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martes, 7 de marzo de 2017

ILUSTRADOS Y PERSPECTIVA DE GÉNERO, EL GRAN ENGAÑO DE LA IGUALDAD





Como escriben Eduardo Mendieta y Jonathan Vanantwerpen en “El Poder de la Religión en la esfera pública”: Muchas de nuestras opiniones comunes sobre la religión y la vida pública son mitos que poco tienen que ver con nuestra vida política o con nuestra experiencia cotidiana. Por ejemplo, la religión no es ni meramente privada ni puramente irracional. Y la esfera pública tampoco es un ámbito de franca deliberación racional ni un espacio específico de acuerdos libres de coacción. Sin embargo, durante mucho tiempo estas han sido las ideas dominantes sobre la religión y la esfera pública. Y, de hecho, así se sigue predicando y argumentado en el presente, como si esta visión deliberadamente deformadora de la realidad, que utilizó la Ilustración, al menos la parte decididamente anticristiana de ella, fuera algo más que una soflama panfletaria. 

El propio Habermas ha evolucionado desde una posición prácticamente antirreligiosa hacia un reconocimiento de su potencial y significación para la cultura política, si bien bajo una determinada delimitación: Para que se pueda disponer del potencial capital semántico de las tradiciones religiosas con el fin de enriquecer la cultura política. Reconozcamos que la religión no se ha marchitado bajo la presión de la modernización… Habermas considera las fuentes religiosas del sentido y la motivación como aliados indispensables para combatir las fuerzas del capitalismo global, pero recalca la diferencia entre fe y conocimiento. Considera que siguen siendo fuente importante de valores, fomentan la solidaridad y el respeto a todos (ob cit p14). Habermas hace el reconocimiento de lo que aquí, ni el PSOE, ni el Cs, ni Podemos son capaces de hacer. Pide, eso sí, que se formulen en un idioma secular y con un lenguaje universalmente accesible, algo que pensamos que es exactamente lo que viene a exponer la doctrina social de la Iglesia. No es necesario aducir ninguna categoría metafísica para mostrar su coherencia, adecuación universal.


De todas maneras, es bueno recordar que Habermas, como pensador kantiano, parte de un supuesto inexistente. La idea de que solo el lenguaje postmetafísico es universal, es un anacronismo propio de la inercia Ilustrada. En realidad, lo menos universal hoy en día es un lenguaje de estas características, dada la preponderancia religiosa en el mundo y el rechazo muy extendido a las categorías propias de la cultura liberal-occidental; desde Rusia a China, pasando por la India gran parte de Asia, los países africanos, los islámicos, y de hecho, en Europa algunos países, Polonia, Hungría, también rechazan la preminencia pretendidamente global del lenguaje secular. No existe tal lenguaje postmetafísico universal. A decir verdad, es mucho más universal y, si no, contemos, el lenguaje de la Iglesia. De todas maneras, nuestro señalamiento no va ahora por ahí, sino el señalar la rectificación de Habermas, sin duda el intelectual vivo más importante para la socialdemocracia y la ontología liberal, con un añadido de exigencia que procede subrayar: la tarea (de traducir el lenguaje religioso) recae no solo sobre los ciudadanos creyentes, sino sobre todos los ciudadanos (p 15)
 
El daño ilustrado al ser humano por su destrucción -mejor dicho, intento- del sentido religioso es extraordinario, pero no es el único. Otro atañe a la desigualdad. La Ilustración se alzó al grito de la igualdad, pero en realidad era un tipo de igualdad que poco tenía que ver con la economía y la redistribución de la riqueza. Todos los philosophes coincidían en que la igualdad era imposible (La Lucha por la Igualdad Gonzalo Pontón Pasado Presente 2016). En la Enciclopedia Diderot escribirá “en la democracia, incluso en la más perfecta, la igualdad entre sus miembros es imposibleLa Ilustración en realidad está reservada a unos pocos filósofos, una “iglesia invisible”. Diderot considera que solo esta pequeña tropa y no la canalla prevalecerá a la larga… y el populacho es demasiado estúpido, demasiado miserable y demasiado ocupado como para ilustrarse. Voltaire defiende la libertad, pero le aterra la igualdad. Los hombres están divididos en dos clases, una la de los ricos, que mandan, y otra la de los pobres, que sirven… El género humano, tal y como existe, no puede subsistir sin que haya una infinidad de hombre útiles, que no posean absolutamente nada (p 575, 576). Rousseau en un texto emblemático de la Ilustración y su vástago la modernidad, que mantiene hoy su valor totémico, El Contrato social, sostiene “Por qué hay que enseñar al populacho. Una cosa es le Peuple (las clases medias) y otra les vulgaire” (los comunes) (p 577)

Esta visión ilustrada contrasta con la visión bíblica de la que surge, ya en el Antiguo Testamento, una fuerte y extendida preocupación y prioridad por los pobres, las viudas –la forma más extendida de pobreza femenina- y los huérfanos. Los Salmos son un continuo reiterar de esta idea: (Dios) Para el desvalido será una plaza fuerte, una plaza fuerte en momento de peligro (S9) “Tú eres la ayuda del huérfano (S10). Rotundo: Dice el Señor “Si los desvalidos son oprimidos y gimen los pobres, ahora mismo me levanto; los salvaré si se burlan de ellos (S12). Os reís de las esperanzas del pobre, pero el Señor mismo los ampara” (14). La constancia en la atención a los pobres y desvalidos recorre una gran parte de los 150 textos del salterio hasta el penúltimo: “corona el triunfo de los humildes” ( S. 149)

Y esta centralidad de los pobres y su remisión alcanza su máximo en Jesucristo, como narran los cuatro evangelios. No es un dato menor que uno de sus puntos culminantes sea las Bienaventuranzas. Esta visión no es solo metafísica, no se relaciona solo con el mas allá, sino que, porque las ideas tienen consecuencias, se hace presente en el más acá. En la medida que el cristianismo se convierte en la religión del Imperio, aquella concepción transforma el propio papel de los ricos, de la propiedad y de la riqueza. No es que estos desaparezcan, sino que continuamente son exigidos, en ocasiones en conflicto con las instituciones seculares, sobre su deber de aplicarla para el bien de quienes menos tienen. Los embates de San Ambrosio, Obispo de Milán, a los ricos serían hoy motivos de escándalo e imposibles de decir por la socialdemocracia. Hay una abrumadoramente documentada explicación de todo esto. No se trata ya solo de socorrer la pobreza y protegerla de toda discriminación y abuso, sino de presentar descarnadamente el problema que plantea a los ricos sus posesiones. El “es más difícil que un rico se salve que un camello atraviese el ojo de una aguja”, no es un negar la posibilidad de crear riqueza, ni negarle la salvación, es la exigencia bien terrenal, la obligación de darle una utilidad social. Una cuestión que sigue siendo central en la doctrina social de la Iglesia.

En realidad, y globalmente, la sociedad teocrática judía en su estructura estamental, era ya más igualitaria que el resultado de la Ilustración+ industrialización+ mercado, y algo parecido sucede con la sociedad estamental medieval, la estructura de gremios protege de manera mucho más eficaz al trabajador de los abusos del mercado, que la situación del siglo XIX surgida de la Ilustración. Solo falta leer a Marx (véase por ejemplo Sociología y filosofía social. Edicions 62,1967, Origens i Desenvolupament del capitalisme p 149 y ss) para constatarlo

Hay un inmenso engaño histórico en todo esto que solo se está comenzando a deshacer.

Y aún no hemos salido de esta confusión, cuando una nueva “Ilustración nos amenaza: la de la perspectiva de género y su confuso y contradictorio, pero eficaz, discurso sobre la “igualdad” de “géneros”, “orientaciones” “identidades” sexuales. También en este caso se trata de una igualdad tramposa, alejada de la reivindicación histórica cristiana, porque si los philosophes entendían la igualdad, para ellos, los generistas, radica en privilegios para ellos, como lo constatan las políticas de género y las leyes LGBTI, las ingentes subvenciones, las recompensas legales. Nadie se ha parado a contar cuánta gente vive de esto en la sociedad, las administraciones públicas, las universidades, y para qué sirve más allá de realimentar bizantinamente su extraña teoría, alcanzar situaciones de poder y perseguir a sus opositores. Todo eso poco tiene que ver con combatir la desigualdad real. Al contrario, es bien útil para enmascararla. Por eso el Sistema la cuida y alienta.



                                                                                     EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

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