La guerra civil en Siria ha causado la muerte de al menos 400.000 personas, provocado la huida de millones de refugiados, destruido siglos de historia y desestabilizado toda una región. Seis años de matanzas, bombardeos, terror y violaciones sistemáticas de derechos humanos. Una tragedia incomprensible, inabarcable.
Toda esta serie de horrores podría terminar, en unos pocos días, y acabar con esta matanza. La violencia, los ataques de gas, la artillería, las torturas, los niños ahogados, todo podría acabar antes del verano si quisiéramos. Basta con que pase una cosa muy sencilla: que alguien gane la guerra.
El problema es que nadie quiere que eso suceda, al menos a corto plazo. El final de una guerra exige la victoria de alguien, pero mirando los bandos enfrentados, realmente preferiríamos que todos perdieran.
En Siria hay una guerra civil con al menos cuatro bandos enfrentados. Tenemos, por un lado, a Assad, el gobierno “oficial” del país. Aunque su régimen era laico, Assad era y sigue siendo un tirano dispuesto a utilizar armas químicas contra su propia población civil, torturar presos por miles y forzar la huida de cientos de miles de personas del país antes que abandonar el poder. Además de ser un psicópata, sus dos mejores amigos son la Rusia de Putin e Irán, dos países a los que ni Europa ni Estados Unidos quieren reforzar.
El otro gran protagonista de la guerra es ISIS, un grupo revolucionario que tiene como principales aficiones decapitar gente, el terrorismo indiscriminado, la teocracia y el genocidio de infieles. Son una secta destructiva convertida en semi-estado megalómano, lo suficiente malvados como para que su nombre de peli de espías de segunda casi parezca justificable. ISIS recibe apoyos de todos esos estados del Golfo Pérsico de los que fingimos ser aliados a pesar que tienen una irritante tendencia a financiar y armar integristas islámicos. Obviamente, no queremos que ganen, porque están completamente locos.
Los rebeldes moderados (o rebeldes-que-no-son-ISIS) tienen mejor prensa que Assad e ISIS, pero es más por la comparación que por virtudes propias. Al principio de la guerra dentro de esta categoría sí que había algunos grupos medio aceptables, medio organizados y medio vendibles como alternativa a Assad, pero esos se extinguieron hace tiempo. Hoy los “moderados” son una coalición desorganizada de líderes tribales, señores de la guerra, integristas islámicos que creen que ISIS se pasan un poco y tipos que están pegando tiros porque no tienen nada mejor que hacer. A los moderados les apoya un poco todo el mundo, pero más bien con pocas ganas, en parte porque gran parte de las armas enviadas acaban en el mercado negro, en parte porque se liarían a tortas entre ellos a los diez minutos de ganar la guerra. Son una coalición desordenada, incoherente y poco de fiar.
Quedan los kurdos, el único grupo que combina las virtudes de no estar completamente majara y estar bien organizado. El problema es que para los kurdos ganar la guerra no quiere decir tomar Damasco y dominar Siria, sino que les dejen en paz. Su objetivo es controlar su terruño en Siria, Irak y Turquía, y vivir en un estado donde nadie les bombardee. Esto quiere decir que por mucho que quieras ayudarles, nunca te van a hacer demasiado caso, y además que tendrán como objetivo desmembrar dos estados aliados que en teoría están ayudándote en esta guerra, y al país que quieres estabilizar.
Desde el punto de vista de los países occidentales, entonces, en Siria no hay nadie a quien realmente valga la pena apoyar. Una victoria de Assad premia a un dictador cruel y refuerza a Irán y Rusia; una de ISIS crea un estado terrorista en la región más volátil del mundo; una “moderada” deja a Siria sin un gobierno viable y un vacío de poder similar al que tenemos en Libia; una victoria kurda no estabiliza el país y crea problemas con otros aliados. Estados Unidos ni siquiera tiene la opción de invadir y ocupar el país; como vimos en Irak, los experimentos neocoloniales no funcionan. Ninguno de los escenarios viables a corto/medio plazo de esta guerra tienen un resultado mínimamente aceptable, así que, en vez de decidir entre la opción menos mala, dejamos que la guerra siga a medio gas, eterna, destructiva y brutal. El único resultado, siendo cínico, es forzar a rusos e iraníes a gastar dinero manteniendo un dictador en el poder, pero sin que puedan ganar la guerra.
La guerra ha durado seis años. Una guerra civil puede durar décadas. Es perfectamente posible que Siria siga así, en un ciclo de horror y destrucción aparentemente infinito, sin que nadie acabe por imponerse. El país seguiría dividido en tres o cuatro partes (ISIS es probable que sea derrotada, al ser el único bando al que todo el mundo odia), con escaramuzas y conflictos de mayor o menor intensidad, sin arreglo diplomático alguno hasta que occidente o los países del golfo se cansen de apoyar a los “moderados” y a los kurdos, y dejen a Rusia e Irán ganar. Dudo que eso suceda pronto.
Es un equilibrio trágico, deprimente. El gran problema de Siria no es que no sepamos como parar la guerra, es que tememos que las consecuencias de su final sean aún peores.
ROGER SENSERRICH Vía VOZ PÓPULI
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