/LIONEL BONAVENTURE
Las paradojas y contradicciones de las elecciones en Francia animan a recuperar el gusto por la política sin exceso de cientificismo ni ampulosas imposturas. Mucho de lo ocurrido tiene una fascinante lógica que, por otra parte, es resultado de una sucesión de imprevistos. La segunda vuelta es un dispositivo de seguridad del sistema francés para reagrupar el voto en el centro y evitar tentaciones extremas. Esta vez se activó en primera vuelta y se impuso el candidato sin partido y de centro-centro.
Las siglas tradicionales no son ya el refugio del sistema. Y voilà, un tecnócrata contra la partitocracia; un díscolo a favor del orden; una candidatura personalista contra el cesarismo de Le Pen; el adalid del mercado para socorrer al pueblo de sí mismo; el hombre que abandonó un partido en descomposición porque desconfiaba de las primarias: "Son una máquina de matar ideas e impedir gobernar".
Las primarias se convirtieron en el artefacto encargado de la voladura de los dos grandes partidos. Le Pen y Macron, los flamantes finalistas, no se sumaron a la corriente naif de considerarlas una propuesta depuradora. Como ha escrito Albiac en Abc: "Fueron una improvisación infecta. Se llamó a votar (...) sin normativa clara, sin filtro de votantes". La contagiosa ocurrencia probablemente catapultará a Macron al Elíseo. Los respectivos vencedores de sus primarias son los derrotados electorales y piden el voto para el que las esquivó. Afiliados, inscritos y militantes enterraron solemnemente a sus partidos. Las primarias, si no son procesos ordenados y sometidos a periódica regularidad, son una farsa y un tiro en el pie.
Ciudadano Macron traza el camino del liberal progresismo: un Estado protector pero no invasivo ni depredador. Los individuos y trabajadores -no los lobbies ni colectivos- son el objeto prioritario de atención y amparo. El derecho social primario es el empleo, a partir del cual se refuerza el resto. Un Estado vivo se nutre de una sociedad dinámica y abierta. Del descarte ha resultado la oportunidad.
JAVIER REDONDO Vía EL MUNDO
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