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miércoles, 12 de abril de 2017

LAICISMO, ESTADO LAICO: ALGUNAS MATIZACIONES

Algunas ideas que puedan servir para aclarar este debate, aunque parezca a muchos que debiera estar superado


Periódicamente, como las golondrinas vuelven en primavera, vuelve el debate del laicismo a los mentideros intelectuales (?) y mediáticos en España. El nivel del debate suele ser superficial  y hasta un poco chusco. Por un lado, la atrevida ignorancia y un histórico resentimiento que nunca acaba de cicatrizar; y, por el otro, la timidez acomplejada.
Apunto algunas ideas que puedan servir para aclarar este debate que, aunque parezca a muchos (a mí, por ejemplo) que debiera estar superado, es “un muerto que goza de buena salud”.
  1. Cuando se niega la conveniencia de que el espacio público sea ocupado por la religión, se enarbola el concepto de “Estado laico”. Maticemos, primero, este concepto. Nuestra Constitución deja clara la “aconfesionalidad del Estado” (art. 16. 3). Esto es, el Estado se coloca en una actitud de neutralidad religiosa y, al mismo tiempo, de colaboración positiva con las distintas confesiones. Además, es el garante de la libertad religiosa (art. 16.1). Conviene que en este punto distingamos distintos modelos:
(a) Estado aconfesional, como lo es el español a partir de la Constitución de 1978.
(b) Estado confesional, como fue España de la época de Franco, situación luego amortiguada en parte  con la Ley de libertad religiosa de 1967.
(c) Estado con una religión oficial (no es los mismo que confesional, aunque pueda confundirse). Una nación tan secularizada y liberal como el Reino Unido, mantiene el  carácter oficial del Anglicanismo y el papel de la Reina como cabeza de esta iglesia, aunque sobre todo en un sentido protocolario y simbólico, no estorba para nada a una situación indiscutible de libertad (y hasta de relajación) religiosa.
(d) Estado laico, que sería aquel que fomenta el laicismo, es decir una actitud negativa y restrictiva con respecto a la religión. Ejemplo de Estado laico puede ser la II República española (1931-1936), con su agresividad no disimulada a la Iglesia católica.

Habría que añadir un modelo (e) al que llamaríamos Estado Teocrático (confusión- identificación de la norma civil con la religiosa), pero éste se sale fuera del ámbito cristiano y occidental  y ya, más que hablar de distintos matices constitucionales o legales, estamos hablando de distintas civilizaciones.

Queda claro, pues, que España es un Estado aconfesional y que esta situación no parece discutida (hablo en un sentido sociológico, no dogmático ni moral), ni siquiera por la mayoría de los católicos.
  1. Aclarado esto, determinamos cuáles serían las funciones del Estado con respecto al hecho religioso. Para mí, estas funciones son:
(a) Mantener una posición de neutralidad y no discriminación (art. 14), que se derivaría del principio constitucional de igualdad (Título preliminar, art. 1. 1). No puede discriminarse ni favorecer a nadie en función de su confesionalidad.
(b) Tomar una actitud positiva de colaboración con las organizaciones religiosas, más allá de la mera neutralidad pasiva, ya que éstas son parte de la sociedad civil y contribuyen al bien común. Si estas organizaciones tienen iniciativas, por ejemplo, en el terreno social o educativo, parece lógico que el Estado las impulse y colabore con ellas, como con otras de carácter cívico o cultural. Es decir, la organización religiosa debe considerarse y ser tratada como “sociedad civil”, con todo lo que ello conlleva.

Hasta aquí no hay ningún punto que parezca polémico. Estas ideas tienen un fundamento en la ley (Constitución) y un amplio consenso (opinión pública) social. En este idílico panorama teórico, surge, no obstante, un problema cuando se plantea la siguiente cuestión.
  1. El imperativo de neutralidad del Estado, ¿supone que tenga que evitar la presencia de elementos religiosos -símbolos, imágenes, manifestaciones- en espacios públicos? ¿Debe ocupar todo el ámbito de la moral, de la educación, establecerse como modelo de la Verdad absoluta? ¿Debe el Estado sustentar aquella opinión, tantas veces oída de que “la religión es un asunto privado”? En esta cuestión quiero hacer tres matizaciones:
3.1. Existe una real dificultad de distinguir los ámbitos de lo público y lo privado cuando están en juego relaciones humanas, valores, costumbres, historia. Es una abstracción casi imposible. En realidad, el espacio de lo privado lo  establece el mismo individuo marcando los límites de lo que es su intimidad. No tiene sentido que estos límites se establezcan desde fuera. Además, el Estado violentando esta situación entraría en contradicción con el principio ya citado de neutralidad. Dicho de forma más brusca: el Estado reduciendo a lo privado cualquier manifestación religiosa está conculcando (aunque aparentemente parece que lo defiende) el principio de aconfesionalidad y neutralidad religiosa.

3.2. Segunda matización, donde quizá está la clave del problema. No hay que confundir -se hace con frecuencia- los conceptos de lo estatal y lo público. El Estado administra lo público (en parte, no exclusivamente) y es garante del cumplimiento de las normas que lo controlan; pero no se identifica con este ámbito. Es más: si lo estatal y lo público se identifican, si pierden su diferencia, aparece el totalitarismo y se asfixia, se le priva de su espacio “natural”, a la sociedad civil.

3.3. Tercera matización. El ámbito público, por su propia naturaleza, está determinado por factores culturales e históricos. Aquí no hay un vacío aséptico, sino que están las costumbres, los valores, los símbolos de una sociedad  que, a su vez, es fruto de un devenir histórico. Nuestra cultura (la española, la europea, la occidental en un sentido más amplio), está marcado (no exclusivamente, sí profunda e intensamente) por el Cristianismo. El Cristianismo conduce no sólo la conciencia y los actos individuales de las personas, sino que está presente en sus usos, costumbres, cultura; esto es, presente en el espacio público. En Andalucía, con el gran peso que tiene la religiosidad popular, hay una fuerte presencia del Cristianismo en los ritos y fiestas colectivas. ¿Cómo se podría desvincular, por ejemplo, a los pueblos andaluces de sus patronas y de sus fiestas patronales? ¿Cómo se puede borrar el fenómeno sociológico, cultural y religioso de nuestra Semana Santa? Sería un absurdo borrar del espacio público todas las señas de origen cristiano; y si lo hiciese el Estado, además sería un contrasentido jurídico y político. Esta utopía llevada a sus últimas consecuencias, dejaría cortas las de Huxley (Un mundo feliz) o la de Orwell (1984). Desde los nombres hasta el arte, desde la literatura hasta la moral, el Cristianismo es una de las sustancias en las que se amalgaman los elementos que conforman nuestra cultura y nuestra historia.

De todo lo dicho, deduzco unas cuantas conclusiones que espero arrojen un poco de luz  a un hecho más que complejo:

(a) La gran mayoría de los españoles, y entre ellos la gran mayoría de los católicos, se sienten cómodos en un Estado aconfesional (repito que no valoro moralmente este sentimiento, sino constato un hecho sociológico) y con una situación de libertad religiosa, que respete la conciencia y las  manifestaciones religiosas

(b) El Estado, en su aconfesionalidad,  controla y ocupa lo público, para velar que se cumplan las normas que garantizan la convivencia, pero no puede, en ningún caso, crear una identidad entre dos ámbitos que son distintos, aunque haya espacios convergentes.

(c) Lo público (que no puede delimitarse de lo privado de forma exacta) está determinado por la cultura, y ésta tiene un carácter histórico.

(d) No tiene sentido (éste es el corolario final de esta argumentación) que el Estado borre o retire de lo público señas culturales o que ataque sentimientos y costumbres religiosas. Invade, así, un espacio que no le corresponde. Si el Estado ocupa todo el espacio público, si se termina por identificar lo estatal y lo público, estamos en una situación totalitaria, aunque sea nominalmente democrática. El caso de la educación sería un buen ejemplo para explicar este fenómeno. Pero la Historia nos enseña que esto no es nuevo: siempre el poder (el Estado) tiende naturalmente a expandirse, como los gases en la atmósfera.


                                                                                     TOMÁS SALAS Vía FORUM LIBERTAS

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