Estamos en un mal momento. No es ya que la justicia no sea independiente en origen, es que no hemos sido capaces de separar a los políticos de la judicatura, y menos a los jueces de la política. No debería caber la sospecha de que en esta sociedad del espectáculo hay un vaso comunicante entre la acción de los magistrados y los platós de TV. ¿Es normal que las cámaras de “La Sexta” estuvieran en la vivienda de Ignacio González preparadas para grabar su detención?
El río revuelto de los corruptos y los medios sirve para el ajuste de cuentas, los linchamientos, y el encanallamiento de la vida pública. El abuso de las imputaciones y de las “denuncias populares” de asociaciones politizadas y de partidos en la oposición, lo estamos pagando. El Estado ha dejado de ser de Derecho porque vale más la impostura calculada de un presentador y sus colaboradores, que los pasos reglados de un proceso judicial.
Pero los tribunales populares y sus aquelarres no deben impedir ver el bosque político. El gran error del PP ha sido desprenderse de los principios y valores liberales para abrazarse a la tecnocracia, al supuesto atractivo de la buena gestión. La ausencia de los pilares propios de la derecha liberal, aquella que hizo triunfar a Thatcher o a Reagan, que iluminó al primer Aznar, es la que ha llevado al partido del centro-derecha español a este simulacro de autodestrucción.
El partido se llenó de gestores sin alma, tecnócratas, economicistas, amiguetes que colocan a amiguetes, de personas que clavaban el perfil bajo y que no alterasen a la izquierda con un discurso político potente. La organización se formó con arribistas y contables creativos que decían que lo importante eran los resultados económicos, satisfacer las demandas sociales de la gente a través de las inversiones públicas.
Ahí estuvo el suicidio, porque cualquier liberal leído sabe que cuanto mayor es el gasto público, mayor probabilidad hay de que exista corrupción. Era el “despojo” del que hablaba Bastiat en una dimensión que el escritor francés jamás había imaginado: la piratería fiscal para crear un Estado omnipresente que permitiera el latrocinio sistemático.
Los valores liberales del esfuerzo, trabajo y sacrificio personal para progresar quedaron arrinconados, humillados, y las derrotas de la oposición más que las victorias de los propios, santificaron ese sistema tecnocrático. ¿Para qué introducir el liberalismo político cuando la gestión socialdemócrata y economicista parecía servir en las urnas? Todos los principios se sacrificaron en el altar de la encuesta electoral. Así, no solo se dejó el campo abierto a la izquierda sentimental, sino que se metió al PP en el laberinto de la corrupción.
No todo el PP es así; es cierto. Hay muchos dirigentes nacionales y locales a los que repugna la deriva tecnocrática, la corrupción y la pérdida de identidad liberal. Porque el liberalismo no es solo privatizar, es todo un sistema filosófico de vida pública y privada, guiado, por supuesto, por la virtud cívica. La idea liberal contemporánea ha recogido el republicanismo de Jefferson y los federalistas, la interpretación democrática de Tocqueville, la crítica de la planificación totalitaria de Hayek y Mises, de la dictadura del pensamiento único que hicieron Ayn Rand o Revel, y de aquellos que clarificaron el sentido actual de la libertad, como Berlin, Aron o Gambescia.
Hoy, todos estos son pensadores malditos en el centro-derecha español, parias, meras referencias de una erudición que no tiene ningún peso político. Incluso hubo quien habló de “liberalismo simpático”; es decir, de tecnocracia que no molestara a la izquierda.
El abandono del liberalismo político ha llevado a la gestión tecnócrata, cuyo resultado es la corrupción que está destruyendo al PP. ¿No imaginaron jamás que les iban a pillar? ¿No pensaron que llenarían la parrilla televisiva mañana, tarde y noche de los medios izquierdistas de comunicación? ¿No saben que serían las estrellas de esta sociedad del espectáculo?
La responsabilidad de ese abandono de lo que debería haber sido la columna vertebral del centro-derecha español debe ir más allá de lo que dicte un juez. No se puede olvidar el abandono deliberado de cualquier batalla de las ideas, de propagación de un paradigma liberal, la rendición ante la hegemonía cultural de la izquierda, el vacío en medios, en universidades y en las artes, la orfandad en la que dejaron a todos los que sostuvieron ideas liberales frente a la servidumbre socialista.
El partido de la derecha debe refundarse. Es insoportable para cualquiera que no comulgue con las izquierdas, levantarse todos los días con un nuevo caso de corrupción en el PP. Es más; es que todo ese engranaje tecnocrático h
ace aparecer como estadistas a gerifaltes iletrados de la “nueva política”, creándoles un discurso y acción fáciles pero huecas, destructoras, que lejos de generar esperanza no causan más que recelo.
De ahí esta crisis de régimen que anunciamos hace tiempo, fundada en la caída de sus grandes actores partidistas –el PP y el PSOE–, en la pérdida de confianza en las instituciones –de la Corona hasta la última-, y en la creación de un espíritu general, un Zeitgeist, que desprecia lo existente, disgregador y cainita que no sabe a dónde va.
El daño de la deriva tecnocrática del PP, y de su consecuencia, la corrupción, es tan profundo y peligroso que la política española se ha convertido en un intercambio de titulares llenos de ruido y furia. Los populares tienen gente para salir de la era tecnocrática suicida, pero están tardando mucho en dar un golpe de mano y hacerse con el poder en el partido. El realismo es pesimista, como bien enseñó Maquiavelo. He aquí todo.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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