Josep Miró i Ardèvol
Ya se escucha una respuesta, la primera, antes incluso de indagar sobre las causas como siempre acaece ante toda gran destrucción. Surge una sola palabra de los católicos de Francia, de muchos de sus conciudadanos, de la propia presidencia de la república, laica y republicana. ¡Reconstrucción! Esa es la palabra necesaria, incluso antes de la lamentación y el duelo: reconstruir lo destruido. Esto es lo que debemos aprender.
El catolicismo en España vive otra destrucción, lenta, más erosiva que explosiva, pero igualmente destructora. No es material, es mucho peor porque afecta a las almas, como señaló Jesús, a las almas que se pierden porque no conocen a Dios o abominan de Él, o trivialmente, sin demasiada reflexión, renuncian a Él.
Destrucción también de la identidad católica, no solo porque parte de quienes lo son no viven como tales, sino, sobre todo, porque en la palabra de la propia Iglesia, en demasiados casos, empezando por un número no pequeño de scuelas católicas y también en distintas parroquias, el cristianismo no se trasmite desde la mirada de Dios, es decir, del camino de Jesucristo, sino desde categorías humanas. Se confunde el ser católico con el ser buena gente a ojos del mundo, y se olvida lo fundamental: el mundo no es nuestra pauta, al contrario, y sobre ello ya nos advirtió Jesús con ejemplos de una exigencia extraordinaria: “Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú, ve, y anuncia el Reino de Dios” (Lucas 9, 60).
Y en este contexto se suma una nueva derrota, y van… El 70% o más de la población española apoya la eutanasia, entre ellos muchos católicos, como antes ha sucedido con tantas otras cosas como el aborto, el matrimonio homosexual, la perspectiva de género como doctrina de Estado, que se ha quedado con independencia de quién gobernase. España se va volviendo un país único en Europa. Reúne todo lo que son modelos de vida frontalmente contrarios a la fe cristiana y a la antropología y moral a la que da lugar.
¿Cuándo fue la última victoria, el último éxito? ¿Nadie se siente concernido por ello? ¿Nadie sufre, se preocupa, se interroga? ¿O es que ya se da por descontado que católico es sinónimo de derrotado? Porque entre los vencidos están también aquellos que al final solo saben responder con un exabrupto, una provocación inútil.
Pues hay que decir alto y claro que no tiene por qué ser así, porque Dios no nos convoca al derrotismo, ni a la inanidad, al “qué le vamos a hacer”. Si nuestros predecesores desde el siglo I se hubieran comportado así ¿dónde estaríamos nosotros?
La respuesta es la de los católicos franceses ante Notre Dame en llamas: ¡Reconstruir, regenerar, renacer!
Hay que abandonar el fraccionalismo católico, superar la diáspora política y construir una presencia fuerte y unida en el espacio público. Salir de los reductos y situarnos en el medio de la plaza pública, porque:
“Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los haré una sola nación en mi tierra… No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y sus transgresiones… Los purificaré y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Haré con ellos una alianza… Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre” (Ez 37, 21-28).
“No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con la verdad. No vacilará ni se quebrará hasta implantar la justicia en el país” (Is 42, 2-4).
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL
Publicado en Forum Libertas.
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