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domingo, 9 de abril de 2017

LOS GRANDES RETOS DE LA IGLESIA EN EL SIGLO XXI (II)


El concepto que mejor define en nuestro tiempo la caracterización esencial de la Iglesia es que constituye la institución de razón objetiva más grande y diversa de la humanidad, por los pueblos que la acogen. Y esto es así porque la razón subjetiva, instrumental, que surge con la Ilustración y se escapa de todo marco de confinamiento en los años sesenta del siglo pasado da lugar a nuestra sociedad desvinculada, donde la subjetividad se vuelve radical, se enseñorea de todas las cosas de la mano de la pulsión del deseo. Del deseo que no puede ser otro que la exacerbación centrípeta, la concupiscencia, el afán de poseer para satisfacción de uno mismo. Y toda la sociedad actual es la lucha contra el espejo que refleja sus miserias, la razón objetiva, y el esfuerzo y coste de articular miríadas de concupiscencias individuales y cooperativa. El embate de la cultura desvinculada y sus instituciones en muchos casos, incluso estatales y supra estatales, contra la Iglesia es descomunal, porque ella es el único reducto que le disputa la hegemonía en su propio territorio que es, sobre todo, occidente.

De la mano de la desvinculación surgen los dos grandes desafíos actuales. Uno ya cuajado, la perspectiva de género y GLBTI, que como el marxismo en el pasado, pero bajo un punto de vista más radical porque es antropológico y afecta a la concepción de la naturaleza humana, ha construido una ideología totalizadora de estado. El otro en ciernes, el Posthumanismo, para el que la perspectiva de género y GLBTI habrá sido el ariete que haga más fácil su aceptación, porque cabalgará a lomos de la facilidad para aceptar irreflexivamente nuevos marcos de referencia antropológicos.

La Iglesia en su esencia se bate en un doble frente. El exterior, donde la hegemonía desvinculada es grande, y el interior, donde la desvinculación penetra de la mano de lo que, simplificando, quizás en exceso, llamaremos teología “protestante”, porque ella es la que mejor transforma bajo una apariencia cristiana los fundamentos objetivos de la Iglesia. Se trata de relativizar el valor de la interpretación canónica y su articulación con la ley natural; es decir, la esencia de la concepción católica, que solo puede existir en la medida que su naturaleza pertenezca al ámbito de la razón objetiva. La propia catolicidad, su heterogeneidad intrínseca y al mismo tiempo su unidad, solo son posibles bajo aquella condición.  O, en sentido contrario, la fragmentación cultural y étnica de las iglesias reformadas y anglicana, hasta devenir irreconocibles las unas con las otras, surge precisamente de su mayor o menor aceptación del orden mundano de la razón instrumental.

Otra caracterización es la pérdida de calidad misionera, excepto en aquellos que, como los pentecostales y carismáticos, mantienen bien que mal, mal que bien, viva una lectura, no circunstancial ni basada solo en la conciencia, de los evangelios.

La idea que ha expresado algún obispo católico de que cada individuo encuentra en su conciencia la forma de abordar las decisiones de su vida, es un ejemplo de esta veta desvinculada. Precisemos. Es el cristianismo quien pone en valor algo preterido para la cultura antigua: el valor de la interioridad. San Pablo se refiere continuamente a ello, y San Agustín, de quien en este aspecto es deudor mucho del pensamiento moderno, lo desarrolla excepcionalmente, como los muestran sus Confesiones. Pero siempre esta conciencia, dotada de una energía interior extraordinaria, estaba sujeta al marco de confinamiento, para utilizar un término de la física que nos parece apropiado, del Magisterio y la Tradición en la interpretación de los Evangelios, y la asunción de una ley común a la humanidad, la ley natural, dejada por Dios en el corazón de los hombres para que, reconociéndonos en ella, afirmáramos la fraternidad de nuestra filiación divina. No se trata de olvidar a San Pablo y vivir solo bajo la ley, sino de algo muy distinto, de educar nuestra conciencia, no bajo el adanismo de que todo empieza en nosotros, sino -utilicemos estos términos-  usando el capital cultural, social y moral que otorga el intelectual orgánico más grande de la historia humana, la Iglesia católica, o en otras palabras, por la enseñanza de la institución constituida por Jesucristo precisamente con esta misión: conducirnos a través de tiempos cambiantes, adaptados a las nuevas realidades, sin perder el hilo original, porque sin él caemos en la desorientación más absoluta. En realidad, donde cobra toda su fuerza la conciencia humana, allí donde su discernimiento es decisivo, es en relación a las leyes, normas y prácticas del mundo secular. Ahí es donde debe alzarse el baluarte de la conciencia cristiana, porque en este mundo la ley y su práctica no siempre expresa el bien, y sí solo una obligación legal. La objeción de conciencia es, en este sentido, un legado cristiano. Llama la atención que, dentro de la Iglesia, aquellas voces que tienden a situar la conciencia por encima de toda exigencia moral cristiana, nunca se refieran en términos parecidos a las leyes de los hombres. Al actuar así, tienden a situar el imperio de la secularidad, que incluye su capacidad para formatear las mentes; luego, también las conciencias, por encima de los acuerdos fundamentales del pueblo de Dios.

La Iglesia con su razón objetiva no podría resistir que los mandamientos que surgen de la enseñanza de Jesús no sean tales, sino solo ejemplos, modelos de lo que es el amo que Jesús no pide, y, por consiguiente, normas coyunturales que cambian con el tiempo (y si lo hacen con él, también lo hacen con el lugar, porque no todas las sociedades viven históricamente sincronizadas -este es uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo) ¿Quién define lo que cambia necesariamente con el signo del tiempo? ¿El mundo secular?   ¿Dónde estaría la Iglesia si esta hubiera sido la pauta en el pasado? ¿Seríamos agnósticos, arrianos, súbditos de la Ilustración, kantianos, liberales, marxistas, seguidores del Gender, posthumanistas? ¿Qué seríamos?  Nada.



                                                                                     EDITORIAL de FORUM LIBERTAS 

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