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jueves, 2 de marzo de 2017

LA VENGANZA DE LAS MAYORÍAS: BREXIT, TRUMP, LE PEN,...


Algunas elecciones o referéndums celebrados desde hace un año hasta hoy han dado resultados sorprendentes: recordemos el Brexit, el presidente Trump de Estados Unidos,.. Esos resultados contra el establishment han tenido lugar a pesar de que los gobiernos, los medios de comunicación y la movilización de los grupos minoritarios a favor de lo políticamente correcto se volcaron para que los resultados favoreciesen a los candidatos y a los designios de los oligarcas del poder mundialista y multicultural.

¿Cómo ha podido ocurrir eso, si todo estaba atado y bien atado?. ¿Por qué parecen haberse rebelado los votantes contra sus gobiernos y contra la opinión generalizada de los medios de comunicación?. ¿Por qué se teme que la rebelión continúe en las previstas elecciones en países europeos, especialmente en Francia con la ultra Le Pen?.

Desde luego la crisis económica que afecta a numerosos países tiene bastante que ver con el hartazgo de los votantes contra sus ineptos y corruptos gobiernos, que crean más problemas de los que solucionan; pero, además, hay una creciente rebelión de la mayoría de los votantes contra el expoliador establishment, sea de un color político o de otro.

En efecto, cada vez quedan menos ingenuos que crean que los gobiernos elegidos democráticamente llevan a cabo las políticas que desean las mayorías de votantes que han elegido a esos gobiernos.

La realidad es que, al menos desde la segunda mitad del siglo XX y hasta hoy, somos gobernados frecuentemente por un partido mayoritario que trabaja para beneficiar a una coalición de grupos minoritarios bien organizados, a modo de grupos de presión social, despreciando a la mayoría de sus votantes y a sus exigencias. 

Efectivamente, ya en el año 1957 Anthony Downs, en su libro Teoría Económica de la Democracia, demostró que un partido podría ganar las elecciones promoviendo unas políticas minoritarias no coincidentes con las preferencias mayoritarias del electorado, mediante una coalición de minorías. Ello es posible en situación oligopolística, cuando los dos o tres partidos principales se reparten el poder. Esos partidos ejercen una influencia decisiva con su aparente división y su calificación identificadora en derecha, izquierda, centro,...pues entonces convierten a sus potenciales electores mayoritariamente en grupos cautivos, que solo pueden votar a "los nuestros", sin plantearse siquiera votar a "los otros".


La coalición de minorías se amplifica cuando ciertos grupos minoritarios de electores valoran más sus posiciones minoritarias que el interés general predominante en la mayoría del electorado, y los minoritarios votan según el trato que el partido gobernante concede a su grupo.

En las democracias corruptas, como en el cupulocrático estado de partidos existente en  España, es más fácil mantener el poder dividiendo a la sociedad en rebaños que compiten por conseguir una parte creciente de los fondos presupuestarios mediante prebendas o pretendidos derechos; aunque para ello las minorías organizadas se conviertan en clientes cautivos de un gran partido que reparte, generosa y sectariamente, los fondos recaudados impositivamente de la mayoría de los ciudadanos, o los procedentes de la voluminosa deuda pública que hipoteca a todos, y a su hijos y nietos.

Y esa división clientelar de la sociedad acaba rompiendo la igualdad ante la ley de los ciudadanos, porque los partidos miman y privilegian a esos grupos minoritarios y adoptan leyes ad-hoc para sus grupos afines, favoreciendo siempre a tales colectivos en detrimento de la ideología y de los derechos de la mayoría de sus votantes y de la ciudadanía en general.

Este comportamiento político se traslada a los medios de comunicación que, dada la insoportable competencia existente, acaban siendo deficitarios y dependientes de las prebendas gubernamentales y de la publicidad institucional, con lo que el cuarto poder sirve a la política y a los intereses de unos grandes partidos cada vez más dependientes, incluso ideológicamente, de los colectivos minoritarios de su entorno, generalmente heterodoxos y rompedores, que adoptan la ideología de género y otras creencias que chocan frontalmente contra el tradicionalismo cristiano.

Entonces, paradójicamente, el partido gobernante y ciertos medios de comunicación se ponen al servicio de los grupos minoritarios y los privilegian concediéndoles prebendas y derechos a costa de las mayorías de votantes hasta que...un líder valiente, como Trump, se erige en paladín de esas mayorías silenciosas, y promete devolverles sus derechos... y su dignidad. Finalmente, Trump dió la sorpresa en la carrera electoral venciendo a los defensores del establishment americano, y entonces comenzó a desnudar a los cada vez menos potentes medios de comunicación que, perplejos, siguen sin entender todavía cómo la mayoría de los ciudadanos han desobedecido sus recomendaciones y han preferido elegir a un outsider de la política que quiere impedir  el saqueo de los bienes y derechos ciudadanos que el establishment lleva a cabo desde hace muchas décadas.



Ahora ¡por fin!, ya ha comenzado la venganza de la mayoría silenciosa de ciudadanos, y recorre el mundo un sentimiento de temerosa esperanza, pues parece que Trump crea escuela y que, tras los precursores del Brexit, otros líderes europeos se preparan para liberar a las mayorías de sus ciudadanos, que los políticos marginan y explotan en beneficio de grupos minoritarios bien organizados. Concretamente, en la campaña electoral de la presidencia de Francia, hundida la izquierda por su orfandad de ideas y proyectos; y aplastada la derecha por una corrupción galopante, emerge una Marine Le Pen prometedora, que es antieuropea, liberal pero autoritaria (sic), y que ofrece más incertidumbres que seguridades.

Y en España ¿qué hace la mayoría silenciosa de ciudadanos?. Pues en España estamos en una calma absoluta, en una preocupante calma precursora tal vez de una incontrolable tormenta. Las minorías campan a sus anchas en la casa común de los grandes partidos, contaminados por una creciente actitud anticristiana, y también por un social-demócrata afán despilfarrador de los escasos recursos disponibles; así como por una creciente ideologización de género, que se impone totalitariamente, sin miedo a lo absurdo y al ridículo. Mientras, protegidos por su Partidocracia rampante, los políticos siguen atrincherados "a verlas venir", manteniendo sus aforamientos y sus privilegios,  su colonización invasora de Justicia, su Ley Electoral proporcional d'Hont sin #DiputadoDeDistrito y con sus "listas cerradas y bloqueadas", su impunidad...

En España no se vislumbra la existencia de un Trump o de una Le Pen liberadores. Lo que si se vislumbra es el hartazgo de dos colectivos, los católicos y los pensionistas, que pueden dinamitar el sistema político, apuntalado hoy por dos nuevos partidos comensales: Unidos Podemos y Ciudadanos, que no van a traer el cambio social y económico que necesita España, pues lo único que les preocupa es el bienestar y el mantenimiento de sus partidos.


Los pensionistas ya están en pie de guerra. Ya han descubierto la trampa que les ha tendido el PP de Rajoy, que en lugar de congelar las pensiones un año, como hizo el PSOE, las congela permanentemente; eso sí, con el cuento de aumentarlas anualmente un 0'25 %, a pesar de que el PIB crezca ahora a una tasa del 3,2 % y de que el coste de la vida aumente un 3 % anual, con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo que sufren los pensionistas.

En cuanto a los católicos, hartos del pueril anticlericalismo del PSOE y de la perfidia del PP (que hace exactamente lo contrario de lo que promete en las campaña electorales sobre los temas que afectan a las convicciones morales cristianas), ya han tomado nota de que actualmente en España ningún partido importante con representación parlamentaria va a defender la concepción cristiana de la vida y de la sociedad, más bien todo lo contrario, porque esos partidos están ampliamente inspirados por la ideología de género y porque se han acostumbrado a la corrupción dominante, que es sistémica e institucional, y no solo personal. De nuestra partidocracia no se puede esperar nada bueno, porque ha secuestrado la democracia cooptando a los políticos incluyéndolos como candidatos en sus listas de partido cerradas y bloqueadas. Hoy los católicos no pueden votar gustosamente a ningún partido  y, además, tienen que ver, indefensos, cómo ciertas minorías atacan o se mofan de sus ideas y de sus imágenes más queridas.


Ahora, mientras la sociedad civil siga desorganizada y desarmada,  la abstención masiva de los católicos en las elecciones, así como la abstención de la mayoría de los votantes pensionistas, podrían cambiar la balanza del poder político en nuestro país. Pero también la cambiaría decisivamente un nuevo partido político que, de verdad, defendiese los derechos de los pensionistas garantizando la integridad de sus pensiones y el cobro de las mismas en el futuro si, además, contase con el acompañamiento de otro nuevo partido transversal de inspiración cristiana que se identificara con los objetivos y las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos y que llevase a cabo su realización eficaz.

Entretanto, en el país políticamente subdesarrollado que es España, la venganza de la mayoría silenciosa tendrá que esperar, porque todo sigue atado y bien atado por la partidocracia avasalladora dominante.



                                                                       JOAQUÍN  JAVALOYS 

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