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lunes, 20 de marzo de 2017

VIVA LA PEPA

Los nuevos liberales españoles se fueron ayer de romería a Cádiz sin aclarar qué ¡Viva la Pepa! refleja mejor su política. Según la Real Academia Española:
1. Expresión con que se celebraba la Constitución española de 1812, llamada popularmente así por haberse promulgado el día de San José y ser Pepa el hipocorístico de Josefa
2. Locución interjectiva irónica usada para referirse a toda situación de desbarajuste, despreocupación o excesiva licencia.
En su asamblea de febrero, Ciudadanos cambió su piel ideológica. Albert Rivera decidió eliminar del ideario la referencia al «socialismo democrático» y adoptar el «liberalismo progresista». Yo lo celebré. Algunos de mis amigos fundadores del partido, no tanto. En un artículo en El País, Félix Ovejero se preguntó por el significado exacto de liberal-progresista: «En el mejor de los casos, una obviedad». Y cuestionó la maniobra desde el punto de visto político y electoral. Si el problema más grave de España es la ausencia de una izquierda no sectaria y con sentido nacional; si, como parece, el bonzo centrifugador Sánchez tiene opciones de ganar las primarias socialistas; si las apelaciones a la patria de Podemos se revelaron tan falsas y fatuas como su líder... ¿A qué espera Ciudadanos para decir aquí estoy yo? El pasado miércoles, Ovejero, Fernando Savater y otros referentes de la izquierda anti-identitaria lanzaron una nueva plataforma de socialdemócratas por España. Su iniciativa se suma a la del incombustible Antonio Robles, también fundador de C's y ahora promotor de un nuevo partido llamado Centro Izquierda Nacional.
Pero el problema de Ciudadanos no es su derechización, más estética incluso que estratégica. La intervención de Rivera ayer en Cádiz traza un espacio limpio, integrador y emocionante, en el que caben todos los que rechazan la reacción. El vídeo difundido por el partido cita a Riego, Blanco White, Pineda, Prim, Campoamor y Batet. Y yo me acordé de Chaves Nogales en su exilio parisino: «Yo era aquello que los sociólogos llaman un pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria». Está bien ser un liberal español. Y está muy bien reclamarse heredero del constitucionalismo gaditano. No hay referencia histórica más luminosa ni mejor punto de partida para un proyecto español libre de toda crueldad y estupidez. El problema de C's es otro. Y es típico de la política que dice combatir.
Ciudadanos iba a regirse por lo correcto. Por la verdad. Por un análisis objetivo de cada uno de los asuntos que la realidad arroja a diario sobre la cochambrosa mesa de los políticos. Pero, cada vez más, sus actos reflejan consideraciones de índole táctico o puramente visceral. Cuando Rivera decidió votar en contra del decreto de la estiba no sólo dejó en evidencia los límites de su liberalismo. Y la descomunal cintura de Garicano. También exhibió una forma de hacer política pequeñita, calculadora y vulgar. Con un agravante. En su caso, el tacticismo ni siquiera tiene recorrido. ¿Y si el presidente Rajoy convoca elecciones generales?
La misma pregunta surgió después de que C's amenazara al PP por su flagrante incumplimiento del pacto anticorrupción. Juan Carlos Girauta, principal fuste y fusta del partido, advirtió en Onda Cero: «La aritmética no falla: el Gobierno tendrá que entender que se puede forjar una mayoría alternativa». Quien no acaba de asumir la realidad es C's. Por frustrante que resulte, Rajoy cuenta con un blindaje de hormigón: la imposibilidad ontológica de un pacto entre Ciudadanos y Podemos. La prueba está en Murcia, donde C's ha pasado de exigir la dimisión del presidente de la Comunidad a reclamar al PSOE un poquito de paciencia, no vayamos a acabar en un tripartito con los tóxicos... Rivera no puede ir ni a la esquina -es decir, ni al programa de Évole- con Iglesias. La última vez que lo hizo perdió la confianza de miles de votantes desafectos del PP. España no tiene un Gobierno con fuerza para gobernar. Pero tampoco tiene alternativa.
Ayer los nuevos liberales españoles se fueron de romería a Cádiz en lugar de participar en la marcha convocada por Sociedad Civil Catalana contra el golpe separatista. Hubo gente de Ciudadanos, pero se notó la ausencia de Rivera y sobre todo la de Inés Arrimadas, que para algo lidera la oposición en Cataluña. Cualquiera que se haya manifestado por la Constitución en Barcelona sabe lo larga que se hace la Vía Laietana. Cuánto alienta la presencia de dirigentes nacionales. Hasta qué punto el desamparo de los demócratas es peor que el desprecio de los nacionalistas.
La decisión de Arrimadas culmina una semana marcada por la insólita reacción de C's a la sentencia del 9-N. Arrimadas no llegó al extremo de Albiol, para el que dos añitos de inhabilitación por desafiar al Estado demuestran que en España «quien la hace, la paga». Pero su silencio es aún más desolador porque C's nació para defender la Constitución. La de 1978 antes que la de Cádiz. Revisen el timeline de su Twitter. «Gracias a @JavierMillansCs y a Cs Sevilla las familias de clase media y trabajadora de Sevilla pagarán menos IBI #politicautil». «#Stophomofobia». «Hoy en el Congreso hemos registrado una propuesta para que el corredor mediterráneo deje de ser una promesa y sea por fin una realidad». De la minicondena de Mas, nada.
En privado los dirigentes de C's se justifican: no conviene criticar a los tribunales. ¿Pero entonces por qué denuncian a diario -ayer también- la escandalosa politización judicial? Y ahora que la Fiscalía va a recurrir el fallo del 9-N ante el Supremo, ¿tampoco tienen nada que decir? La actitud de C's perpetúa el error más grave de la etapa democrática: la negativa a reconocer que la secesión está en la yema del proyecto nacionalista. Una y otra vez, Rivera vincula secesión y corrupción, como si la primera fuera hija de la segunda y no al revés. Lo repitió la noche de la sentencia: «Lo que está haciendo Convergència es tapar la cartera con la bandera». Es una frase donut: redondita y vacía. Como aquel logo naranja y verde de UCD, que en 1979 inspiró a La Trinca: «Si an al sentro de una plaza siempre hay un surtidor, an al sentro de tu vida pon el donut bicolor». El centro, un hueco.
El próximo 23 de octubre se cumplen 40 años de la frase que dio nombre al partido de Rivera: «Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí!». Tres años después de pronunciarla, en abril de 1981, Tarradellas escribía una dura carta al director de La Vanguardia, Horacio Sáenz Guerrero. Advertía de la deslealtad intrínseca del nacionalismo: «Va a utilizar todos los medios a su alcance para hacer posible la victoria de su ideología frente a España». Denunciaba su recurso «a un truco muy conocido, el de convertirse en la víctima». Citaba como precedente el golpe de 1934. Y revelaba por qué no culminó su discurso de despedida de la Generalitat con un ¡Viva España!: su sucesor, Jordi Pujol, se lo prohibió.
Viva, pues, la Pepa. Y ya que estamos en Cádiz recordemos lo que dijo Agustín de Argüelles: «Un Estado se pierde igualmente entregándolo al enemigo o equivocando los medios de salvarlo». El Divino sabía de lo que hablaba.


                   CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO  Vía EL MUNDO

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