No asistimos a una lucha global entre fascismo y liberalismo, sino entre verdad y mentira
El Presidente Donald Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca (Washington) JONATHAN ERNST / REUTERS
Se han disparado las ventas de 1984,la novela de George Orwell sobre la vida en un régimen totalitario. Quieren convertirla en un musical de Broadway. Y es que el pasatiempo intelectual de moda es encontrar paralelismos entre la política actual, con sus Trump, Le Pen o Putin, y el fascismo. Es un error.
El mundo no está viviendo una deriva totalitaria, sino autoritaria. No es una diferencia semántica, sino de sustancia. Los regímenes totalitarios, como el fascismo, el nazismo o el comunismo, tienen un objetivo positivo. Quieren unos ciudadanos comprometidos con la causa. Para ello montan sistemas propagandísticos, como el Ministerio de la Verdad descrito por Orwell, que transmiten sus mentiras. Los líderes totalitarios necesitan la credulidad de los súbditos. Consecuentemente, tratan de controlar los intercambios de información.
Por el contrario, los líderes autoritarios tienen un objetivo negativo. No quieren que los ciudadanos crean noticias falsas, sino que no crean nada. Ni sus mensajes ni los de la oposición. Anhelan que los ciudadanos desconfíen de cualquier fuente de información y así no abracen causa política alguna. Para ello es bueno que la información circule de forma contradictoria y descontrolada.
Los autócratas más longevos cultivan la desafección. La base social del franquismo no eran unos ciudadanos comprometidos, sino apáticos. Que no se creían las mentiras del régimen, pero tampoco las verdades de la oposición. Así consiguió Franco durar más que todos los dictadores totalitarios de entreguerras. Y morir en la cama.
Ese es el peligro al que nos enfrentamos. No asistimos a una lucha global entre fascismo y liberalismo, sino entre verdad y mentira. No ha sido la polarización ideológica, sino las mentiras (conspiraciones sobre el 11-S, terrorismo o inmigración) lo que ha traído a los líderes del nuevo autoritarismo. No les venceremos intentando persuadir a los ciudadanos de las bondades de un mundo democrático, abierto y liberal, sino confrontando sus mentiras con verdades neutras y asépticas.
No es el liberalismo, sino la verdad la que nos hará libres.
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