Para alguien que no viva en Europa, este continente puede seguir siendo lo que antes fue. Incluso habrá quien aún piense en un conjunto de naciones de amplia mayoría cristiana -católica, protestante u ortodoxa-, sobre todo si se deja seducir por sus maravillosas y antiguas catedrales o por las manifestaciones de fe popular de algunos países.
La realidad, sin embargo, no es así. A pesar del esfuerzo de los últimos papas para que Europa volviera a sus raíces cristianas, esto no se ha producido. El secularismo ha golpeado fuertemente al continente, sobre todo en su zona noroccidental. La práctica religiosa allí es mínima y aunque hay grupos de resistencia, la inmensa mayoría ha dado la espalda al Dios de sus mayores.
Peor aún, esa Europa que fue creadora y difusora de los grandes principios éticos y democráticos, hoy se dedica a propagar, incluso con la fuerza de las amenazas económicas, ideologías tan nocivas como la de género o prácticas tan terribles como el aborto.
Europa se ha convertido en un continente de derechos sin deberes, con unos derechos que no son tales -como el aborto- y con unos deberes que sólo existen en lo concerniente al pago de los impuestos. Esta Europa sin alma es también una Europa sin niños. Eso inevitablemente creó un vacío que se llenó con la emigración. Algunos países más afortunados se llenaron de emigrantes latinos, como España. Otros, la mayoría, recibieron emigrantes islámicos procedentes del norte de África o de Turquía.
Más recientemente, la
guerra en Siria o en algunos países africanos como Eritrea, llevó a
Europa a millones de refugiados, que cruzaban y cruzan el Mediterráneo
en frágiles barcas o que se hacinan en los campamentos preparados para
ellos en Grecia o Turquía, hasta que consiguen llegar a su particular
“dorado”, que es Alemania.
El islam, por lo tanto, ha entrado ya en Europa. Lo ha hecho de una forma más o menos pacífica, lo mismo que los pueblos godos entraron en el Imperio romano reclamados por los emperadores porque ya no tenían soldados suficientes para sus legiones, debido a la escasa natalidad de sus originarios moradores. Una vez en Europa, sus líderes no han dudado en plantearse un objetivo de largo alcance: la islamización del continente.
El islam, por lo tanto, ha entrado ya en Europa. Lo ha hecho de una forma más o menos pacífica, lo mismo que los pueblos godos entraron en el Imperio romano reclamados por los emperadores porque ya no tenían soldados suficientes para sus legiones, debido a la escasa natalidad de sus originarios moradores. Una vez en Europa, sus líderes no han dudado en plantearse un objetivo de largo alcance: la islamización del continente.
Esta conquista no se
pensó realizarla en un primer momento a través de las armas o de los
atentados terroristas, sino con el vientre. La altísima natalidad de los
musulmanes contrasta con la casi nula de los ex cristianos -esos a los
que Benedicto XVI denominó “paganos bautizados”-. Era cuestión de tiempo
y ellos saben esperar. El vacío moral de las sociedades occidentales
europeas lo llenaban ellos con su fe, lo mismo que llenaban los colegios
con sus hijos.
En varios países son ya
más los musulmanes que van el viernes a las mezquitas que los católicos o
protestantes que van el domingo a misa. Incluso pensadores que se
hicieron en un momento marxistas abandonando el catolicismo, se
refugiaron después en el islam, atraídos por la firmeza de sus
convicciones. Roger Garaudy es un ejemplo.
La irrupción en el escenario internacional del terrorismo islámico, irrupción “a lo grande” con los ataques a las torres gemelas y con la creación del califato sirio-iraquí, ha venido a modificar los planes de los partidarios de la invasión silenciosa mediante la natalidad. En este escenario de fuerte presión religiosa radicalizada, los líderes más moderados están siendo desplazados por otros mucho más radicales que quieren la conquista ya, porque consideran que la fruta está madura para cogerla de los árboles.
La irrupción en el escenario internacional del terrorismo islámico, irrupción “a lo grande” con los ataques a las torres gemelas y con la creación del califato sirio-iraquí, ha venido a modificar los planes de los partidarios de la invasión silenciosa mediante la natalidad. En este escenario de fuerte presión religiosa radicalizada, los líderes más moderados están siendo desplazados por otros mucho más radicales que quieren la conquista ya, porque consideran que la fruta está madura para cogerla de los árboles.
Quizá el mejor ejemplo
es Turquía. De ser un país prooccidental, fruto de los cambios
introducidos por Ataturk, se ha convertido en un país islamista que
compite por el liderazgo de los países más radicales de la zona. El
grave problema diplomático suscitado porque Holanda no permitió a dos de
sus ministros dar mítines a favor del presidente turco Erdogan en su
territorio, no es más que una muestra de cómo se está acelerando el
proceso. Junto a esto, está el hecho de que el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos haya dictaminado que las empresas podrán prohibir a las
mujeres llevar el velo islámico si tienen una política general contra
la ostentación de símbolos religiosos.
Esto ha hecho enfurecer
aún más a Erdogan, que habla ya de una cruzada cristiana contra los
musulmanes. El propio ministro de exteriores turco acaba de asegurar que
Europa será pronto escenario de una guerra de religiones. Se equivocan
completamente, porque para que hubiera guerra de religiones tendría que
haber dos religiones enfrentadas. Europa no es ya un continente
cristiano. Es un mundo sin alma, agotado cultural, económica y
demográficamente, que, como le pasó al Imperio romano, está siendo
asaltado por los mismos que llamó para que le ayudaran.
Pero todo
esto suena a historia vieja y por eso volverá a pasar lo que ya pasó.
En medio del sufrimiento, aquel Imperio caduco de los romanos fue
destruido y surgió la Europa cristiana. Nosotros no hemos podido con el
secularismo y vendrán los musulmanes a hacer la tarea. Después tendremos
que volver a reconquistar nuestra tierra, si es que no nos dejan vivir en paz aquellos que creen en un Dios diferente.
SANTIAGO MARTÍN Vía Católicos ON LINE
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