Es una ley no escrita que cuando el PSOE se encuentra en dificultades o necesita llamar la atención ataca alguna faceta de la Iglesia.
Es algo no duradero, pero, ciertamente, la reiteración acaba por dejar
un poso. Uno de sus resultados ha sido que el grupo de cristianos
socialistas, que llegaron a tener un cierto protagonismo, más puertas a
fuera que dentro de la organización. Rodríguez Zapatero, el presidente
que descuajeringo este país, bordaba este tipo de abordajes.
Podemos, a diferencia del PSOE, siempre mantuvo una actitud más contenida,
cuidando el voto católico socialmente comprometido. Era una seña de
identidad que lo diferenciaba de Izquierda Unida y expresaba su vocación
de gran partido.
Después de Vistalegre 2, todo eso ha
cambiado, y su mimetización con la organización postcomunista es cada
vez mayor. Y en esta transformación se incluye la fijación contra lo
católico, con alguna primera salida desafortunada incluso desde su propio interés electoral.
No parece una gran idea prohibir el servicio religioso por la TV, que
además de privar a las religiones minoritarias de uno de sus pocos
altavoces, se carga una asistencia que tiene como beneficiarios a
enfermos e impedidos, en el caso de la Eucaristía y, todavía peor, si
pocos días después se opone en nombre de la libertad a la sentencia del
Tribunal Europeo, que acepta que las empresas puedan limitar o impedir
el uso de símbolos religiosos entre sus empleados, muy centrado en el
pañuelo musulmán, pero que también atañe a la cruz y a le kipá judía. ¿Esa
misma libertad para los símbolos religiosos que defiende en la empresa
privada no ha de ser idénticamente sostenida en la esfera pública, de un
servicio de todos como es la TV? Un mal pensado podría llegar a la
conclusión de que lo que hace Podemos es defender la identidad
musulmana, que es, sobre todo, quien tiene el problema, y atacar la
cristiana, a la que se centra en la Televisión. No pensamos así, pero sí
que queremos observar que sus puntos de vista son sectarios y pertenecen a otra época.
Pablo Iglesias y sus compañeros harían bien en leer al actual Habermas, que no es sospechoso de simpatías religiosas, y sí como postkantiano, de pretender la racionalidad.
Habermas considera las fuentes
religiosas del sentido y la motivación como aliados indispensables para
combatir las fuerzas del capitalismo global, pero recalca la diferencia entre fe y conocimiento. Siguen siendo fuente importante de valores que nutren la ética de la ciudadanía multicultural y fomentan la solidaridad y el respeto a todos.
La posición inicial de Habermas, 1970-89/90, Teoría de la secularización occidental (Habermas y la religión Michael Reder y Josef Schmidt) en el debate sobre la secularización de las décadas de los
setenta y ochenta, era la de considerar que, en los países
occidentales, la modernización y la individualización iban a relegar a
la marginalidad a las religiones. Habermas participó de este criterio hasta la mitad de los ’90. Trata poco el tema y cuando lo hace es bajo el concepto de la secularización. En su Teoría de la Acción Comunicativa, 1981 (cátedra Madrid 1989) considera que con el advenimiento de la sociedad democrática moderna la autoridad de lo sagrado se ve sustituida por la autoridad del consenso (Vol.
2 pág. 118 de la versión alemana). Pero, incluso en este periodo, en
una fecha como 1978 escribe, con motivo del ochenta cumpleaños de
Gershom Acholen: “Entre las sociedades modernas solo aquella
que pueda introducir contenidos esenciales de las tradiciones
religiosas -que salen de lo meramente humano en los recintos de lo
profano- podrán salvar también la sustancia de lo humano” (Politik, Kunst, Religión, Essays, über zeitgenóssische Philosophen. Sttugard 1978).
En su posición actual, Habermas
considera que las sociedades modernas deben implicarse en la
perpetuación de las religiones y buscar un diálego constructivo con
ellas.
En el debate con Ratzinguer recalca que las decisiones democráticas siempre remiten a las caracterizaciones éticas previas de los ciudadanos. La democracia depende de actitudes morales que proceden de fuentes propilíticas, por ejemplo, de los proyectos religiosos.
En definitiva, desde la racionalidad, la
región, especialmente la tradición cristiana, aparece como un fundamento
de la democracia y de la justicia. Haría bien Pablo Iglesias y sus
gentes en meditar sobre eso antes de sumergirse en una visión
reaccionaria de la realidad propia del siglo XIX.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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