La condena a Artur Mas por desobedecer el 9-N deja mejor sabor de boca que el juicio del Palau, que acusa a CDC de financiarse con el 4% de los Millet y Montull
El expresidente Artur Mas (2i), la exvicepresidenta Joana Ortega (2 d) y la 'exconsellera' de Enseñanza Irene Rigau (i), junto al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. (EFE)
Le pregunto a un amigo cómo encontró de ánimo a un muy alto cargo de la Generalitat al que visitó ayer, martes. Y la respuesta me parece que refleja bien el clima que se respira en el tren separatista: “Está bien, reconfortado tras la condena a Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigaupor haber desobedecido a Madrid el 9-N de 2014. Tú decías el miércoles pasado que el tren independentista estaba averiado, y el fin de semana la locomotora estuvo a punto de descarrilar tras los testimonios del juicio del Palau y las informaciones que decían que el sumario del 3% de Torredembarra podía implicar a Germà Gordó, colaborador directo de Mas".
"Me ha confesado que el domingo lo pasó muy mal en un almuerzo de amigos, todos en principio incondicionales, cuando hablaron del error del Consell de Garantías Estatutarias al censurar la partida para el referéndum en el proyecto de Presupuestos de 2017 y, todavía más, cuando se trató de las comisiones del 4% a través de Fèlix Millet y las declaraciones de los empresarios que dijeron que CDC los forzó a presentar facturas al Palau por trabajos realizados para el partido. Pero cuando el lunes el Tribunal Superior de Justicia condenó a Mas por desobedecer al Constitucional, volvió a respirar. Todo estaba en orden. ¡Mas había pecado al financiar CDC, pero ningún partido —y menos el PP— podía tirar la primera piedra! Y no se persigue a CDC por el 3% —sí, una práctica que habrá que corregir— sino por haberse hecho independentista y haber puesto las urnas para que la ciudadanía pueda expresarse. Estaba bastante aliviado. Ser condenado por desobedecer es duro, pero honra. Serlo por corrupto, avergüenza... y mata”.
El independentismo apostaba a que la condena a Mas generaría protestas pro-referéndum; puede que solo sirva para borrar el desencanto del Palau
La respuesta refleja bien el clima del tren independentista. Del hundimiento del miércoles con los testimonios de Millet y Montull sobre el 4% al relativo optimismo del lunes tras la condena a Mas, Ortega y Rigau por desobedecer al Constitucional. No hay más que observar las fotos de Mas junto a Ortega, Rigau y Puigdemont en la sede del PDeCAT el lunes al mediodía, tras conocer la sentencia, para ver que los convergentes, que por un momento se vieron asfixiados por la corrupción, piensan ahora que pueden resucitar.
Así, las condenas por el 9-N han dado un poco de ánimo —al menos momentáneo— al tren independentista. Mas, que no podrá ser candidato aunque la sentencia no sea firme por un artículo de la ley electoral, puede volver a hacer un nuevo paso al lado y retirarse con honra, no por corrupto sino por valiente. El PDeCAT, que para tener futuro debía prescindir de Mas, ya no necesitará purgarlo. Ha externalizado el trabajo al Estado español que, quitándole los galones, le salva la cara. Y ERC está relativamente satisfecha. Puede mantener la alianza con un socio todavía más debilitado pero cuyos tejemanejes son parcialmente tapados por una condena política.
En el tren se respira, pues, mejor, bastante mejor. En Madrid no deberían olvidar que el 11 de septiembre de 1714 no se festeja una victoria sino una derrota. Pero el separatismo siempre pensó que la condena a Artur Mas sería la señal que desencadenaría un fuerte movimiento ciudadano de protesta y desobediencia —algún 'capcalent' incluso pensó en ocupar el aeropuerto durante una semana e impedir el tráfico aéreo— que exigiera con fuerza un referéndum y llamara la atención de Europa y el mundo mundial sobre las reivindicaciones catalanas. Y puede resultar que la condena de Mas solo sirva para que en el tren separatista se respire un poco mejor, pero que la protesta sea bastante discreta. Entonces, el independentismo dirá que las cosas se liarán cuando se inhabilite a Carme Forcadell, la presidenta del Parlament. Y puede ser cierto.
La presencia de Rajoy en el directorio europeo entierra las esperanzas independentistas de que Bruselas pudiera mediar en el conflicto catalán
Y mientras, en el directorio europeo —que el separatismo pintaba como sensible a las reivindicaciones catalanas— se acaba de sentar en el cuarto sillón (seguramente el segundo, porque Hollande se marcha y Gentiloni está de paso) nada menos que Mariano Rajoy, el político al que el independentismo despreció porque no entendió que un nacionalista español es tan nacionalista como uno catalán, pero además no quiere sino que tiene un Estado; que además está asociado a otros estados. Y en la Europa de 2017, recorrida por el fantasma del populismo, Mariano Rajoy es un factor de orden y de estabilidad.
Puigdemont sacó pecho el lunes tras la sentencia y dijo que la condena sería indultada por el referéndum que se celebrará lo más tarde en septiembre. Pero el independentismo se va convenciendo de que el referéndum es difícil que se pueda celebrar. Rajoy lo impedirá y lo más probable es que no necesite cañones ni el 155 sino simplemente recurrir a la legislación vigente. Quizá recordar que los Mossos están para lo que el propio Albert Batlle, director de la Policía de la Generalitat, aseguró recientemente en un programa sobre la desconexión catalana de TVE: obedecer las órdenes de los jueces.
Quizás el independentismo ya no piense tanto en cómo celebrar el referéndum sino en cómo poder convocarlo. Necesita demostrar a los suyos que cumplió su palabra. Si, luego, el Estado español no deja celebrarlo es otra cosa y puede además ser un buen banderín de enganche para las próximas elecciones catalanas —otra vez adelantadas— del cuarto trimestre de este año o del primero de 2018. Entonces habrá que estar pendientes de lo que digan los electores en una Cataluña que está dividida. En dos mitades, pero sin traumas. Y en la que lo más probable es que ninguna mitad tenga capacidad de arrastre para crecer a costa de la otra.
Ni Rajoy ni Oriol Junqueras —cada vez más dueño del independentismo— saben el resultado de esos comicios. Pero los dos están convencidos de que van a tener que gestionarlos y ninguno quiere precipitarse. De momento, se tantean a través de la vicepresidenta Soraya, pero no pactan nada. Ambos son cautelosos y desconfiados, y esperan a ver qué cartas tienen el día después de las elecciones.
JOAN TAPIA Vía ELCONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario