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jueves, 13 de abril de 2017

EL DÍA QUE JESUCRISTO FUE AL TRAUMATÓLOGO

Con lo poco que sabemos de la existencia del hombre, que es nada, deberíamos enfrentarnos a la muerte con la misma persistencia con la que sorteamos los avatares de la vida


Restauración de la imagen de Jesús del Gran Poder.


Al verlo, ahí en la camilla, medio muerto, rodeado de médicos, el primer pensamiento me ha jodido el alma. Porque no he pensado en su dolor, sino en la serenidad que transmitía. ¿Puede haber alguna muestra mayor de insensibilidad? No controlamos nuestros pensamientos y muchas veces nos juegan una mala pasada. Como ahora, porque estás ahí muriéndote, y yo solo he querido ver normalidad. Debo reconocer, de todas formas, que quizá sea un gesto de impotencia. No es una disculpa banal porque, de verdad te digo, que yo siempre he temido no estar a la altura cuando me llegue esa hora. Quizás a ti te ha pasado también si alguna vez has pensado en tu muerte.   

¿No te gustaría tener el valor para afrontar la muerte con la entereza con la que te has enfrentado a la vida? Muchos momentos duros, crueles, los vamos superando con la esperanza de mañana, de un nuevo amanecer, y con lo poco que sabemos de la existencia del hombre, que es nada, deberíamos enfrentarnos a la muerte con la misma persistencia con la que sorteamos los avatares de la vida. Eso, tan elemental como parece, tan difícil como se hace, lo has conseguido tú, ahora que te veo en la camilla. Por eso lo envidio, Gran Poder de Sevilla.

De todas formas, está claro que la impresión no ha sido solo mía. El parte médico tiene la crudeza, descarnada, de otros muchos diagnósticos incapaces de endulzar las malas noticias. Lo he leído varias veces y todavía me sorprende esa profusión de detalles. “El rostro tiene forma ovalada y refleja en las facciones un aspecto demacrado. Muestra los pómulos acentuados y el ceño fruncido, lo cual produce un quiebro en las cejas y algunos pliegues en la frente. Las cejas son gruesas, ejecutadas con pequeñas incisiones que simulan el vello, la izquierda aparece atravesada por una espina de la corona.
La nariz es recta con el tabique nasal grueso y marcado. Los ojos tienen forma almendrada con la dirección de la mirada hacia abajo, además evidencia cierto abultamiento en los párpados inferiores. Por último, la boca está entreabierta como exhalando un suspiro que deja ver los dientes y la lengua, tiene el surco nasolabial resaltado, el labio superior está cubierto por el bigote y el labio inferior es grueso con dos hendiduras en el centro”.

Durante toda la historia ha buscado el hombre una distancia adecuada con la divinidad; durante toda la historia y ante todos los dioses. La distancia adecuada entre lo mortal y lo celestial, lo mundano y lo trascendente. Es tan grande esa distancia y tan necesaria la cercanía, que siempre hemos precisado de una representación que pudiera palparse, de una imagen ante la que postrarse, un rostro al que poder mirar de frente, a los ojos, para hablarle como se le habla a un igual.

Sí, el hombre siempre ha buscado fórmulas para atraer la divinidad a su terreno, a las calles por las que pisa a diario, pero ha sido en la Semana Santa española, especialmente en la Semana Santa andaluza, cuando ha logrado una interacción insólita a los ojos de cualquiera. Esa obsesión antigua, arrastrada por toda la existencia, de acercar la divinidad a las aceras, a la altura misma del hombre, se satisface plenamente ante una imagen como esta, del Gran Poder en la camilla, tapado con la bata blanca de un enfermo. Gran Poder de Sevilla, Nazareno de todas las edades, de todas las épocas, tratado como un paciente, visto como uno más de todos nosotros, el más grande de todos nosotros.


Siempre hemos precisado de una representación que pudiera palparse, un rostro al que poder mirar a los ojos, para hablarle como se le habla a un igual


Al verlo, ahí en la camilla, medio muerto, rodeado de médicos, me ha sublevado una estupidez reciente, de estos días. La fotografía del Gran Poder asistido por doctores no es nueva, desde luego, pertenece a la profunda restauración a la que se sometió en 2006 la imagen de Juan de Mesa, de 1620.
Y la he buscado impulsado por la campaña de un grupo político, unas juventudes comunistas, que han distribuido por las redes sociales una curiosa reclamación: “Luchando por una Semana Santa popular”, dicen. Merece la pena reflexionar sobre esa estupidez porque puede conducir a certezas antiguas. “La Semana Santa nace del pueblo y a este pertenece. Que la oligarquía no nos diga cómo disfrutarla. Luchemos por una Semana Santa popular y sin machismo”, exigen las Juventudes Comunistas, y la campaña la ilustran con una de las procesiones más populosas de Sevilla, el Cautivo del Tiro de Línea.
Para empezar, la sola imagen de una procesión envuelta por una muchedumbre ya destroza el contenido de la protesta: ¿acaso puede ser más popular una expresión social?, ¿qué necesidad hay de inventarse una oligarquía, una amenaza, donde la realidad demuestra todo lo contrario? Parece como si existiera una necesidad constante por idear enemigos, sembrar odios, incluso allí donde resulta ridículo el propósito.

Resulta, además, que si algo ha reproducido la Semana Santa andaluza es una constante reivindicación popular frente a los intentos, siempre baldíos, de encasillarla. Manuel Chaves Nogales ya decía, sobre 1920, que “los dos enemigos natos de la Semana Santa sevillana son el cardenal y el gobernador, el representante de la Iglesia y del Estado". Y añadía que "la Semana Santa no es obra ni de los curas ni de los gobernantes, sino de los cofrades, de una organización netamente popular y de origen gremial que ha estado siempre en pugna con los poderes establecidos".

Sobre esa misma tesis, el antropólogo Isidoro Moreno ha añadido luego que “este carácter peculiar de las hermandades, el que muchas veces fueran refugio de heterodoxos y referentes —ellas y sus imágenes— de identidades sociales y/o territoriales específicas, junto con las características de la cultura andaluza en el ámbito de la religiosidad popular, hicieron que la Semana Santa, en Sevilla y muchas ciudades y pueblos andaluces, se convirtiera en lo que los antropólogos y sociólogos denominamos un ‘hecho social total’, en este caso una celebración pluridimensional que desborda el ámbito de lo religioso sin negar este, y que atañe, de una manera u otra, al conjunto de la sociedad.

Lo cual que, desde la realidad de la Semana Santa, desde la conciencia asimilada y aprendida, todos estos esfuerzos por sembrar la discordia resultan irritantes".

Al verlo, ahí en la camilla, medio muerto, rodeado de médicos, el primer pensamiento me ha jodido el alma. Porque no he pensado en su dolor, sino en la serenidad que transmitía. “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Del Evangelio de San Lucas.


                                                                          JAVIER CARABALLO   Vía EL CONFIDENCIAL

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