Vivo en un siglo frívolo y superficial, así que agradezco que el Barroco más tétrico tome las calles unos cuantos días al año. La Semana Santa es profunda y superficial
La procesión de 'los Salzillos' recorre las calles de Murcia en la mañana de Viernes Santo. (EFE)
Igual que hay un capillita beato hay un capillita anticlerical, y los dos extremos se tocan por la brasa que nos dan. Capillita: dicho de una persona, que mendiga al grupo que le acoja en su seno y emplea la autoafirmación escandalosa para conseguirlo. Capillita es el que grita guapa a la Virgen y el que murmura que los nazarenos son como el Ku Klux Klan. La vaca da leche y el capillita suelta tópicos. En España tenemos la Navidad y la Semana Santa como fenómenos atmosféricos que nos permiten identificarlos con rapidez y sin margen de error. Cuando los capillitas perciben las primeras señales en el aire, se apresuran a despertar de su hibernación. El resto, pacientes como bueyes, a aguantar la chapa. No queda otra.
La Semana Santa molesta a los ateos como la revista 'Mongolia' a los beatos. Son calles tomadas por las procesiones, dificultades para aparcar, ruido de tambores al caer la noche, alboradas de mantilla, peste a cirio y a incienso, figuras tétricas, capuchas, oro, abigarramiento. En Viernes Santo se oye el quejío de las saetas y al mismo tiempo el murmullo de los ateos que ponen cara de vinagre. Pasa lo mismo cuando hay fútbol y los antideportivos anuncian que ellos piensan leer a Faulkner. ¿Quién les ha preguntado? Al capillita nunca hace falta preguntarle.
Yo quiero hacer una defensa atea de la Semana Santa. Primero de todo tengo que admitir que a mí me encanta. Flipo con la música de las bandas desafinadas, con los tambores de duelo, con los clarines y las trompetas. Flipo también con la solemnidad, con el vaivén de los tronos sobre el venir de la noche, con las velas que tiemblan y las lágrimas de sangre en el rostro de la Patrona. Vivo en un siglo frívolo y superficial, así que agradezco que el Barroco más tétrico tome las calles unos cuantos días al año. La Semana Santa es profunda y superficial.
Al ateo recalcitrante y anticlerical hay que explicarle que la Semana Santa española arruga las napias de los burócratas vaticanos. No termina de gustarles. A los españoles se nos va la olla con esta fiesta. Mirad Murcia:
En Lorca, por ejemplo, pasa la cofradía de los blancos con su virgen y la insultan los cofrades de la virgen azul. ¡Fea, más que fea! Y luego pasa la virgen de los blancos, y entonces los azules se desgañitan cubriéndola de reproches. En Lorca se juega el Madrid-Barça de las procesiones. Hace años que empezaron a competir las cofradías. Empezaron con tres caballos cada una y cada año, por superar a sus rivales, van subiendo la apuesta. Hoy es un disparate de cinco horas y media. Pasan cuádrigas por el pueblo. Los negros de los invernaderos hacen de esclavos por 50 euros y un bocata de mortadela.
No creo en Dios, ni siquiera me importa su existencia, pero no se puede aborrecer la Semana Santa y lamentar al mismo tiempo que toda España se llene de Starbucks. O una cosa o la otra. O asimilados o resistentes. Creo que la Semana Santa es nuestro bastión contra MacDonald's y Decathlon.
No creo en Dios ni me importa su existencia, pero no se puede aborrecer la Semana Santa y lamentar a la vez que toda España se llene de Starbucks
Si fuéramos extranjeros en viaje por el mundo, nos fliparía un huevo la Semana Santa española. Pero somos relativistas. Queremos viajar por el mundo y ver cosas auténticas, queremos que en Francia coman 'baguettes', que en Alemania beban cerveza, que en Vietnam hagan arroz y en el Tíbet hagan “ohm”, y al mismo tiempo nos irrita que las cosas auténticas sean las nuestras. Tenemos una capacidad asombrosa de exigir al mundo que sea diferente al tiempo que luchamos por nuestra homogeneidad.
Sal a la calle como yo y disfruta, aunque seas ateo. Aspira el aire de santo de palo. Mira las imágenes barrocas y sanguinolentas. Escucha los quejidos de las manolas, piensa que estás en otro país aunque sea tu país, y conmuévete como un turista.
La belleza de esta fiesta es pública y gratuita. Una apoteosis del 'kitsch' y el lagrimón, sí, pero también un cuplé vestido de monja, una marcha militar sin más fusil que el cirio. Lorca escribió que “toda la ciudad era como un lento tiovivo que entraba y salía de las iglesias sorprendentes de belleza, con una fantasía gemela de las grutas de la muerte y las apoteosis del teatro. Había altares sembrados de trigo, altares con cascadas, otros con pobreza y ternura de tiro al blanco: uno, todo de cañas, como un celestial gallinero de fuegos artificiales, y otro, inmenso, con la cruel púrpura, el armiño y la suntuosidad de la poesía de Calderón”.
JUAN SOTO IVARS Vía EL CONFIDENCIAL
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