Un niño en uno de los campos de refugiados en la frontera entre Venezuela y Colombia.
LUIS ROBAYO / AFP
Tenemos una crisis informativa en Venezuela. Puede parecer una nimiedad comparada con las múltiples crisis que asolan a los venezolanos
(alimentaria, médica, de refugiados, económica, institucional y de
derechos humanos) pero conviene tomársela muy en serio. Porque sus
responsables buscan paralizar la ola de solidaridad internacional que,
saben, es lo que de verdad derribará a Maduro y su régimen criminal.
¿Cómo
lo hacen? Sembrando las dudas sobre los hechos, incontrovertibles, que
describen la realidad venezolana y esas múltiples crisis. Planteando versiones alternativas
que supuestamente explicarían esos hechos. Apuntando a intereses
oscuros y operadores en la sombra que estarían bloqueando una solución
pacífica. Apelando a una paz y diálogo sin contenido.
Esa estrategia se llama desinformación
y es mucho más eficaz y peligrosa que las noticias falsas (que son más
fáciles de desmontar). Busca sembrar dudas sobre los hechos, confundir a
la opinión pública con informaciones contradictorias, llevar al público
a pensar que los periodistas mienten, son parciales u ocultan la
verdad, que los medios de comunicación están sesgados ideológicamente o
al servicio de empresas o gobierno. ¿El objetivo? Que
concluyamos que con tantos intereses en juego nunca conoceremos la
verdad sobre los hechos, dejemos de prestar atención y tiremos la toalla.
Es el caso, reciente, de los cortes de luz, claramente atribuibles a la
corrupción y a la incompetencia, y no a los sabotajes, pero eficazmente
manipulados.
Una prueba del éxito de esa estrategia de
desinformación es que políticos y opinadores españoles, también
periodistas, difundan esas versiones, renuncien a investigar los hechos,
releguen Venezuela de la atención informativa y, en último extremo,
abdiquen de su responsabilidad con la verdad.
Piensen, por ejemplo, en
cuántos periodistas se embarcaron en el Aquarius para contarnos el
periplo de aquellos inmigrantes y cuántos narran en directo la vida en
los campamentos de refugiados venezolanos en Colombia. Piensen
en cómo seguimos el éxodo de los refugiados sirios y qué poco sabemos de
los tres millones de venezolanos que han huido del país.
Piensen en el niño kurdo Aylan ahogado en la playa y díganme el nombre
de un joven estudiante ejecutado a sangre fría por los colectivos
paramilitares, de alguna mujer que haya muerto en un quirófano sin luz o
de una sola persona que haya abandonado ese país con lo puesto víctima
de la pura desesperación. ¿Sus nombres? No, Venezuela no es mentira. Es
verdad.
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA Vía EL MUNDO
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