venganza hacia el adversario político.
Los tres filósofos, en todo caso, son el eje de lo que el propio Brandes denominaba "pensamiento aristocrático", y que Stuart Mill quiso desmontar desde el utilitarismo, cuyo fin consiste, precisamente, en dar a los hombres tanta felicidad y tan poco sufrimiento como sea posible sin aspirar a planteamientos irracionales. Es por eso por lo que el pensador inglés puso empeño en demostrar cómo el sentimiento de justicia se ha desarrollado a partir del deseo animal de venganza por un daño o una pérdida, mientras que Eugen Dühring lo que intentó fue fundamentar el derecho penal sobre el deseo de venganza.
Una polarización artificial
La política española comienza a tener un poco de todos ellos. Hay odio, hay resentimiento, pero también hay enormes dosis de rencor y de sentimiento de venganza hacia el adversario político a quien se desprecia por sus ideas. Nunca antes una campaña había estado tan artificialmente polarizada.
Muchos de los mítines de esta extraña campaña electoral —y no solo por la irrupción de un partido como Vox— tienen que ver con lo peor del comportamiento humano, cuando la furia ideológica se impone a la razón y a los hechos ciertos. Incluso, a la ilustración. Probablemente, por la influencia de élites —eso que el propio Nietzsche llamaba "'radicalismo aristocrático" que entienden la política como un campo de batalla en el que se impone la estrategia de la tierra quemada.
O todo o nada. Y que ha afectado sin remedio a todos los líderes políticos una vez instalados en el poder. Sin duda, porque el sistema de listas cerradas es un incentivo negativo para compartir el poder y lo concentra en el líder del partido, que es quien decide los candidatos a ocupar una poltrona. El ganador se lo lleva todo.
La
industria del todo o nada es lo que puede explicar la beligerancia de
esta campaña, en la que se ha visibilizado como en ninguna el 'procés'
La bandera, siempre la bandera
O tirios y troyanos. O rojos o azules. O los de arriba o los de abajo. Las falsas fronteras que han levantado todos los dictadores mediante la construcción de un enemigo exterior común que presuntamente intenta liquidar la paz interior, que en realidad era la paz de los cementerios, y que en España, y esta es la gran novedad de esta campaña, tiene a la bandera como telón de fondo. En ningún país de Europa, como en España, la bandera se sitúa en el centro del debate político, lo cual sigue siendo la principal diferencia de la democracia española respecto de medio mundo.
La industria del todo o nada es lo que puede explicar la beligerancia de esta campaña, la primera en la que se ha podido visibilizar con claridad en el conjunto del Estado la influencia de la cuestión catalana y del 'procés' en el sistema político. Hasta el extremo de poner en duda la gobernabilidad futura del país si los partidos cumplen sus amenazas. Cataluña, desgraciadamente, seguirá marcando la agenda política de España durante muchos años, incluso si uno de los bloques resulta ganador con mayoría absoluta, lo cual es una auténtica catástrofe en un mundo que avanza inexorablemente de la mano de las nuevas tecnologías y de la globalización, y que no esperará a España para seguir progresando.
Las
ideologías, que han traído los mayores horrores del siglo XX, son hoy
irrelevantes en un mundo roto por la fragmentación del discurso político
Las ideologías, que han traído los mayores horrores del siglo XX, son hoy, sin embargo, irrelevantes en un mundo roto por la fragmentación del discurso político debido a la eclosión de las redes sociales, que han acabado con el monopolio de los medios de comunicación tradicionales a la hora de informar. Convirtiendo la política en un juego de agravios en los que todos se sienten víctimas del Gobierno de turno. Algo que explica el nacimiento de líderes —Trump, Orban, Salvini…— construidos sobre las cenizas de viejas democracias que han ninguneado a los perdedores de la globalización y de la revolución tecnológica, y que hoy se echan en manos de demagogos profesionales cuyo único interés es pasar a la historia como los elegidos para salvar a la gente corriente.
El resultado es una falsa polarización de la política que, en realidad, no es fácil encontrar en la sociedad, y que se basa, de nuevo, en el todo o nada, en la victoria o la derrota gracias a que la digitalización permite cuantificar las opiniones de una manera inédita confeccionando banderines de enganche aparentemente ideológicos que esconden algo muy distinto que el interés ciudadano en participar en la cosa pública. Y que, por el contrario, anima a muchos a participar en la vida política como si se tratara de un partido de fútbol o de una competición atlética sin que los aspectos cualitativos tengan alguna importancia.
Cinco candidatos y dos ganadores: la jugada de riesgo de los líderes en las urnas
Eso que se ha llamado democracia demoscópica bebe mucho de esta tendencia, que consiste en poner de moda un determinado movimiento porque refleja la pulsión primaria de la gente.
El éxito y el fracaso
El propio Nietzsche lo dejó por escrito de forma lúcida. "El éxito", sostenía el pensamos alemán, "da frecuentemente a un hecho un honrado esplendor; el fracaso, por el contrario, sombrea con el remordimiento el acto más respetable. De allí nació la conocida práctica del político que dijo: Dadme solamente el éxito; con él pondré de mi lado a todas las almas honradas, y me haré honrado ante mis propios ojos. Todavía hoy, bastantes hombres cultos piensan que la victoria del cristianismo sobre la filosofía griega es prueba concluyente de la verdad del primero, aun cuando en este caso no haya existido sino el triunfo de la grosería y de la violencia sobre la inteligencia y la delicadeza".
La consecuencia vuelve a ser que la ausencia de equilibrio se impone frente a la mesura. Todo o nada. España o el caos
La consecuencia vuelve a ser que la ausencia de equilibrio se impone frente a la mesura. Todo o nada. España o el caos. Conceptos terribles que representan lo peor de la condición humana son hoy trivializados como si las palabras fueran huecas. Como si llamar a alguien fascista o 'nazionalista', introduciendo esa zeta como un mensaje que no tiene nada de subliminal, como si fueran inocuos.
Todo es tan disparatado que a tenor de lo que se puede leer hoy en innumerables lugares, sobre todo en las redes sociales, habrá más de uno que piense que las calles de Madrid o de Barcelona, donde gobiernan esos "comunistas", están sembradas de checas. O que la marcha de los camisas negras no ha hecho más que comenzar este 28-A. La verdad, sin embargo, es la contraria. Hoy España votará en paz.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario