¿Cómo se reconoce alguien como cristiano? 
En el seguimiento de Jesucristo, sus palabras y su obrar y el sentido de
 pertenencia al Pueblo de Dios, en su Iglesia. Un conjunto de criterios o
 exigencias nos indican, en su examen diario, si nuestra ruta es la 
buena.
El seguimiento de Jesucristo sólo es 
posible conociéndolo, y esto pide la lectura, meditación y plegaria 
diaria de los evangelios, del Nuevo Testamento.
La pertenencia se verifica en la 
participación eclesial, la Asamblea del Pueblo de Dios y sus 
sacramentos, el de la confesión y reconciliación, que prepara para el 
centro de la vida de la fe, la eucaristía, el sentido de comunión con él
 y todos los hermanos. Hay que preocuparse de entender y meditar su 
sentido y alcance, antes de descartarlos o subjetivarlos frívolamente.
El seguimiento de su último mandato (Mt. 
28-19-20), aquel que pide salir de nuestro espacio de comodidad e ir a 
hacer de discípulos suyo, enseñándoles a hacer todo “lo que yo os he 
mandado”. Es la misión, la evangelización. Sin misión personal, el 
cristianismo de cada cual no se verifica.
La perfección de las virtudes cristianas. 
Las virtudes son las prácticas buenas. Unas, comunes a todos. Otras, las
 específicas porque son solicitadas por nuestra condición personal: 
cristiano, padre o madre, hijo, médico, taxista, ciudadano, etc. son las
 grandes olvidadas de nuestro tiempo. Sin virtudes nada del que se 
propone está al alcance.
Siete son las virtudes cristianas 
definidas por la enseñanza de la Iglesia y son las básicas. De ellas se 
despliegan otras: las teologales: fe, esperanza y caridad; el amor de 
donación. Y las cardinales: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. 
Entre ellas, la prudencia, que significa la capacidad para discernir el 
mejor camino para lo que se quiere lograr, es la determinante porque lo 
condiciona todo.
 De ellas se desprenden otras, patentes en la lectura 
del Nuevo Testamento y también muy evidentes en los Salmos. Son: la 
paciencia -el amor necesariamente tiene que ser paciente- la piedad en 
relación a Dios, su culto, la paz y la alegría que acompañan la vida del
 cristiano, la longanimidad, una palabra infrecuente que designa la 
entereza y la constancia ante la adversidad. La benignidad y la 
mansuetud, aquellas virtudes que hacen posible ser amable y 
bienintencionado, tranquilo y apacible. La modestia ligada a la 
humildad, la fidelidad, el control de las pasiones, del dinero, poder, 
sexo, las pasiones del hedonismo. El cristiano anda la senda de la 
austeridad. De manera natural cada cual tiene facilidad para unas prácticas virtuosas y dificultad para 
otras. El camino de la perfección es el trabajo diario para mejorar unas
 y lograr las otras.
Finalmente, dos otros criterios resultan 
esenciales. Uno es el del discernimiento porque nuestro actuar 
contribuya al plan de Dios. El otro es asegurarse que todo acto, mediato
 o inmediato, esté dirigido a lograr el bien.
El cristianismo es la vía de la excelencia
 humana, que tiene una referencia en Jesucristo, y la comparación con 
nuestras condiciones de salida de nosotros mismos. Se progresa en ella 
guiados por el examen de conciencia, la relación con Dios y el consejo 
espiritual.
                                                                       JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL  Vía FORUM LIBERTAS 

 
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