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jueves, 25 de abril de 2019
La desigualdad en España de la que nadie quiere hablar
Me refiero a la desigualdad
regional, y concretamente entre las grandes urbes (y hablamos de una o
dos por país) frente a las ciudades medianas y pequeñas y a las zonas
rurales
Foto: iStock
En mi última columna,
cuestionaba la relevancia de las promesas vertidas en los programas
electorales. En muchas ocasiones, dichas promesas plantean medidas que
el gracioso partido plantea realizar para luchar contra la desigualdad. Este concepto, el de desigualdad, varía en función de cómo se calcule, como ya expuse
hace un tiempo. Puede tratarse de desigualdad de riqueza (España sale
como uno de los países menos desiguales de Occidente) o de renta. A su
vez, esta última puede calcularse por ingresos antes de impuestos,
después de impuestos y de transferencias sociales e incluso intentando
reflejar el peso de los ingresos por la economía sumergida (para lo que
se emplea la desigualdad de consumo).
Por estas últimas métricas (ingresos), España es un país ligeramente más desigual que otros de nuestro entorno, y una parte relevante (el 80%, según la OCDE) de la desviación se explica por la diferencia en niveles de desempleo
(la tasa de España duplica la de la zona euro, y como es lógico, a más
desempleados, más desigualdad). De ahí se deduce que si España sigue
creando empleo a un ritmo que triplica el de la zona euro, poco a poco
iremos reduciendo el diferencial de desigualdad con otros países de la
zona euro (de cuatro centésimas, si cogemos el indicador Gini de
ingresos después de impuestos). La creación de empleo depende a su vez
del crecimiento económico, luego las medidas conducentes a maximizar
dicho crecimiento serán siempre de enhorabuena para atajar la gran
tragedia nacional (el desempleo, que sigue siendo mucho más elevado que
el de, por ejemplo, nuestro vecino Portugal) y a un tiempo reducir la
desigualdad de ingresos.
Las
causas más estructurales del aumento de la desigualdad en el mundo, muy
ligadas a la revolución tecnológica, han de ser combatidas, en mi
opinión, desde la reforma educativa, incluyendo la
formación continua, más que con populismos, que intentan dar una
respuesta sencilla a un problema complejo. “Si la cuarta revolución
industrial crea desigualdad, la solución es fácil, construyamos un muro
en México”. Por desgracia, el cerebro humano adora las soluciones
sencillas, pero la complejidad solo se ataja desde la complejidad.
Con
todo, me gustaría dedicar esta columna a otro tipo de desigualdad
rampante que ha crecido en intensidad desde finales de la década de los
setenta, no solo en España sino en el conjunto de Occidente e incluso en
muchos países emergentes. Me refiero a la desigualdad regional,
y concretamente entre las grandes urbes (y hablamos de una o dos por
país) frente a las ciudades medianas y pequeñas y las zonas rurales. En
el ámbito de Occidente, incluyendo España, los investigadores han
descubierto cómo desde la fecha aludida se observa un diferencial
creciente en la cantidad de trabajo ofrecido por las
primeras (grandes urbes) vs. las segundas (ciudades medianas y pequeñas,
así como zonas rurales), y también respecto a la remuneración de los
puestos ofrecidos entre primeras y segundas zonas.
Por otro lado, la globalización
ha supuesto que millones de trabajos estén hoy en día expuestos a la
competencia internacional, lo que provoca menor poder negociador de
salarios por parte de trabajadores, en especial en sectores muy
expuestos a importaciones, algo que ha hecho mella especialmente en
zonas que estaban muy industrializadas (a veces coincidentes con las
zonas geográficas que hoy en día se están quedando atrás) y que han
experimentado declives durante las últimas décadas. Estos tres factores
provocan una creciente desigualdad que hace mella especialmente entre la
clase media, disminuyendo la cohesión geográfica y nacional.
Dado el poco debate que se ha realizado sobre este fenómeno, no es de extrañar que apenas se hayan planteado políticas ni medidas
conducentes a discutir soluciones. Quizás esta olla a presión explique
en parte protestas políticas como las que ejemplifican los chalecos
amarillos en Francia o el desglose del voto sobre el referéndum del
Brexit. No estamos hablando de que en una zona del país se genere mucha
riqueza y en otra se destruya, sino de que las velocidades de progreso
han entrado en niveles muy diferentes, lo que provoca migración cada vez
más intensa desde ciudades pequeñas a ciudades muy grandes, lo que
agrava la situación demográfica, económica y social.
Parte de la discusión sobre las causas se basa en el impacto que la cuarta revolución industrial, la revolución del conocimiento,
ha presentado sobre la oferta de trabajo en forma de puestos muy
cualificados. Si el sistema educativo, tanto a tiempo completo como en
formación continua, no ha sido capaz de adecuarse a los cambios en la
oferta laboral, la consecuencia es una mayor dispersión de salarios y de
oportunidades geográficas, ya que la sociedad del conocimiento genera
'efectos red', lo que provoca que una sola zona puede atraer a la
inmensa mayoría del sector del conocimiento en un solo país, en
detrimento de oportunidades en el resto.
El problema es profundo, lo que exige de un profundo debate y de profundas soluciones.
Como este fenómeno también se ha producido en los países emergentes, en
alguno se decidió asignar capitales políticas distintas de las
económicas (Islamabad, Ankara). Otros países occidentales (Reino Unido,
Noruega) han comenzado a experimentar utilizando precisamente la
tecnología para descentralizar funciones de la capitalidad, mejorar así
las condiciones de vida de funcionarios (mejor calidad de vida, más
fácil acceso a vivienda) y además mitigar la desigualdad geográfica (por
cada funcionario desplazado, se generan más de 0,5 puestos de trabajo
indirectos, como señaló hace poco 'The Economist').
Si
creemos en una nación cohesionada, es importante no solo centrarse en
la retórica sino en los hechos, y estos son que desgraciadamente
avanzamos hacia dos Españas.
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