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miércoles, 8 de marzo de 2017

REMEMORANDO A ORTEGA: “DIOS MÍO: ¿QUÉ ES ESPAÑA?


Transcurridos casi cuarenta años de aquel pacto inevitable, de vigencia de la Constitución del mayor consenso, seguimos acordándonos de Ortega y haciéndonos su pregunta “Dios mío, ¿Qué es España?”. Sin embargo, no lo hemos hecho mal del todo.
Los líderes políticos de la Transición junto a Adolfo Suárez en la firma de los Pactos de la Moncloa.EFE

Pienso, en general, que nunca he intentado imponer mis convicciones a otros. Naturalmente, como todos, tengo mis valores, valores absolutos, creencias y opiniones sobre las cosas que, cuando se presenta la ocasión, defiendo la razón en la que creo con los mejores argumentos que construyo. Y quizá por eso, porque me gusta debatir e intercambiar opiniones con los demás, también me genera satisfacción reflexionar sobre todo aquello que sucede a nuestro alrededor. La simplicidad de las cosas que pasan, pero, sobre todo, preguntarme porqué pasan y cuáles pueden ser las consecuencias de que sucedan, o puedan llegar a suceder. Y les aseguro que todo ello, pensar y reflexionar, en momentos de sosiego y relajación, me produce un notable bienestar personal que facilita mi desarrollo intelectual y emocional. Me permite ser consciente de lo que transcurre en el mundo en el que vivo y, de alguna manera, me hace más partícipe de su discurrir. Trato de interactuar en él, no resignándome a dejarme llevar por el vértigo incontrolado de un día a día que puedo no llegar a gobernar.
Cuando se sientan tensos o agobiados por cualquier circunstancia, por alguna pequeña contrariedad que haya surgido en su trabajo, o con su gente más próxima, intenten abstraerse y reflexionar sobre lo que está sucediendo “por ahí fuera”
Hagan la prueba. Cuando se sientan tensos o agobiados por cualquier circunstancia, por alguna pequeña contrariedad que haya surgido en su trabajo, o con su gente más próxima, intenten abstraerse y reflexionar sobre lo que está sucediendo “por ahí fuera”. En el extrarradio de su mundo más cercano, y que, aparentemente, parece no afectarles para nada. Profundicen sobre el porqué de las cosas y sus consecuencias. Transcurrirá un espacio de tiempo, breve o no, en función de la profundidad, o no, que hayan querido darle a su propia reflexión. Y sin darse cuenta, de un modo relajado y agradable, se sorprenderán a sí mismos llegando a la conclusión de que, sea lo que sea sobre lo que estén pensando, más pronto o más tarde, terminará afectándoles a Vds. Y ello, en razón de que todo lo que ocurre a nuestro alrededor no nos puede ser ajeno. De ahí que no podamos escapar a tomar partido, a conformar nuestra propia opinión, a construir los argumentos que nos permitan defenderla e, incluso, posicionarnos como personas enteradas de la actualidad de nuestro particular, y global, mundo. Pensar sobre lo que ocurre sólo proporciona ventajas, y no compromete a nada -decía García Márquez que “nadie te recordará por tus pensamientos ocultos”-, hasta el momento en el que decidas descubrir tus argumentos. Sinceramente les recomiendo que lo hagan de vez en cuando.
Encontrándome en ello, en ese momento de abstracción personal, de reflexión íntima, rememoraba a Ortega, eterno siempre en su preocupación por España y su renovación cultural, sobre el pasado y el futuro de nuestro país. Quién llegara a preguntarse, no sin cierto dramatismo en su formulación, “Dios mío, ¿Qué es España?”. Así se lo preguntaba, angustiado, Ortega y Gasset allá por 1914. Otros muchos españoles del primer tercio del Siglo XX se hicieron también la misma pregunta. El problema no estaba en la duda, más que razonable en aquella época, sino en las respuestas. Durante aquel tiempo hubo demasiadas respuestas, tantas que fue imposible el acuerdo sobre la cuestión principal, sobre lo que “era España”. Y al final, precisamente por esa carencia de ellas, terminó imponiéndose, por la fuerza, una de esas visiones de España. La consecuencia no fue otra que la llegada de cuatro décadas de españoles educados, yo también, en una idea concreta y unitarista de lo que era, o debía ser la España de la visión triunfadora. Fuimos educados con una sola verdad, con una sola versión de lo que era la historia, la cultura y la realidad españolas. 
Se dio forma a una inevitable Constitución de 1978 que, reconociendo diferencias, “consentía”, la existencia de los nacionalismos y de algunas nacionalidades
Pero acabó el tiempo del silencio y, a partir de 1975, llegó la transición a la democracia. La libertad de pensamiento recuperó el tiempo perdido y posibilitó realizarnos, como si no hubiera transcurrido tanto tiempo difícil, de nuevo, la pregunta “Dios mío, ¿Qué es España?”. De nuevo, la historia se repite y surgen todo tipo de respuestas, de posicionamientos. De igual forma que tiempo atrás, dispares, distintas, imposibles de amalgamar para dar satisfacción a todos en la definición de una España capaz de evitar estériles enfrentamientos. Pero entonces, afortunadamente, los españoles eran más cultos, gozaban de una algo mejor posición económica, querían parecerse a sus vecinos europeos y las diferencias sociales se había reducido, era el boom de la gran clase media. Por ello, en lugar de buscar acuerdos imposibles, y rechazando imposiciones, decidieron “consentir”. Consensuaron permitir que convivieran distintas respuestas, distintas nuevas conformaciones de lo que podría terminar siendo España. Se dio forma a una inevitable Constitución de 1978 que, reconociendo diferencias, “consentía”, la existencia de los nacionalismos y de algunas nacionalidades, a cambio de generalizar la autonomía de todas las regiones de nuestro plural Estado central que posibilitara una cierta distribución territorial de poder.
Transcurridos casi cuarenta años de aquel pacto inevitable, de vigencia de la Constitución del mayor consenso, seguimos acordándonos de Ortega y haciéndonos su pregunta “Dios mío, ¿Qué es España?”. Sin embargo, no lo hemos hecho mal del todo. Se ha avanzado, y el debate, ahora, ya no es sólo sobre lo que es, sino sobre lo que queremos que sea. La demanda de hoy busca respuestas sobre “Dios mío, ¿Qué queremos que sea España?”. Hoy nadie, o muy pocos, piensan que España es un país homogéneo, unitario y con un Estado férreamente centralista. Ninguna Comunidad, sea cual sea su grado de autonomía, está dispuesta a volver atrás, a perder el poco o mucho “poder político” que ya tiene. Nadie quiere renunciar a lo que ha conseguido, más bien, al contrario, aspiran a mayores cuotas de autogobierno aun cuando ello pueda ser ineficiente y no atender, en su justa medida, las demandas de los ciudadanos a los que pretenden servir. Seguimos, siguen nuestros políticos, “mareando la perdiz” y aturdiéndonos a los españoles, sobre conceptos que ni ellos mismos son capaces de argumentar y fundamentar más allá de una tertulia televisiva o radiofónica: la España federal asimétrica. Que jamás redistribuirá riqueza y que nunca calmará las ansias independentistas de quienes no creen, ni se preguntan, sobre el presente o el futuro de España. Esa era la gran preocupación de Ortega. La estigmatización propia de los españoles.
El independentismo, el populismo, la corrupción y la cristofobia equivalen a nuestros actuales cuatro jinetes del Apocalipsis. El primero es un ataque a una Nación, España, la más antigua de Europa, y cuyos ciudadanos, los españoles, han sido descalificados y estereotipados, hace unos días en un burdo programa de la televisión pública vasca, en cuatro tipos: el “facha”, el “paleto”, la “choni” y el “progre”, recordándonos, lamentablemente, las consideraciones que en su día hiciera Sabino Arana.
La solución pasa por una Europa Federal situada por encima de los nacionalismos caducos
En definitiva, la solución pasa por una Europa Federal situada por encima de los nacionalismos caducos, y a la que se ceda la soberanía de las distintas naciones que la conformen, evitando así los que podríamos llamar “la decadencia del viejo continente”.
El populismo, tanto de derechas como de izquierdas, pretende situar al Estado por encima de la Sociedad Civil a través del estatismo, el predominio de los planteamientos emocionales sobre los racionales, la movilización social con tintes de algarabía, el liderazgo carismático, la imprevisibilidad económica y el oportunismo.
La corrupción, es el mal del siglo XXI y tiene, por desgracia, en nuestro país una insoportable actualidad. Registramos el peor record histórico en percepción de corrupción y nos situamos en el puesto 21 de los 32 países europeos, como recientemente publicaba “ElPlural.com”. 
Y por último, la “cristofobia” en un continente históricamente cristiano y abierto a otras religiones y en el que son frecuentes las transgresiones al mismo. El ultimo botón de muestra ha sido el producido en la gala “Drag Queen” de los carnavales de las Islas Canarias con referencias blasfemas, y siempre inoportunas e innecesarias, a la Virgen y a la crucifixión de Cristo, burlándose de la moralidad y de los valores cristianos. A menudo se ridiculiza a los creyentes que tratan de vivir conforme a la norma que se han dado en el ejercicio de su propia libertad y que establece la Palabra de Dios, espetándoles, intolerantemente, que están alejados de la sociedad moderna.
Concluyo como iniciaba esta reflexión que hoy comparto con Vds., y siendo importante la duda “Dios mío, ¿Qué es España?, lo es, mucho más para nuestro futuro, y para alcanzar superiores cuotas de bienestar social, la cuestión, “Dios mío, ¿Qué es Europa”?.

                                                      VICENTE BENEDITO FRANCÉS  Vía VOZ PÓPULI

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