¿Cómo ha podido ocurrir eso, si todo
estaba atado y bien atado?. ¿Por qué parecen haberse rebelado los votantes
contra sus gobiernos y contra la opinión generalizada de los medios de
comunicación?. ¿Por qué se teme que la rebelión continúe en las previstas
elecciones en países europeos, especialmente en Francia con la ultra Le Pen?.
Desde luego la crisis económica que
afecta a numerosos países tiene bastante que ver con el hartazgo de los
votantes contra sus ineptos y corruptos gobiernos, que crean más problemas de
los que solucionan; pero, además, hay una creciente rebelión de la mayoría de
los votantes contra el expoliador establishment, sea de un color político o de
otro.
En efecto, cada vez quedan menos
ingenuos que crean que los gobiernos elegidos democráticamente llevan a cabo
las políticas que desean las mayorías de votantes que han elegido a esos
gobiernos.
La realidad es que, al menos desde la
segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, somos gobernados frecuentemente por un
partido mayoritario que trabaja para beneficiar a una coalición de grupos
minoritarios bien organizados, a modo de grupos de presión social, despreciando
a la mayoría de sus votantes y a sus exigencias.
Efectivamente, ya en el año 1957 Anthony
Downs, en su libro Teoría Económica de la Democracia, demostró que un
partido podría ganar las elecciones promoviendo unas políticas minoritarias no coincidentes
con las preferencias mayoritarias del electorado, mediante una coalición de minorías. Ello es posible en
situación oligopolística, cuando los dos o tres partidos principales se reparten el poder. Esos partidos ejercen una
influencia decisiva con su aparente división y su calificación identificadora en
derecha, izquierda, centro,...pues entonces convierten a sus potenciales electores mayoritariamente en grupos cautivos, que solo
pueden votar a "los nuestros", sin plantearse siquiera votar a "los
otros".
La coalición de minorías se amplifica
cuando ciertos grupos minoritarios de electores valoran más sus posiciones
minoritarias que el interés general predominante en la mayoría del electorado,
y los minoritarios votan según el trato que el partido gobernante concede a su grupo.
En las democracias corruptas, como en el
cupulocrático estado de partidos existente en
España, es más fácil mantener el poder dividiendo a la sociedad en
rebaños que compiten por conseguir una parte creciente de los fondos
presupuestarios mediante prebendas o pretendidos derechos; aunque para ello las
minorías organizadas se conviertan en clientes cautivos de un gran partido que reparte,
generosa y sectariamente, los fondos recaudados impositivamente de la mayoría
de los ciudadanos, o los procedentes de la voluminosa deuda pública que
hipoteca a todos, y a su hijos y nietos.
Y esa
división clientelar de la sociedad acaba rompiendo la igualdad ante la ley de
los ciudadanos, porque los partidos miman y privilegian a esos grupos
minoritarios y adoptan leyes ad-hoc para sus grupos afines, favoreciendo
siempre a tales colectivos en detrimento de la ideología y de los derechos de
la mayoría de sus votantes y de la ciudadanía en general.
Este
comportamiento político se traslada a los medios de comunicación que, dada la
insoportable competencia existente, acaban siendo deficitarios y dependientes
de las prebendas gubernamentales y de la publicidad institucional, con lo que
el cuarto poder sirve a la política y a los intereses de unos grandes partidos
cada vez más dependientes, incluso ideológicamente, de los colectivos
minoritarios de su entorno, generalmente heterodoxos y rompedores, que adoptan
la ideología de género y otras creencias que chocan frontalmente contra el
tradicionalismo cristiano.
Entonces,
paradójicamente, el partido gobernante y ciertos medios de comunicación se
ponen al servicio de los grupos minoritarios y los privilegian concediéndoles
prebendas y derechos a costa de las mayorías de votantes hasta que...un
líder valiente, como Trump, se erige en paladín de esas mayorías silenciosas, y
promete devolverles sus derechos... y su dignidad. Finalmente, Trump dió la sorpresa en la
carrera electoral venciendo a los defensores del establishment americano, y entonces
comenzó a desnudar a los cada vez menos potentes medios de comunicación que, perplejos,
siguen sin entender todavía cómo la mayoría de los ciudadanos han desobedecido sus
recomendaciones y han preferido elegir a un outsider de la política que quiere
impedir el saqueo de los bienes y
derechos ciudadanos que el establishment lleva a cabo desde hace muchas décadas.
Ahora ¡por fin!, ya ha comenzado la venganza de la mayoría silenciosa de ciudadanos, y recorre
el mundo un sentimiento de temerosa esperanza, pues parece que Trump crea
escuela y que, tras los precursores del Brexit, otros líderes europeos se
preparan para liberar a las mayorías de sus ciudadanos, que los políticos
marginan y explotan en beneficio de grupos minoritarios bien organizados. Concretamente,
en la campaña electoral de la presidencia de Francia, hundida la izquierda por
su orfandad de ideas y proyectos; y aplastada la derecha por una corrupción
galopante, emerge una Marine Le Pen prometedora, que es antieuropea, liberal
pero autoritaria (sic), y que ofrece más incertidumbres que seguridades.
Y
en España ¿qué hace la mayoría silenciosa de ciudadanos?. Pues en España
estamos en una calma absoluta, en una preocupante calma precursora tal vez de una
incontrolable tormenta. Las minorías
campan a sus anchas en la casa común de los grandes partidos, contaminados por
una creciente actitud anticristiana, y también por un social-demócrata afán despilfarrador
de los escasos recursos disponibles; así como por una creciente ideologización de
género, que se impone totalitariamente, sin miedo a lo absurdo y al ridículo. Mientras,
protegidos por su Partidocracia rampante, los políticos siguen atrincherados "a
verlas venir", manteniendo sus aforamientos y sus privilegios, su colonización invasora de Justicia, su Ley Electoral proporcional d'Hont sin #DiputadoDeDistrito y con sus "listas cerradas y bloqueadas", su impunidad...
En España no se vislumbra la existencia
de un Trump o de una Le Pen liberadores. Lo que si se vislumbra es el hartazgo
de dos colectivos, los católicos y los pensionistas, que pueden dinamitar el
sistema político, apuntalado hoy por dos nuevos partidos comensales: Unidos
Podemos y Ciudadanos, que no van a traer el cambio social y económico que
necesita España, pues lo único que les preocupa es el bienestar y el
mantenimiento de sus partidos.
Los
pensionistas ya están en pie de guerra. Ya han descubierto la trampa que les
ha tendido el PP de Rajoy, que en lugar de congelar las pensiones un año, como
hizo el PSOE, las congela permanentemente; eso sí, con el cuento de aumentarlas
anualmente un 0'25 %, a pesar de que el PIB crezca ahora a una tasa del 3,2 % y
de que el coste de la vida aumente un 3 % anual, con la consiguiente pérdida de
poder adquisitivo que sufren los pensionistas.
En cuanto a los católicos, hartos del pueril
anticlericalismo del PSOE y de la perfidia del PP (que hace exactamente lo
contrario de lo que promete en las campaña electorales sobre los temas que
afectan a las convicciones morales cristianas), ya han tomado nota de que
actualmente en España ningún partido importante con representación
parlamentaria va a defender la concepción cristiana de la vida
y de la sociedad, más bien todo lo contrario, porque esos partidos están ampliamente
inspirados por la ideología de género y porque se han acostumbrado a la
corrupción dominante, que es sistémica e institucional, y no solo personal. De nuestra partidocracia no se puede esperar nada bueno, porque ha secuestrado la democracia cooptando a los
políticos incluyéndolos como candidatos en sus listas
de partido cerradas y bloqueadas. Hoy
los católicos no pueden votar gustosamente a ningún partido y, además, tienen que ver, indefensos, cómo ciertas minorías atacan o se mofan de sus ideas y de sus imágenes más queridas.
Ahora, mientras la sociedad civil siga
desorganizada y desarmada, la abstención
masiva de los católicos en las elecciones, así como la abstención de la mayoría
de los votantes pensionistas, podrían cambiar la balanza del poder político en
nuestro país. Pero también la cambiaría
decisivamente un nuevo partido político que, de verdad, defendiese los derechos
de los pensionistas garantizando la integridad de sus pensiones y el cobro de
las mismas en el futuro si, además, contase con el acompañamiento de otro nuevo
partido transversal de inspiración cristiana que se identificara con los
objetivos y las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos y que llevase a
cabo su realización eficaz.
Entretanto, en el país políticamente subdesarrollado que es España, la venganza
de la mayoría silenciosa tendrá que esperar, porque todo sigue atado y bien
atado por la partidocracia avasalladora dominante.
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