La legislatura que termina este jueves ha visto el fin de la gran coalición, el Brexit, la crisis catalana, la de refugiados y griega. Cinco años que cambiaron Europa.
Pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo. (Reuters)
Hubo un tiempo en el que Europa era ese lugar en el que se discutían
las ayudas a la producción lechera, ayudas agrarias, asuntos
arancelarios y algunos acuerdos comerciales. Bruselas podía aburrir
hasta al más europeísta. Esos tiempos cambiaron. La actual Eurocámara ha vivido desde dentro la transformación de Europa.
Durante el último lustro, desde que en julio de 2014 se inaugurara la actual legislatura, el Parlamento Europeo ha visto como una Europa relativamente estable se adentraba en las profundidades de la crisis. Al poco tiempo dejó de ser una, y pasaron a ser muchas. El proyecto europeo estaba rodeado por todos los flancos. Cuando salía de una entraba en la siguiente.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, lo calificó de “policrisis”. Cinco años que han cambiado por completo Europa y que los eurodiputados que se han sentado durante este tiempo en el hemiciclo han vivido desde dentro. Bruselas se ha convertido en el centro político de todas las crisis. Ha pasado de una capital burocrática a una capital política. La mala noticia para la UE es que eso significa que está atravesando dificultades. La buena noticia es que, al menos, esas complicaciones están dando forma a la Bruselas política que se supone que debe tener el proyecto europeo, una capital y un lugar al que todos miran cuando buscan respuestas.
En cuanto que comenzó la legislatura llegó la victoria de Syriza en Grecia, la llegada de Alexis Tsipras al Gobierno en Atenas, y con él un ministro de Finanzas en moto: Yannis Varoufakis. La crisis casi acaba con el país fuera de la Eurozona y la zona euro destruida.
El Parlamento Europeo, cuyo poder ha ido creciendo a lo largo de los años, asistió impotente a unas negociaciones destructivas, en las que la UE cometió numerosos errores, en los que el Eurogrupo acabó expulsando al ministro griego de la habitación y en la que los procesos de decisión europeos quedaron en entredicho.
Recientemente, con algunas heridas institucionales de la crisis griega ya cerradas, Juncker entonó el mea culpa ante los eurodiputados en Estrasburgo: “Hemos sido insuficientemente solidarios con Grecia, hemos insultado a Grecia”.
Con Atenas de vuelta anclada en la zona euro, el siguiente problema llegó a sus costas: la crisis de refugiados de 2015. En este caso no fue la Eurozona la que estuvo a punto de saltar por los aires, sino que fue la zona Schengen la que notó cómo crujían sus costuras.
Casi dos millones de personas llegaron de forma ilegal a Europa en 2015 y el Parlamento Europeo, como el resto de las instituciones europeas, vivió un debate interno intenso durante aquellos días que ha cambiado de forma definitiva como la UE se relaciona con sus vecinos y su aproximación a las crisis humanitarias.
En marzo de 2016 la UE llegó a uno de los acuerdos más difíciles que ha cerrado, pero a la vez uno de los más efectivos, del que la cúpula de la Unión no da marcha atrás: el pacto entre Bruselas y Ankara para la devolución a Turquía de migrantes irregulares. Dicho acuerdo recibió algunas críticas importantes por parte de la Eurocámara.
Eso también provocó el aumento del flujo migratorio por la ruta del Mediterráneo central, la que está entre las costas africanas y las italianas, aumentando la presión migratoria sobre Italia, uno de los elementos centrales que llevaron a la xenófoba Lega de Matteo Salvini al Gobierno en marzo de 2018 de la mano del partido antiestablishment Movimento 5 Stelle.
El Parlamento Europeo ha llegado a un acuerdo para negociar una reforma del sistema de Dublín que rige el mecanismo de asilo de la UE y que la crisis de 2015 demostró obsoleto. Pero por el momento los Estados miembros, especialmente el bloque del este, se niegan a la renovación: con el sistema roto los flujos migratorios se gestionan de emergencia en emergencia y con soluciones ad hoc que nunca les implican a ellos.
En junio de 2016 el Parlamento Europeo recibió en shock el voto de los británicos en el referéndum de salida de la Unión Europea, con el principal promotor del Brexit sentado en la sala: Nigel Farage.
Desde entonces la Eurocámara ha tenido un papel secundario pero importante en el Brexit. La Comisión Europea, que es la que está a cargo de las negociaciones, ha mantenido un contacto continuo con el grupo coordinador del Brexit en el Parlamento Europeo, presidido por Guy Verhofstadt.
Durante el tiempo que han durado las conversaciones con Londres la Eurocámara ha tenido como prioridad la protección de los derechos de los ciudadanos comunitarios en el Reino Unido y viceversa. Aunque el Parlamento Europeo considera que el actual acuerdo respeta dichos derechos algunos eurodiputados han pedido un mayor nivel de protección.
Solo hay un evento político comparable al Brexit en esta legislatura: la crisis catalana. En septiembre, octubre y noviembre de 2017 el ambiente en la capital comunitaria era casi irrespirable, y no era menos en el microclima que es el Parlamento Europeo.
Los puentes entre eurodiputados del bloque constitucionalista e independentista se rompieron, hubo intercambios de correos con muchísimo personal del Parlamento Europeo y eurodiputados extranjeros en copia. Los miembros independentistas catalanes aprovecharon la tribuna del hemiciclo para mandar su mensaje al resto de Europa.
Gran parte de la campaña internacional del ‘procés’ se fraguó en los pasillos del Parlamento Europeo, tiempo antes del referéndum ilegal de independencia. A las vez los eurodiputados del bloque constitucionalista consideraban clave plantar cara a esa narrativa en Bruselas.
El día crucial fue el 4 de octubre. Tres jornadas después del referéndum ilegal de independencia y la cargas policiales el Parlamento Europeo organiza un debate de urgencia como parte de su sesión plenaria en Estrasburgo. Las anteriores 48 horas fueron un tsunami total y los servicios de redes sociales de la Comisión Europea nunca habían visto nada igual: un auténtico terremoto de reacciones en Twitter y Facebook.
Aquel día le tocaba hablar a Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea tras tres días de asedio total. La imagen de España se derrumbaba pero Bruselas, que sí que había criticado las imágenes del 1-O, había corregido y se volvió a cerrar filas con España a las pocas horas.
Las críticas eran durísimas y llegaban desde todos lados, aunque especialmente desde la bancada de los verdes y la izquierda unitaria, donde se encuadran Unidas Podemos. Se pedía a Bruselas que no guardara silencio. Pero no se limitaba a partidos afines al independentismo catalán. En todos los grupos había eurodiputados que, todavía con el shock de las imágenes del 1-O, se alinearon con las fuerzas catalanas.
El discurso del vicepresidente era clave porque, además, parecía el más proclive a criticar a España. Pero el holandés fue tajante. “El respeto a la ley no es opcional, es fundamental. Si la ley no te da lo que quieres puedes oponerte a ella, puedes trabajar para cambiarla. Pero no puedes ignorarla”, señaló Timmermans. Ahí empezó a bajar el hinchazón.
Las pasiones del ‘Procés’ siguen hasta hoy, aunque ya nada tienen que ver con las de 2017. Recientemente la Eurocámara vetó un acto de Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat, reavivando la crítica por parte de sectores independentistas. El líder catalán fugado finalmente logró entrar en la institución en otra ocasión para la inauguración de una exposición sobre la lengua catalana, lo que es una demostración de hasta qué punto es importante una imagen dentro de la Eurocámara en la lucha mediática del independentismo.
En la última sesión de esta legislatura por los pasillos siguen paseando decenas de personas que lucen lazos amarillos en contra del juicio a los líderes políticos del ‘procés’ por el referéndum ilegal. Y los lazos seguirán ahí cuando comience la próxima legislatura, cuando muchos prevén que se recrudezca la situación: la participación de líderes procesados en las elecciones europeas volverá a poner el asunto en el foco de atención y la sentencia del juicio llegará con la próxima Eurocámara recién estrenada.
Todos estos son elementos exógenos, que han afectado al Parlamento Europeo pero que no forman parte de su trabajo. De lo que está orgulloso el personal de la Eurocámara es de las cosas que se han conseguido durante los últimos años.
Por ejemplo el final del roaming, una de las medidas más populares de la Unión Europea. También en el Parlamento Europeo está el origen de sortear billetes de Interrail a jóvenes europeos que cumplen 18 años.
En octubre de 2016 el Parlamento Europeo dio su luz verde al acuerdo del clima de París, un momento histórico para los eurodiputados que vieron en cuestión de meses cómo su ilusión se derrumbaba cuando Donald Trump, presidente americano, anunciaba que EEUU abandonaría el acuerdo.
También en 2016 la Eurocámara aprobó la nueva normativa de seguridad de datos europea, la GDPR, una norma revolucionaba que recoge el “derecho al olvido” en Internet y que trata de poner el control de los datos en manos del consumidor. También recoge la posibilidad de multas de hasta el 4% de la facturación global a las empresas que lo infrinjan. Fuera de Europa se intenta seguir el ejemplo establecido por la GDPR.
En febrero de 2017 el Parlamento Europeo dio luz verde al acuerdo comercial con Canadá (CETA) después de que una pequeña región de Bélgica pusiera el tratado contra las cuerdas y estuviera a punto de hacerlo fracasar cuando ya se había cerrado el texto.
La Eurocámara ha sido escenario durante estos últimos años de otros capítulos importantes pero que no se resumen en la votación de una norma o de una resolución. Por ejemplo, en los pasillos de la institución europea comenzó la denuncia de asistentes a algunos eurodiputados por abusos sexuales y el movimiento 'Me Too' ha tenido en el Parlamento Europeo una de las plataformas más destacadas.
Fruto de la crisis migratoria a partir de 2015 Europa es sacudida por la aparición y consolidación de fuerzas nacionalpopulistas en el continente. El Parlamento Europeo es la cantera de dos de sus principales estrellas: el italiano Matteo Salvini, ahora viceprimer ministro, y la líder francesa Marine Le Pen, que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales.
La próxima Eurocámara será, en gran parte, producto de este terremoto, y las fuerzas euroescépticas entrarán con una mayor fuerza. La idea de fondo es que los fantasmas que ha despertado la crisis migratoria están para quedarse, y que lejos de ser un mal trago, el proyecto europeo tendrá que acostumbrarse a las fuerzas eurófobas cada vez más presentes.
El Parlamento Europeo también ha vivido como protagonista dos capítulos relacionados esta crisis política: el ataque al Estado de derecho en Polonia y en Hungría. Ambos países tienen activados el artículo 7 de los Tratados, que permite, en última instancia, quitar a un Estado miembro su derecho a voto en el Consejo si está atacando a los valores europeos más básicos. Contra Budapest fue la propia Eurocámara la que inició el procedimiento.
NACHO ALARCÓN Vía EL CONFIDENCIAL
Durante el último lustro, desde que en julio de 2014 se inaugurara la actual legislatura, el Parlamento Europeo ha visto como una Europa relativamente estable se adentraba en las profundidades de la crisis. Al poco tiempo dejó de ser una, y pasaron a ser muchas. El proyecto europeo estaba rodeado por todos los flancos. Cuando salía de una entraba en la siguiente.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, lo calificó de “policrisis”. Cinco años que han cambiado por completo Europa y que los eurodiputados que se han sentado durante este tiempo en el hemiciclo han vivido desde dentro. Bruselas se ha convertido en el centro político de todas las crisis. Ha pasado de una capital burocrática a una capital política. La mala noticia para la UE es que eso significa que está atravesando dificultades. La buena noticia es que, al menos, esas complicaciones están dando forma a la Bruselas política que se supone que debe tener el proyecto europeo, una capital y un lugar al que todos miran cuando buscan respuestas.
Crisis griega
En cuanto que comenzó la legislatura llegó la victoria de Syriza en Grecia, la llegada de Alexis Tsipras al Gobierno en Atenas, y con él un ministro de Finanzas en moto: Yannis Varoufakis. La crisis casi acaba con el país fuera de la Eurozona y la zona euro destruida.
El Parlamento Europeo, cuyo poder ha ido creciendo a lo largo de los años, asistió impotente a unas negociaciones destructivas, en las que la UE cometió numerosos errores, en los que el Eurogrupo acabó expulsando al ministro griego de la habitación y en la que los procesos de decisión europeos quedaron en entredicho.
Recientemente, con algunas heridas institucionales de la crisis griega ya cerradas, Juncker entonó el mea culpa ante los eurodiputados en Estrasburgo: “Hemos sido insuficientemente solidarios con Grecia, hemos insultado a Grecia”.
Crisis de refugiados
Con Atenas de vuelta anclada en la zona euro, el siguiente problema llegó a sus costas: la crisis de refugiados de 2015. En este caso no fue la Eurozona la que estuvo a punto de saltar por los aires, sino que fue la zona Schengen la que notó cómo crujían sus costuras.
Casi dos millones de personas llegaron de forma ilegal a Europa en 2015 y el Parlamento Europeo, como el resto de las instituciones europeas, vivió un debate interno intenso durante aquellos días que ha cambiado de forma definitiva como la UE se relaciona con sus vecinos y su aproximación a las crisis humanitarias.
Atrapados en las islas: tres años del acuerdo para blindar Europa ante los refugiados
En marzo de 2016 la UE llegó a uno de los acuerdos más difíciles que ha cerrado, pero a la vez uno de los más efectivos, del que la cúpula de la Unión no da marcha atrás: el pacto entre Bruselas y Ankara para la devolución a Turquía de migrantes irregulares. Dicho acuerdo recibió algunas críticas importantes por parte de la Eurocámara.
Eso también provocó el aumento del flujo migratorio por la ruta del Mediterráneo central, la que está entre las costas africanas y las italianas, aumentando la presión migratoria sobre Italia, uno de los elementos centrales que llevaron a la xenófoba Lega de Matteo Salvini al Gobierno en marzo de 2018 de la mano del partido antiestablishment Movimento 5 Stelle.
El Parlamento Europeo ha llegado a un acuerdo para negociar una reforma del sistema de Dublín que rige el mecanismo de asilo de la UE y que la crisis de 2015 demostró obsoleto. Pero por el momento los Estados miembros, especialmente el bloque del este, se niegan a la renovación: con el sistema roto los flujos migratorios se gestionan de emergencia en emergencia y con soluciones ad hoc que nunca les implican a ellos.
Brexit
En junio de 2016 el Parlamento Europeo recibió en shock el voto de los británicos en el referéndum de salida de la Unión Europea, con el principal promotor del Brexit sentado en la sala: Nigel Farage.
Desde entonces la Eurocámara ha tenido un papel secundario pero importante en el Brexit. La Comisión Europea, que es la que está a cargo de las negociaciones, ha mantenido un contacto continuo con el grupo coordinador del Brexit en el Parlamento Europeo, presidido por Guy Verhofstadt.
Durante el tiempo que han durado las conversaciones con Londres la Eurocámara ha tenido como prioridad la protección de los derechos de los ciudadanos comunitarios en el Reino Unido y viceversa. Aunque el Parlamento Europeo considera que el actual acuerdo respeta dichos derechos algunos eurodiputados han pedido un mayor nivel de protección.
El Brexit agrieta la unidad institucional de la UE con vuelo de cuchillos en la Eurocámara
Crisis catalana
Solo hay un evento político comparable al Brexit en esta legislatura: la crisis catalana. En septiembre, octubre y noviembre de 2017 el ambiente en la capital comunitaria era casi irrespirable, y no era menos en el microclima que es el Parlamento Europeo.
Los puentes entre eurodiputados del bloque constitucionalista e independentista se rompieron, hubo intercambios de correos con muchísimo personal del Parlamento Europeo y eurodiputados extranjeros en copia. Los miembros independentistas catalanes aprovecharon la tribuna del hemiciclo para mandar su mensaje al resto de Europa.
Gran parte de la campaña internacional del ‘procés’ se fraguó en los pasillos del Parlamento Europeo, tiempo antes del referéndum ilegal de independencia. A las vez los eurodiputados del bloque constitucionalista consideraban clave plantar cara a esa narrativa en Bruselas.
El ‘procés’ ya no levanta pasiones en la Eurocámara ante el inicio del juicio al 1-O
El día crucial fue el 4 de octubre. Tres jornadas después del referéndum ilegal de independencia y la cargas policiales el Parlamento Europeo organiza un debate de urgencia como parte de su sesión plenaria en Estrasburgo. Las anteriores 48 horas fueron un tsunami total y los servicios de redes sociales de la Comisión Europea nunca habían visto nada igual: un auténtico terremoto de reacciones en Twitter y Facebook.
Aquel día le tocaba hablar a Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea tras tres días de asedio total. La imagen de España se derrumbaba pero Bruselas, que sí que había criticado las imágenes del 1-O, había corregido y se volvió a cerrar filas con España a las pocas horas.
Las críticas eran durísimas y llegaban desde todos lados, aunque especialmente desde la bancada de los verdes y la izquierda unitaria, donde se encuadran Unidas Podemos. Se pedía a Bruselas que no guardara silencio. Pero no se limitaba a partidos afines al independentismo catalán. En todos los grupos había eurodiputados que, todavía con el shock de las imágenes del 1-O, se alinearon con las fuerzas catalanas.
El discurso del vicepresidente era clave porque, además, parecía el más proclive a criticar a España. Pero el holandés fue tajante. “El respeto a la ley no es opcional, es fundamental. Si la ley no te da lo que quieres puedes oponerte a ella, puedes trabajar para cambiarla. Pero no puedes ignorarla”, señaló Timmermans. Ahí empezó a bajar el hinchazón.
Las pasiones del ‘Procés’ siguen hasta hoy, aunque ya nada tienen que ver con las de 2017. Recientemente la Eurocámara vetó un acto de Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat, reavivando la crítica por parte de sectores independentistas. El líder catalán fugado finalmente logró entrar en la institución en otra ocasión para la inauguración de una exposición sobre la lengua catalana, lo que es una demostración de hasta qué punto es importante una imagen dentro de la Eurocámara en la lucha mediática del independentismo.
En la última sesión de esta legislatura por los pasillos siguen paseando decenas de personas que lucen lazos amarillos en contra del juicio a los líderes políticos del ‘procés’ por el referéndum ilegal. Y los lazos seguirán ahí cuando comience la próxima legislatura, cuando muchos prevén que se recrudezca la situación: la participación de líderes procesados en las elecciones europeas volverá a poner el asunto en el foco de atención y la sentencia del juicio llegará con la próxima Eurocámara recién estrenada.
Otras claves de esta legislatura
Todos estos son elementos exógenos, que han afectado al Parlamento Europeo pero que no forman parte de su trabajo. De lo que está orgulloso el personal de la Eurocámara es de las cosas que se han conseguido durante los últimos años.
Por ejemplo el final del roaming, una de las medidas más populares de la Unión Europea. También en el Parlamento Europeo está el origen de sortear billetes de Interrail a jóvenes europeos que cumplen 18 años.
En octubre de 2016 el Parlamento Europeo dio su luz verde al acuerdo del clima de París, un momento histórico para los eurodiputados que vieron en cuestión de meses cómo su ilusión se derrumbaba cuando Donald Trump, presidente americano, anunciaba que EEUU abandonaría el acuerdo.
Siria firma el Acuerdo de París: EEUU es el único país fuera de este pacto global
También en 2016 la Eurocámara aprobó la nueva normativa de seguridad de datos europea, la GDPR, una norma revolucionaba que recoge el “derecho al olvido” en Internet y que trata de poner el control de los datos en manos del consumidor. También recoge la posibilidad de multas de hasta el 4% de la facturación global a las empresas que lo infrinjan. Fuera de Europa se intenta seguir el ejemplo establecido por la GDPR.
En febrero de 2017 el Parlamento Europeo dio luz verde al acuerdo comercial con Canadá (CETA) después de que una pequeña región de Bélgica pusiera el tratado contra las cuerdas y estuviera a punto de hacerlo fracasar cuando ya se había cerrado el texto.
La Eurocámara ha sido escenario durante estos últimos años de otros capítulos importantes pero que no se resumen en la votación de una norma o de una resolución. Por ejemplo, en los pasillos de la institución europea comenzó la denuncia de asistentes a algunos eurodiputados por abusos sexuales y el movimiento 'Me Too' ha tenido en el Parlamento Europeo una de las plataformas más destacadas.
Terremoto nacionalista
Fruto de la crisis migratoria a partir de 2015 Europa es sacudida por la aparición y consolidación de fuerzas nacionalpopulistas en el continente. El Parlamento Europeo es la cantera de dos de sus principales estrellas: el italiano Matteo Salvini, ahora viceprimer ministro, y la líder francesa Marine Le Pen, que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales.
La próxima Eurocámara será, en gran parte, producto de este terremoto, y las fuerzas euroescépticas entrarán con una mayor fuerza. La idea de fondo es que los fantasmas que ha despertado la crisis migratoria están para quedarse, y que lejos de ser un mal trago, el proyecto europeo tendrá que acostumbrarse a las fuerzas eurófobas cada vez más presentes.
El Parlamento Europeo también ha vivido como protagonista dos capítulos relacionados esta crisis política: el ataque al Estado de derecho en Polonia y en Hungría. Ambos países tienen activados el artículo 7 de los Tratados, que permite, en última instancia, quitar a un Estado miembro su derecho a voto en el Consejo si está atacando a los valores europeos más básicos. Contra Budapest fue la propia Eurocámara la que inició el procedimiento.
NACHO ALARCÓN Vía EL CONFIDENCIAL
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