Tras tres años de desencuentros y desacuerdos, Pedro Sánchez y Albert Rivera, vuelven a coincidir en algo: el PSOE gobernará, pero no será con los votos ni con la ayuda de Cs
(Ilustración: Raúl Arias)
En la sede del partido ganador, las consignas que coreó la militancia
tuvieron en común la prevalencia de la palabra NO: desde el obligado “No es No”, que es ya grito de ordenanza del sanchismo
y sirve para cualquier momento y ocasión, al rancio “No pasarán” de la
guerra civil, o a ese “con Rivera, no” (que evoca el ¡Maura no! de 110
años atrás), que será la frase más recordada –también fue la más
calculada- de la noche electoral.
Tras tres años de desencuentros y desacuerdos, Pedro Sánchez y Albert Rivera, vuelven a coincidir en algo: el PSOE gobernará, pero no será con los votos ni con la ayuda de Ciudadanos. Sánchez necesitaba, eso sí, dejar claro que el cordón sanitario no se lo pone Rivera a él, sino los militantes del PSOE a Rivera. De ahí el orquestado cántico.
El éxito en unas elecciones se mide por el cumplimiento del objetivo que cada cual se propone. En esta ocasión, el objetivo de Pedro Sánchez era conseguir un resultado que le garantizara la investidura sin depender obligatoriamente del apoyo de los independentistas. Objetivo alcanzado. Tras contar votos y escaños, no hay otro candidato viable a la presidencia que él. Su investidura en la segunda votación –en la que ya no se requerirá mayoría absoluta- es más que probable: para impedirla tendrían que unirse toda la derecha y todos los grupos nacionalistas de la Cámara para votar negativamente. Puede conseguirla sin necesitar otra cosa, en el peor de los casos, que algunas abstenciones de quienes han sido sus socios hasta ayer.
Sánchez reconoció la oportunidad, calculó bien los tiempos y, como suele hacer, se lanzó hacia el objetivo con determinación fiera y sin reparar en medios. Este triunfo es su cosecha.
El objetivo de Albert Rivera, abandonado el sueño macroniano y descartada por él mismo la opción de hacer carrera como bisagra, era disputar al PP el liderazgo político de la derecha. Su campaña se planteó de principio a fin con la única clave de compaginar un buen crecimiento propio con el máximo debilitamiento del Partido Popular, vigilando de reojo la crecida de Vox. Sánchez sólo fue el adversario de referencia en esa interna de la derecha.
Rivera también ha alcanzado su objetivo y ello le convierte en el segundo triunfador de estas elecciones. Más allá de su excelente resultado numérico –un millón de votos más y una ganancia de 25 escaños-, sale de este envite convertido en el líder virtual de la oposición al próximo gobierno de Sánchez. Con el PP en derribo por ruina (no sólo política, también financiera) y Vox frustrado en sus desmesuradas expectativas, Ciudadanos queda como el único faro encendido para el deprimido electorado de la derecha.
Entre el PP, Ciudadanos y Vox suman los mismos votos (11 millones) que obtuvo Mariano Rajoy en 2011. Están ahí para quien tenga la energía y la capacidad para encabezarlos. Rivera se pondrá desde hoy mismo a la tarea, y el primer paso será intentar hacerse con un puñado de alcaldías y presidencias autonómicas de gran valor simbólico. Por ejemplo, Madrid.
Tras el éxito de su estrategia, seguir especulando con la especie de que Rivera estará disponible para convertirse en socio subalterno de un gobierno de Sánchez es puro voluntarismo. Volar ese puente ha sido el núcleo de su oferta electoral. Conmigo no, ha repetido hasta el hartazgo. Sánchez le respondió haciendo gritar lo mismo a sus seguidores: con Rivera, no.
El objetivo de Iglesias era y es simplemente entrar en el próximo Gobierno (no él necesariamente, sino su partido). Sólo así podrá mantener en pie el dañado chiringuito que dirige sin que le pidan demasiadas explicaciones por su responsabilidad personal en una derrota sin paliativos. Su talento en esta campaña, como se vio en los debates, fue hacer de la debilidad una fortaleza: renunciar a competir con Sánchez para convertirse, le guste o no, en acompañante imprescindible.
También ese objetivo ha quedado encarrilado. Lo tomas o lo dejas: sin Podemos, no habrá investidura. Y sin gobierno de coalición, no habrá apoyo de Podemos... Cuatro años acarreando votos en el Parlamento para que Sánchez se luzca en solitario en el Gobierno sin contrapeso alguno es algo que Iglesias ya no puede permitirse.
Así pues, la noche electoral dejó tres ganadores: Sánchez, Rivera e Iglesias. Sus resultados han sido muy dispares, pero cada uno de ellos tiene lo que quería.
El perdedor por excelencia es el PP. Lo suyo puede calificarse sin exageración como un siniestro catastrófico, de muy dudosa recuperación en el futuro previsible. El partido que presume de haber sacado a España de la crisis económica se ha dejado por el camino la friolera de seis millones y medio de votos en dos plazos: la mitad en 2015 y la otra mitad ahora. Y se ha quedado tiritando entre dos adversarios, Ciudadanos y Vox, dispuestos a devorar sus restos.
El PP ha pagado una triple factura. La de la corrupción es, sin duda, la más costosa (espero que después de esto nadie vuelva a decir que en España la corrupción no tiene castigo electoral). La segunda factura es la de su gestión del conflicto de Cataluña y, singularmente, del 1 de octubre. La tercera es entregar el poder a Sánchez sin ofrecer otra resistencia visible que un bolso en un escaño presidencial vacío.
Todos esos hechos indignaron a la base social del PP, sumiéndola en un estado de aturdimiento del que aún no ha salido. Entre otras cosas, porque nadie ha ofrecido una explicación satisfactoria ni ha sido capaz de liderar convincentemente un nuevo emprendimiento político.
La mochila de Rajoy ha resultado ser pesadísima, pero es también inocultable el fracaso personal de Pablo Casado. Sencillamente, no ha logrado que crean en él. Como punto de partida de un proyecto de recuperación política, aquel congreso de julio del 18 fue un acto fallido. Lo malo es que ahora el PP se ve como el equipo que tiene que jugar la segunda parte de una final con 2-0 en contra, dos tarjetas rojas y todos los cambios agotados. Su perspectiva de volver al poder es lejana; su liderazgo de la oposición, sometido a una OPA hostil; y puede que esté en peligro su subsistencia a medio plazo.
Hace 72 horas, la noticia más proclamada y temida de estas elecciones era la irrupción incontenible de la extrema derecha. Leer la prensa europea anunciando el apocalipsis en España daba miedo. Finalmente, el ciclón se ha quedado en marejada. 24 diputados que no condicionan a ningún gobierno ni liderarán ninguna oposición (aunque volverán a hacerse presentes en ayuntamiento y comunidades el 26 de mayo). Vox es la novedad, pero no la noticia de las elecciones.
Los estudios postelectorales demostrarán que quien los ha frenado han sido las mujeres, actuando en defensa propia. Gracias otra vez.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
Tras tres años de desencuentros y desacuerdos, Pedro Sánchez y Albert Rivera, vuelven a coincidir en algo: el PSOE gobernará, pero no será con los votos ni con la ayuda de Ciudadanos. Sánchez necesitaba, eso sí, dejar claro que el cordón sanitario no se lo pone Rivera a él, sino los militantes del PSOE a Rivera. De ahí el orquestado cántico.
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El éxito en unas elecciones se mide por el cumplimiento del objetivo que cada cual se propone. En esta ocasión, el objetivo de Pedro Sánchez era conseguir un resultado que le garantizara la investidura sin depender obligatoriamente del apoyo de los independentistas. Objetivo alcanzado. Tras contar votos y escaños, no hay otro candidato viable a la presidencia que él. Su investidura en la segunda votación –en la que ya no se requerirá mayoría absoluta- es más que probable: para impedirla tendrían que unirse toda la derecha y todos los grupos nacionalistas de la Cámara para votar negativamente. Puede conseguirla sin necesitar otra cosa, en el peor de los casos, que algunas abstenciones de quienes han sido sus socios hasta ayer.
Sánchez reconoció la oportunidad, calculó bien los tiempos y, como suele hacer, se lanzó hacia el objetivo con determinación fiera y sin reparar en medios. Este triunfo es su cosecha.
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El objetivo de Albert Rivera, abandonado el sueño macroniano y descartada por él mismo la opción de hacer carrera como bisagra, era disputar al PP el liderazgo político de la derecha. Su campaña se planteó de principio a fin con la única clave de compaginar un buen crecimiento propio con el máximo debilitamiento del Partido Popular, vigilando de reojo la crecida de Vox. Sánchez sólo fue el adversario de referencia en esa interna de la derecha.
Rivera también ha alcanzado su objetivo y ello le convierte en el segundo triunfador de estas elecciones. Más allá de su excelente resultado numérico –un millón de votos más y una ganancia de 25 escaños-, sale de este envite convertido en el líder virtual de la oposición al próximo gobierno de Sánchez. Con el PP en derribo por ruina (no sólo política, también financiera) y Vox frustrado en sus desmesuradas expectativas, Ciudadanos queda como el único faro encendido para el deprimido electorado de la derecha.
Entre el PP, Ciudadanos y Vox suman los mismos votos (11 millones) que obtuvo Mariano Rajoy en 2011. Están ahí para quien tenga la energía y la capacidad para encabezarlos. Rivera se pondrá desde hoy mismo a la tarea, y el primer paso será intentar hacerse con un puñado de alcaldías y presidencias autonómicas de gran valor simbólico. Por ejemplo, Madrid.
Tras el éxito de su estrategia, seguir especulando con la especie de que Rivera estará disponible para convertirse en socio subalterno de un gobierno de Sánchez es puro voluntarismo. Volar ese puente ha sido el núcleo de su oferta electoral. Conmigo no, ha repetido hasta el hartazgo. Sánchez le respondió haciendo gritar lo mismo a sus seguidores: con Rivera, no.
El objetivo de Iglesias era y es simplemente entrar en el próximo Gobierno (no él necesariamente, sino su partido). Sólo así podrá mantener en pie el dañado chiringuito que dirige sin que le pidan demasiadas explicaciones por su responsabilidad personal en una derrota sin paliativos. Su talento en esta campaña, como se vio en los debates, fue hacer de la debilidad una fortaleza: renunciar a competir con Sánchez para convertirse, le guste o no, en acompañante imprescindible.
Especular
con la especie de que Rivera estará disponible para convertirse en
socio subalterno de un gobierno de Sánchez es puro voluntarismo
También ese objetivo ha quedado encarrilado. Lo tomas o lo dejas: sin Podemos, no habrá investidura. Y sin gobierno de coalición, no habrá apoyo de Podemos... Cuatro años acarreando votos en el Parlamento para que Sánchez se luzca en solitario en el Gobierno sin contrapeso alguno es algo que Iglesias ya no puede permitirse.
Así pues, la noche electoral dejó tres ganadores: Sánchez, Rivera e Iglesias. Sus resultados han sido muy dispares, pero cada uno de ellos tiene lo que quería.
El perdedor por excelencia es el PP. Lo suyo puede calificarse sin exageración como un siniestro catastrófico, de muy dudosa recuperación en el futuro previsible. El partido que presume de haber sacado a España de la crisis económica se ha dejado por el camino la friolera de seis millones y medio de votos en dos plazos: la mitad en 2015 y la otra mitad ahora. Y se ha quedado tiritando entre dos adversarios, Ciudadanos y Vox, dispuestos a devorar sus restos.
El PP ha pagado una triple factura. La de la corrupción es, sin duda, la más costosa (espero que después de esto nadie vuelva a decir que en España la corrupción no tiene castigo electoral). La segunda factura es la de su gestión del conflicto de Cataluña y, singularmente, del 1 de octubre. La tercera es entregar el poder a Sánchez sin ofrecer otra resistencia visible que un bolso en un escaño presidencial vacío.
La mochila
de Rajoy ha sido pesadísima, pero es también inocultable el fracaso
personal de Casado. Sencillamente, no ha logrado que crean en él
Todos esos hechos indignaron a la base social del PP, sumiéndola en un estado de aturdimiento del que aún no ha salido. Entre otras cosas, porque nadie ha ofrecido una explicación satisfactoria ni ha sido capaz de liderar convincentemente un nuevo emprendimiento político.
La mochila de Rajoy ha resultado ser pesadísima, pero es también inocultable el fracaso personal de Pablo Casado. Sencillamente, no ha logrado que crean en él. Como punto de partida de un proyecto de recuperación política, aquel congreso de julio del 18 fue un acto fallido. Lo malo es que ahora el PP se ve como el equipo que tiene que jugar la segunda parte de una final con 2-0 en contra, dos tarjetas rojas y todos los cambios agotados. Su perspectiva de volver al poder es lejana; su liderazgo de la oposición, sometido a una OPA hostil; y puede que esté en peligro su subsistencia a medio plazo.
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Hace 72 horas, la noticia más proclamada y temida de estas elecciones era la irrupción incontenible de la extrema derecha. Leer la prensa europea anunciando el apocalipsis en España daba miedo. Finalmente, el ciclón se ha quedado en marejada. 24 diputados que no condicionan a ningún gobierno ni liderarán ninguna oposición (aunque volverán a hacerse presentes en ayuntamiento y comunidades el 26 de mayo). Vox es la novedad, pero no la noticia de las elecciones.
Los estudios postelectorales demostrarán que quien los ha frenado han sido las mujeres, actuando en defensa propia. Gracias otra vez.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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