Juan José Marcilla de Teruel-Moctezuma, Duque de Moctezuma
Al final de
la novela «Cien años de soledad», un remoto descendiente de los Buendía
logra descifrar la maldición que se cierne sobre su familia: «Porque
las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda
oportunidad sobre la tierra», descubren los pergaminos de Melquíades.
Gabriel García Márquez habla en su novela cumbre de los peligros de la
endogamia y, sobre todo, de un continente en una lucha constante contra
su propia historia y su ADN. También de gobernantes derrocados, de
padrastros e hijos bastardos, de guerras civiles y de invasiones.
Dos
siglos después de su independencia, parte de México sigue sin aceptar
que ni son una provincia sediciosa de Castilla ni tampoco los herederos
del mosaico de pueblos mexicas previo a la llegada de Hernán Cortés, que
no corresponde ni cultural ni geográficamente al país que hoy preside
López Obrador. La estirpe de la familia de Moctezuma II, último monarca
de la Triple Alianza, bien podría ser los Buendía, salvo porque la
llegada de los españoles les dio una segunda oportunidad en el nuevo y
en el viejo mundo.
La Nueva España que creó Cortés no supuso
borrón y cuenta nueva para el Valle de México, como algunos pretenden
dar a entender al vincular el México actual únicamente a los pueblos
mexicas. El extremeño dio forma a una sociedad mestiza, donde los
aliados indígenas de los españoles gozaron de una posición preferente en
el nuevo orden y, lo que es aún más sorprendente a ojos modernos,
muchos miembros de la élite azteca retuvieron parte de su grandeza. Los
propios descendientes de Moctezuma, que tuvo 19 hijos con diferentes
mujeres (aunque Fernández de Oviedo habla de hasta 150), recibieron
títulos y territorios por parte de la Corona española.
Una de sus
hijas, Tecuichpo Ixcaxochitzin, bautizada como Isabel de Moctezuma, se
casó con tres españoles próximos a Hernán Cortés y tuvo con ellos en
total seis hijos legítimos de ambos sexos y una más que no reconoció,
Leonor Cortés Moctezuma, la cual engendró con el propio extremeño. Como
legítima descendiente de Moctezuma II, a Isabel se le entregó la
encomienda de Tlacopan, la más grande del Valle de Anáhuac, lo que
permitió a sus antepasados vivir holgadamente de las rentas hasta
avanzado el siglo XX.
No fue el único Moctezuma con título en
España. La prole de Tlacahuepantzin Yohualicahuacatzin, bautizado como
Pedro de Moctezuma, ejerció una gran influencia entre la aristocracia
española. Su hijo Diego Luis de Moctezuma se casó con la noble Francisca
de la Cueva y Valenzuela y entroncó la dinastía en España. Tras su
muerte en Valladolid en 1606, la Corona nombró a su hijo Pedro Tesifón
Conde de Moctezuma, más tarde Ducado de Moctezuma por gracia de la Reina
Isabel II, cuyo título se encuentra hoy en posesión de Juan José
Marcilla de Teruel-Moctezuma.
«Me sienta francamente mal que
se use la figura de mi ancestro con fines políticos. No tiene ningún
sentido exigir al Rey que pida perdón por algo que ocurrió hace cinco
siglos, y se lo dice alguien que tiene sangre azteca a alguien que no»,
afirma el duque, representante de un linaje de emperadores mexicas y, a
su vez, de importantes personajes de la historia de España como el
héroe de la Guerra de Independencia Pedro Agustín Girón Las Casas o su
hijo Francisco Javier Girón Ezpeleta, II Duque de Ahumada, que ejerció
como primer director de la Guardia Civil.
Lo más sorprendente del
mensaje de López Obrador es que no reclama disculpas al Rey de España
en representación de las comunidades indígenas afectadas por la
conquista, sino que, dentro de la tradición criolla, insiste en que
todos los mexicanos descienden de los mexicas, incluido él, con dos
apellidos castellanos y un abuelo cátabro exiliado a principios del
siglo XX. Todo ello mientras la población indígena sigue asfixiada
frente a los retos del México moderno. En tiempos de la independencia,
Nueva España conservaba al menos un 50% de la población indígena, y un
20% de la mestiza. Cifra que no ha dejado de disminuir desde que se
marcharon los «conquistadores»: solo el 23% de los mexicanos se
considera indígena o descendiente de indígenas, según una encuesta
interracial realizada en 2015.
«En México han cogido la costumbre de ocuparse más de los indios muertos que de los vivos. Ese es el problema»,
reivindica el descendiente primogénito de la dinastía de los Montezuma,
con un pie puesto en España y otro en México. En su opinión, las
condiciones de vida de la población indígena empeoraron con la salida de
los españoles, que otorgaron una protección legal que incluía el acceso
a la educación y un plan de integración. «Yo no conozco ningún
imperio en el que a los hijos de los conquistados, como a mis ancestros,
se les otorgaran pensiones vitalicias, títulos nobiliarios, etcétera».
Flor
Trejo, historiadora mexicana y subdirectora de Arqueología Subacuática,
considera la maniobra de López Obrador «un recurso pobre y barato para
mantener popularidad» que contribuye, precisamente, a distanciar más una
«reconciliación histórica», tal como él propone. «Para comprender los
aspectos de identidad, cultura y pasado histórico compartidos entre
México y España, no se puede partir desde el discurso en blanco y negro:
víctima y victimario, mártir y sanguinario, conquista y destrucción,
ofensa y perdón», apunta.
«El indigenismo radical que se puso
de moda está enfrentando a los propios mexicanos entre sí y a ellos con
los españoles. Debemos insistir en nuestros lazos comunes y en la
colaboración fraternal», afirma el aristócrata español, para el cual
es más prioritario para el país hacer una buena Ley de Educación que no
discrimine a los indígenas y que no enseñe «la hispanofobia».
Los trescientos descendientes
Hoy
el apellido del conquistado Moctezuma es relativamente frecuente en
México, pero ni todos son descendientes del monarca ni todos los
descendientes reconocidos conservan ya el apellido. Alrededor de
trescientas personas han sido documentadas oficialmente como
descendientes de los dos hijos legítimos del gobernante azteca, de los
cuales la mayoría viven repartidos en México, España, Estados Unidos y
Argentina, y solo un puñado conserva el apellido.
Las secretarias
mexicanas de Hacienda y de Relaciones Exteriores conservan datos sobre
este linaje porque, hasta 1934, buena parte de ellos recibían las
llamadas «pensiones de Moctezuma», un renta patrimonial por los terrenos
de este linaje que la Corona pagó durante siglos y, con la
Independencia, asumió la República de México. «Según me han comentado
los herederos que conozco, ninguno tiene actualmente un interés material
en recibir un pago o indemnización de parte del Gobierno mexicano, pero
sí quieren, y me parece justo y razonable, que al menos oficialmente
las autoridades mexicanas los reconozcan como los descendientes de
Moctezuma, ya que son genéticamente parte de la historia nacional»,
afirma en un entrevista a EFE Alejandro González Acosta, historiador de
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
No obstante,
muchos critican en México a estos descendientes, vertebrados en torno a
los apellido Sierra y Andrade, por sus reclamaciones al Gobierno, sin
aceptar que no se trata de una mera cuestión económica. Cuando hace una
década la familia de los condes de Miravalle, afincados en Granada,
también descendientes de Isabel, sondearon la posibilidad de reclamar
esta pensión, no faltaron los que entre sus remotos descendientes
mexicanos les acusaron de codiciosos. Resucitar viejos fantasmas, como
los que López Obrador ha destapado, solo sirve para agrandar la
distancia entre este linaje disperso por ambos continentes.
César Cervera
Vía ABC
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