Durante muchos años ha sido frecuente que algunos dirigentes socialistas afirmasen que el PSOE era el partido que más se parecía a España, y puede que tuvieran razón, especialmente cuando el PSOE ganaba las elecciones por amplia mayoría. La división que ahora es más que evidente en ese partido refleja bien el estado de malestar de una parte muy significativa de la izquierda española.
Los partidos son instrumentos de representación, y aunque haya mucho de teoría idealizada en esa idea, mal que bien han cumplido con esa función, pero tienen que ser algo más, se les exige que sean órganos de participación y que contribuyan a construir la política que mejor sirva a los intereses más básicos y comunes de una sociedad que no es uniforme y que no puede sino ser conflictiva. Algo marcha mal, por tanto, cuando los partidos mismos se convierten en un problema, y esa es la perspectiva en la que hay que entender tanto la crisis del PSOE como la situación de anormalidad disimulada por el éxito aparente en que vive el PP. Los datos electorales y las encuestas indican que el conjunto de esos dos partidos ha perdido en la última década un porcentaje muy alto de su aprecio, habiéndose roto el fulcro político que convertía las pérdidas de uno en alzas del otro, y, de ahí, la emergencia de nuevas formaciones que no llegan a alcanzar el número de diputados necesario como para jubilarlos, pero que los dejan lejos de la mayoría suficiente para gobernar. Es en este contexto en el que los militantes socialistas van a decidir entre dos proyectos de apariencia muy distinta para el futuro del PSOE.
Los diferentes públicos de la derecha y la izquierda
Los electores del arco de la derecha sienten una fuerte tendencia a conformarse con lo que les ofrece elPP, especialmente porque el miedo les hace creer que cualquier otra cosa resultaría peor, y es parte esencial de la visión conservadora del mundo una persistente increencia en las virtudes del cambio; el público de la izquierda, además de ser más plural, está más ideologizado y es más propenso al debate y, por tanto, a la división, de forma que sus querellas internas contribuyen de manera decisiva a que engorde el resultado rival. Desde esta perspectiva fue en verdad extraordinario que el PSOE haya conseguido mantener un predominio político indiscutible entre 1982 y 1996, una buena quincena de años. Naturalmente, el precio pagado para sostener ese dominio no ha sido pequeño, y lo que hay que resaltar es que desde que Aznar consiguió derrotar a Felipe González en 1996, el PSOE parece haber perdido esa capacidad de concentración de poder. El que ahora haya quienes defienden un proyecto para el PSOE que sea idéntico al de Felipe González solo ilustra sobre la inmensa capacidad de no enterarse de lo que pasa con la que algunos políticos pretenden seguir ejerciendo su función.
Un Zapatero de quita y pon
El caso Zapatero podría invocarse como una excepción a este argumento respecto a la perdida de funcionalidad política del PSOE, pero eso sería al precio de ignorar hasta qué punto su gestión, además de bastante funesta en términos generales, fue catastrófica para su partido. Zapatero hizo de la izquierda una caricatura ridícula al dedicar su política a causas marginales confundiendo estrepitosamente los valores sociológicos de la izquierda: a él se debe de manera inequívoca una postración electoral que solo con muy mala fe puede atribuirse al atribulado paso de Pedro Sánchez por la secretaría general. Por eso resulta curioso que sea ahora Zapatero uno de los endosadores, junto con las más viejas guardias, de la candidatura de Susana Díaz: además de la recuperación imposible de un pasado mitificado se pretende reciclar como un sólido valor político al artífice de la desnaturalización de la izquierda socialista y, para más inri, se sugiere que eso se hace para evitar el alza de los separatismos y de las nuevas izquierdas que son los auténticos beneficiados del mandato zapateril.
Lo que esto pone de manifiesto es que en el PSOE, pero también en el PP, hay una auténtica bunkerización de los aparatos que pretenden gobernar ese partido al margen de la voluntad política de los ciudadanos y, por supuesto, de los militantes, sin caer en la cuenta de que ha sido precisamente esa privatización del partido, la causa del progresivo desafecto de sus electores. Se trata de dinámicas de apropiación muy fuertes que se dan en todas partes, pero que, si no se saben combatir y minimizar, acaban destrozando el significado político de los partidos.
Sánchez, el malo de la película
Si los militantes socialistas hacen caso a Marhuenda o al ABC, que son fuentes autorizadas, y por citar solo algunas, harán líder del PSOE a Díaz para evitar, se supone que definitivamente, la amenaza del pérfido Sánchez, pero acaso suceda que no todos los socialistas dispuestos a votar sean sensibles a semejantes consejas.
Sánchez ha sido objeto de la conjura más chapucera y cínica que se ha visto en las últimas décadas, y lo ha sido por varias razones, pero entre otras porque se negó a admitir los mandatos e intereses de quienes lo ayudaron a llegar a Ferraz, es decir, porque se tomó en serio la idea de que él era el líder del PSOE, un partido en el que el liderazgo no ha tenido nunca una función meramente administrativa. Le tocó moverse en un escenario casi imposible y eligió un enfrentamiento desabrido y a cara de perro con Rajoy del que no obtuvo los frutos esperados, pero ha hecho varias cosas tan insólitas como saludables en un líder político, irse al paro, o renunciar al escaño por coherencia, aun sabiendo que quienes se lo recomendaban querían tenderle una trampa, y ese es uno de los varios motivos por las que muchos militantes socialistas pueden ver en él una posibilidad razonable de resurrección.
Veremos qué deciden, pero sería muy lamentable que lo que queda de aparato del PSOE siga jugando al vudú con el aspirante sin que nadie proteste porque, por ejemplo, el portavoz de la Gestora sea, al tiempo, la mano derecha de la candidata andaluza. Con esa forma de ganar elecciones se puede mantener el control de un chiringuito tendente a la inanidad, pero no se puede ganar la confianza de casi nadie con un mínimo de independencia de criterio.
Algo más que un milagro
Suponer que una victoria de Sánchez arreglaría algo importante en el PSOE es una ingenuidad, porque el PSOE va a salir dolorosamente dividido de este trance, pero es posible que sea el único modo de iniciar una significativa recuperación política de ese partido y, con ello, la recreación del espacio necesario para un bipartidismo funcional. Un nuevo PSOE forzaría al PP a su propia catarsis, mientras que más de lo mismo dejaría razonablemente expedito el camino a Rajoy para intentar pulverizar records de permanencia. Las victorias frente a los aparatos pertenecen al reino de la fantasía en el universo de los partidos, pero es en las situaciones de agotamiento cuando pueden ser mínimamente verosímiles y es evidente que el PSOE está a un palmo de ese trance.
No bastará, sin embargo, el siempre improbable milagro de una victoria del apaleado Quijote socialista para lograr que el PSOE pueda volver a ser uno de los pilares de un sistema funcional, pero me temo que, sin ser suficiente, pueda ser absolutamente necesaria, del mismo modo que la liquidación política del rajoyismo es una condición imprescindible para que vuelva a existir algo a lo que se pueda considerar una fuerza liberal-conservadora razonable y a la altura de los tiempos.
La amenaza fantoche de Podemos ha sido el ariete que le ha permitido a Rajoy evitar que su evidente desgaste se tradujese en derrota, aunque apenas se pueda llamar victoria a lo que ha conseguido, y será curioso ver cómo esa misma cautela pueda servir para que el sector más temeroso de perder sus prebendas en la tarta socialista siga haciéndose con el control del partido para evitar, supuestamente, que caiga en manos pecadoras. Sorpresas te da la vida.
Las democracias se forjan, y se deshacen, más con costumbres y tradiciones que con meras leyes, que lo mismo amparan al truhan que desconciertan al decente. Que la gestora del PSOE haya pedido el auxilio del Tribunal de Cuentas, que es como una especie de hogar del jubilado de los grandes partidos, es una muestra de que el aparato está dispuesto a lo que sea con tal de mantener el control, de modo que, aunque a veces no lo parezca, en esta escaramuza socialista se está jugando también parte del honor no demasiado intacto de la forma de democracia de que ahora mismo disfrutamos.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario