Si miramos a lo que está sucediendo en Venezuela es fácil entender la razón que asiste a José Jiménez Lozano cuando proclama que es siempre una delgada y frágil película la que nos separa del regreso a la barbarie. Podemos caer en el error de pensar que esa capa, ya casi completamente rota, en el país hermano, es aquí poderosa y como eterna, pero eso sería un error. Uno de los nombres que recibe esa capa protectora es el de “política”, pues política es, en efecto, lo que se hace por mantener en píe una convivencia pacífica que permita el progreso y que, y eso es la democracia, haga posible, con la frecuencia necesaria, el cambio en la titularidad del poder ejecutivo.
La política está rota en Venezuela y son las calles revueltas y los hombres armados quienes están cada día más cerca de adueñarse por completo de la situación, de llamar a la guerra fratricida y brutal, a la muerte. Aquí, pese a los titánicos esfuerzos de Podemos, no estamos todavía en una situación similar, pero nuestra política está dominada por un profundo malestar que, piense lo que quiera Rajoy, no se resolverá con el mero paso del tiempo.
La solución francesa no cabe en España
Nuestros problemas son muy similares a los de los países de nuestro entorno, pero las herramientas políticas de que disponemos no son las mismas. En Francia, el alejamiento general de los dos grandes partidos de derecha e izquierda, puede, si no resolverse, atenuarse grandemente en una elección presidencial en la que es posible que gane alguien enteramente al margen de las fuerzas en clásico predominio y, en la actualidad, en muy fuerte decadencia. En Estados Unidos ha ocurrido algo muy similar y se ha alzado con la victoria en las presidenciales alguien que ha enarbolado, ya se verá con qué resultados, el desdén hacia las formas insolentes, insensibles y corruptas de Washington.
Aquí no tenemos ese tipo de solución, no somos una República, sino una Monarquía parlamentaria, como en Inglaterra, por ejemplo, y tenemos un sistema que ha mostrado ya, con cuarenta años de experiencia, insuficiencias notables y grietas amenazantes. En resumidas cuentas, nuestro problema consiste en que solo quienes causan el malestar (los partidos) pueden remediarlo, y eso les ha parecido, hasta ahora, enteramente contrario a sus intereses.
Hay corrupción en todas partes, pero la corrupción que mancilla al PP es especialmente grave porque ha venido siendo, en la práctica, el único partido al que pude votar una buena mitad de la sociedad española y porque, al no corregir las causas que han traído la peste de la corrupción puede dejar a sus electores abandonados a elegir entre la desesperación y el cinismo.
Dos soluciones para el PP
Respecto a la tolerancia, por decirlo de la manera más suave posible, del PP con la corrupción de un porcentaje muy alto de sus líderes no caben más que dos soluciones, una mala, otra muy difícil. La mala sería que los jueces acaben por dinamitar el partido con algunas de sus resoluciones, por disolverlo, incluso. No es demasiado probable que algo así suceda con una Justicia tan pierniquebrada como la que tenemos, pero sí puede pasar, es lo que de hecho ha venido sucediendo, que un número creciente de sus electores decidan dejar de votarles hasta que no aprecien un cambio que haga imposible la sucesión de latrocinios que avergüenzan a la mayoría de los ciudadanos. Por esta vía, la agonía del PP será larga, humillante y triste, por muchos Marhuendas que se le echen al caso.
La otra salida depende de los restos de dignidad que les puedan quedar a los militantes que realmente se crean esa cantinela de que a quien más perjudican los corruptos es al propio PP, es decir los que apuestan por que quepa una diferenciación entre corrupción y política en el futuro de ese partido. Es lógico que la izquierda impute la rapiña de los corruptos a la ideología que dicen defender, y que realmente desprecian, pero quienes crean mínimamente en los valores que el PP debería defender, y no defiende, tendrían que hacer posible con urgencia, y eso no se podrá hacer nunca mansueta y disciplinadamente, que el partido deje de ser una organización absolutamente opaca, sin el menor atisbo de respeto a la ley común y a su misión constitucional, para convertirse en una organización política capaz de exigir honradez y ejemplaridad, incluso, a sus dirigentes.
El caso Aguirre
Que Esperanza Aguirre haya tenido que salir por la puerta de atrás, sin dar otras explicaciones de sus turbias compañías que meras frases sentimentales, indica muy a las claras que, en realidad, no existe algo como un PP en Madrid, que hay otra cosa, antes controlada por la lideresa, ahora a los pies de Rajoy y de su pareja política de hecho en la Comunidad. Pero en toda esta triste peripecia no se ha visto nada que suponga que un órgano del partido debata sobre su responsabilidad, que efectivamente existe, por haber consentido convertir al gobierno de la Comunidad y del partido en guarida de malhechores. Es de aurora boreal que los de más arriba se defiendan diciendo, a la manera de Javier Marías, que “No he querido saber, pero he sabido”, justificarse con apartar a González de las listas, como si el único mal que pudiera haber en sus acciones, por supuestas que sean, es el que podrían causar al partido, sin que importe mucho el robo sistemático.
El PP no es ya un partido político sino muy otra cosa porque no existe en él nada que pueda infundir confianza, esperanza o afecto. No existe la menor seguridad jurídica interna porque cualquier remedo de votación (en las que nunca se conoce el censo ni se puede controlar el recuento) puede ser sustituido sin el menor rebozo por un resultado distinto en el improbable caso de que no coincida con lo que los de arriba esperan. Es la democracia la revés, un imposible. En estas condiciones, que nadie que sepa lo mínimo de cómo es ese partido, se atreverá a negar, lo extraordinario no es que haya corrupción, sino que todavía subsistan personas honradas, porque todo invita exactamente a lo contrario, a la mentira, a la manipulación y a dedicarse no a la política, que está severamente prohibida, sino al enriquecimiento personal, en la seguridad de que, si resultase pillado en el empeño, dispondrá de falanges de testigos dispuestos a negarlo todo.
La única solución posible
Hemos creado unos partidos que sirven para formar Gobiernos, pero que funcionan de tal manera que pueden aprovecharse mucho mejor para otras actividades menos altruistas, como lo muestran los casos de los nacionalistas catalanes, del PSOE de Filesa y de las decenas de concejales venales, de los ERES andaluces y del PP por todas partes, desde Génova hasta abajo.
Hasta ahora el PP se ha defendido proclamando su inocencia, y atribuyendo el latrocinio a cuatro manzanas podridas, pero qué casualidad que esas manzanas estuviesen tan estratégicamente cercanas a los mayores responsables mientras estos continúan proclamando su derecho a la inocencia con ayuda de periodistas aguerridos capaces de amenazar a los más tibios con las penas del infierno: luego ya se le explica al juez bien dispuesto a conformarse que son formas de hablar, que todo el mundo lo hace, que no eran ataques sino defensas de amigos, pura decencia.
Mientras en el PP no se levante la voz capaz de acabar con tal estado de cosas, y lo haga en nombre de las ideas que el PP nominalmente defiende, no habrá remedio, y tal vez eso solo pueda llegar cuando el PP muerda el polvo, con gran probabilidad para desintegrase definitivamente. Y a la corrupción económica se añadirá la corrupción moral que supondrá tener que defender que a Bárcenas se le llame ladrón, pero sin que se explique a quién ha robado exactamente, que González era un buen gestor del que era inverosímil cualquier sospecha, y que, por supuesto, Rajoy, el único factótum, no sabía nada de nada, como sin duda le explicará al juez, porque él está dedicado a menesteres más sublimes, inescrutables para los simples mortales.
Mientras tanto, el malestar en la política y con la política continuará creciendo y esa es una atmósfera moral deletérea para el destino de una nación, para cualquier concebible progreso económico y social. La corrupción no causa mal al partido, nos maltrata y agrede a todos.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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