El impuesto de sucesiones es un buen ejemplo de cómo las opciones progresistas están perdiendo apoyo social, y de los motivos que las llevan a un lugar secundario
Susana Díaz, durante la tramitación de la proposición de ley sobre impuesto de sucesiones. (EFE)
Si los partidos no se hacen trampas al solitario, y algunos son muy aficionados, y si sus cabezas pensantes se deciden a ver la realidad, a lo que no son muy proclives, deberían reconocer que la izquierda está en un retroceso que amenaza con ser duradero, en España, en Europa y también como proyecto político mundial.
En el caso de la UE, es altamente significativo, porque se juntan dos elementos preocupantes. De una parte, un ascenso del populismo de derechas y de la extrema derecha (impulsados por Putin, como decíaHollande, o no), causado también por el giro de electores de partidos de izquierda hacia opciones como la de Le Pen; en otro sentido, porque en un instante en que la cohesión social aparece como un asunto crucial para impedir que la UE se rompa, los partidos socialdemócratas, verdes y excomunistas no han tenido ni de lejos el peso que se les presuponía para influir en las políticas económicas y sociales comunitarias.
Una clave: el impuesto de sucesiones
Hay muchos factores que podrían explicar esta deriva hacia una posición subordinada de la izquierda, pero quizás haya que incidir en uno escasamente explicado pero de un peso esencial a la hora de perder simpatías y votos: frente a un mundo cada vez más mezclado, sus visiones y sus propuestas siguen siendo poco flexibles y muy dadas a aplicar en bloque las viejas fórmulas en un entorno para el que ya no sirven. Quizás este diagnóstico se entienda mejor si recurrimos a un ejemplo, como es el impuesto de sucesiones.
El actual impuesto de sucesiones contribuye a quitar al que tiene poco lo poco que tiene, mientras que los más adinerados pueden escapar de él
La ortodoxia señala que, si eres de izquierdas, debes ser favorable a los impuestos, en tanto mecanismo redistributivo por excelencia, y como medio principal de financiación de las prestaciones institucionales del Estado del bienestar. Y más aún si se trata del de sucesiones, un dispositivo en teoría esencial para evitar que las diferencias sociales se amplíen. Sin embargo, esa idea no está tan clara si describimos sus efectos reales. Para muchas personas de la clase media y de la clase trabajadora, la herencia se ha convertido en uno de los escasos recursos que les quedan para mantener un nivel de vida digno, en ocasiones para llegar a fin de mes, en otro para preservar un pequeño capital para contingencias o para ayudar a sus hijos a la hora de pagar los estudios o en el inicio de su vida adulta; para otros, es exactamente eso lo que los mantiene, como esas familias en paro que alquilan el piso heredado para pagar sus facturas. De modo que el actual impuesto de sucesiones, allí donde está vigente o lo está con tipos altos, contribuye a quitar al que tiene poco lo poco que tiene, mientras que los más adinerados pueden escaparse gracias al asesoramiento de expertos fiscalistas que les ayudan a encontrar los vacíos legales, con lo que las diferencias entre unos y otros siguen ampliándose.
Redistribución a la inversa
En segundo lugar, y en cuanto a su finalidad redistributiva, también hay novedades: una parte cada vez más sustancial de lo recaudado por impuestos va a parar en primer lugar a manos de los acreedores de la deuda pública (es decir, inversores y bancos), tal y como obliga el reformado artículo 135 de la Constitución. Lo cual quiere decir que, como ocurre con demasiada frecuencia, quizá tengan que vender la casa recibida en herencia para poder hacer frente al impuesto de sucesiones, y que así los inversores puedan aumentar sus beneficios.
La gente que sale perjudicada encuentra opciones en nuevos partidos. Y es normal: las respuestas no han estado a la altura de las preguntas
Desde esta perspectiva, no tiene sentido seguir pensando en la validez del impuesto desde las viejas perspectivas. Quizá sería mucho más útil, a la hora de cumplir con las finalidades previstas,y de ganarse los afectos de aquella gente a la que dicen defender, entender cuál es el contexto actual, cuáles son los problemas reales con los que nos enfrentamos los españoles y trazar soluciones a la altura del momento. Por ejemplo, ese tipo de impuesto solo sería válido si hubiera una buena parte de la población, aquella que tiene menos recursos (y esas clases medias que están cayendo en la escala social), que no estuviera sujeta a él, y si al mismo tiempo se establecieran los controles adecuados para que las grandes fortunas no pudieran encontrar tantas rendijas por las que escapar. Pero no es lo que se está haciendo: en la teoría, se insiste en aplicarlo en bloque (el impuesto de sucesiones es necesario en todo caso, ya que redistribuye) y en la práctica su utilidad real consiste en hacer que la gente que tiene algo tenga menos, mientras que quienes tienen mucho lo conserven. La redistribución, a la inversa.
La vieja y la nueva derecha
El problema de seguir con las viejas certezas es también electoral, porque es esa misma gente que sale perjudicada la que encuentra nuevas opciones en otros partidos. Y es normal, porque las respuestas no han estado a la altura de las preguntas. La izquierda sigue anclada en sus convicciones sin entender los nuevos contextos. El caso español es evidente: esa lucha contra la derecha, a la que se sigue representando como dominada por el fervor religioso, los militares, los caciques, la banderita en el reloj y los pijos que en el fondo querrían que Franco volviese, tiene poco que ver con la realidad actual, donde el poder está en manos de las finanzas, donde las fuerzas son globales, y donde las tensiones entre las élites mundiales y las locales son cada vez más intensas. La derecha del pasado no es la del presente, que es mucho más móvil, menos arraigada en los territorios, mucho menos dada a los nacionalismos, y más pendiente de las apuestas en los mercados que de vigilar el orden en la fábrica. Moncloa tiene peso a la hora de tomar las decisiones reales, pero mucho menos que los grandes inversores y las grandes instituciones globales, que dictan lo que debe hacerse, de modo que los gobernantes nacionales agachan la cabeza y cumplen las órdenes, seas Rajoy o seas Tsipras.
El mundo en el que vivimos guarda semejanzas con el del pasado, pero también muchas diferencias, y aplicar las viejas soluciones en bloque no hace más que producir el efecto contrario del deseado, como prueba el impuesto sobre sucesiones. Es hora de pensar de otra manera.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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