Miles de manifestantes a favor de la independencia de Cataluña.
En noviembre de 1978 en Jonestown (Guyana) se produjo el suicidio colectivo de 912 seguidores (incluido el asesinato de 300 niños) del pastor estadounidense Jim Jones,
miembros de una secta llamada, curiosamente, “Templo del Pueblo”. Esta
acción auto-destructiva paradójicamente fue presentada por Jones como un
“acto revolucionario” (aparentemente acompañado asimismo de sonrisas)
que les llevaría a otro nivel superior de realidad donde encontrarían
finalmente la libertad, la felicidad y el bienestar. Este escenario se
fundamentaba no en datos objetivos sino tan solo en la fe de los
seguidores en la palabra de su líder. El separatismo disgregador lleva prometiendo algo muy similar para el día después de la independencia,
sin ningún estudio riguroso y objetivo que lo asegure, basado solo en
la confianza ciega en la palabra de los líderes independentistas o en la
mera fuerza de un deseo ingenuo e irracional. De hecho, estaría
proponiendo un suicidio colectivo, alimentado por información falsa y
manipulada. Se ha comprobado recientemente que los informes de que
disponía la Generalitat mostraban un futuro incierto y potencialmente
desolador, con caídas del PIB en torno al 20%, datos cuidadosamente
ocultados a los ciudadanos, que siguen creyendo hoy, como ayer,
ciegamente en el nirvana independentista a pesar de que miles de
empresas han abandonado Cataluña y de que otros estudios concienzudos
alerten del engaño masivo al que han sido sometidos (e.g., Josep Borrell y Joan Llorach, Las cuentas y los cuentos de la independencia, 2015).
"Como Jim Jones, líder de la secta ‘Templo del Pueblo’, el separatismo ha buscado romper familias y hacer olvidar a muchos emigrantes el respeto por los valores que representan sus antepasados"
¿Cómo se forja un tipo de mentalidad que permite extender
y caer en esta trampa? Existen razones que apuntan a que nos
encontraríamos ante comportamientos típicos de una secta más. Veamos.
Los que cuestionaban las afirmaciones de Jones eran tratados como
herejes o enemigos del movimiento, y severamente castigados; el
separatismo trata igual a los constitucionalistas,
ya sean padres, niños o comerciantes que cometen la osadía de rotular
en castellano. El “Templo del Pueblo” se presentaba como defensor de la
“verdadera” voluntad de su pueblo frente al opresor externo, que en su
caso era el capitalismo; los fanáticos separatistas también oponen una
voluntad virtual del pueblo catalán (no superan con toda la manipulación
existente el 50%) frente el enemigo exterior que sería el Estado al que
pertenecen (o simplemente “Madrid”), pero añadiendo, en el caso de ERC y la CUP,
también al capitalismo, con lo que las semejanzas continúan. Jim Jones
obligaba a sus seguidores a romper con sus familias y a apartar
cualquier valor (por importante que hasta entonces fuera) que entrara en
contradicción con la consecución de los fines del grupo; el separatismo
ha buscado enfrentar y romper familias y hacer olvidar a muchos
emigrantes el respeto por los valores que representaban sus antepasados.
Tal
vez haya todavía alguien que, llegados a este punto, clame: “¡El
separatismo es una opción ideológica legítima, protegida por la libertad
de pensamiento y expresión!”. Pues bien, continuemos. La Resolución del Parlamento Europeo,
de 22 de mayo de 1984, sobre “una acción común de los Estados miembros
de la Comunidad Europea en torno a diversas violaciones cometidas por
nuevas organizaciones que actúan bajo la cobertura
de la libertad religiosa", señala algunos criterios para identificar a
una secta: que personas que no hayan alcanzado la mayoría de edad sean
incitadas a pronunciar votos que comprometan de manera determinante su
porvenir (imposición de la lengua minoritaria, persecución de la lengua
materna de la mitad de la población, falseamiento de la historia común,
creación de mitos, implantación del pensamiento único en las escuelas y
utilización de menores en manifestaciones y otros actos); que se pida un
compromiso de orden financiero o personal, sin precederlo de un período
de reflexión suficiente (campaña para la suscripción de “bonos
patrióticos”, pagados finalmente por el Estado, presión coercitiva
separatista: “o estáis con nosotros o no sois verdaderos catalanes”);
romper o impedir el contacto del adepto con sus antiguos amigos y
familia (ruptura de relaciones familiares y de amistad); condicionar la
elección formativa de sus miembros (sólo puede estudiarse en un idioma,
todas las escuelas y/o universidades deben ser adeptas a la causa);
poner obstáculos al derecho a abandonar libremente el movimiento en
cualquier momento (si abandonas el independentismo eres un traidor que
merece ser lapidado socialmente, e.g. Santi Vila);
impedir el derecho a solicitar la opinión de una persona independiente,
en el terreno jurídico o en cualquier otro (compra de observadores
internacionales por 200.000 €, instrumentalización del TV3…); incitar a
transgredir la ley (sin comentarios); pedir un compromiso permanente a
miembros potenciales que, como los estudiantes o los turistas, efectúan
una visita a un país en el que no son residentes (presión sobre los
emigrantes, rechazando a los procedentes de países de lengua española);
no proporcionar a las autoridades competentes, si se lo piden, toda
información relevante, incluyendo el lugar de permanencia o residencia
de ciertos miembros (sic); no proporcionar a los niños de los miembros
una educación y cuidados apropiados que eviten lo que pudiera perjudicar
el bienestar del niño (por ejemplo, excluyendo la enseñanza de/en la
segunda lengua más hablada del mundo).
"La única base real de las promesas idílicas del independentismo es la confianza ciega en la palabra de sus líderes, algo muy similar a un suicidio colectivo alimentado por información falsa o manipulada"
En el país de la igualdad, libertad y fraternidad (Francia)
se aprobó en 2001 una Ley anti-sectas: Ley 2001-504, de 12 de junio de
2001, dirigida a reforzar la prevención y la represión de los
movimientos sectarios que atenten contra los derechos del hombre y las libertades fundamentales.
Introduce la posibilidad de declarar la disolución de aquellas
entidades legales, cualquiera que sea su forma jurídica u objeto, cuando
el propósito o la finalidad de sus actividades sea crear o explotar la
dependencia física o psicológica de sus miembros, y en especial, cuando
la persona jurídica en cuestión o sus dirigentes legítimos o de hecho
hayan sido condenados mediante sentencia firme por determinados delitos.
La demanda de disolución la presenta el fiscal de oficio o a instancia
de parte y en el mismo procedimiento se podrá pedir igualmente la
disolución de otras personas jurídicas que persigan los mismos objetivos
y estén unidos por intereses comunes. Se introduce un nuevo delito en
el código penal que sanciona con tres años de prisión y una multa de dos
millones quinientos mil francos el abuso fraudulento
de una situación de ignorancia o debilidad de cualquier persona cuya
vulnerabilidad sea específica por minoría de edad u otras razones, o de
personas sometidas física o psíquicamente como consecuencia de graves
presiones ejercidas para alterar su juicio (e.g. presión social del
separatismo especialmente a menores y emigrantes para que se
“conviertan” al dogma independentista).
Puede que, a
pesar de lo dicho, a alguien le siga indignando y sorprendiendo esta
equiparación, pero una cosa es cierta: las nuevas sectas y el
separatismo disgregador se aprovechan de la misma situación de vacío que
ha dejado la crisis de las religiones y las ideologías tradicionales El
ser humano tiene necesidad de identidad, sentido y objetivos para
justificar y mantener su existencia. Y cuando fallan unas recetas se
buscan (desesperadamente) otras. El nacionalismo,
como sus sectas hermanas, hábilmente explota esa demanda y debilidad,
al precio de eliminar el espíritu crítico y dividir la sociedad entre
los separatistas (los buenos) y “los otros”
(los malos, que merecen por tanto ser odiados, marginados y
expulsados). Buscan crear una dependencia psicológica del individuo
hacia el grupo, haciendo imposible la vida independiente o al margen del
mismo. De hecho, para muchos independentistas, el separatismo se ha
convertido en su vida (la rama aparentemente firme a la que asirse), no
existiendo sentido en un mundo sin él. Y de esta tentación (a lo fácil y
a una autoestima “prêt-à-porter”l) nadie está libre, ni aunque cuente
con un doctorado. Es la mera consecuencia de la fragilidad humana y una
sociedad cada vez más líquida.
En este contexto, si
vemos claro lo peligrosas que son las sectas, hasta el punto de que se
prevea en algunos países su ilegalización, ¿por qué no hacer lo mismo
con el separatismo, dado que comparten tantos puntos en común? Una
última pregunta: ¿sería mejor o peor el mundo sin sectas ni
separatismos? Una pista: llevamos cinco meses de aplicación (light) del art. 155 de la Constitución. ¿La vida de los catalanes es mucho peor que antes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario