El asunto de Murcia muestra que el regeneracionismo de Ciudadanos, a falta de una construcción teórica o un ideario mínimo, no viene a ser más que una retórica mediática para quitar y poner políticos. Cuando la exigencia primera debería ser la estricta y escrupulosa independencia del poder judicial como instrumento para eliminar la corrupción, que funcione el Estado de Derecho, sin sospechas de ajuste de cuentas de jueces a políticos, se empeñan en ser un partido-resorte que salta en cuanto oye la palabra “imputado”. ¿Qué hay detrás de las peticiones de dimisión? Nada, salvo la estremecedora superioridad moral de nuestros seculares regeneracionistas.
De patriotas a moralistas
En España, el patriotismo liberal que comenzó a pergeñarse en 1808 acabó monopolizado por progresistas y republicanos, quienes lo convirtieron, con la gran ayuda de los socialistas, en superioridad moral. Aquello que se inició como la defensa de las leyes que hacían de España una tierra de hombres que querían ser libres, acabó siendo una retórica de algarada, usada por una oligarquía política e intelectual que deseaba sustituir a otra.
El regeneracionismo no fue más que eso: la conceptualización del sambenito del “fracaso” a manos de “los de siempre”, que habían hecho de España un país valleinclanesco, atrasado, subdesarrollado, africano, ajeno a “las corrientes europeas”. Era la coartada para los ingenieros sociales, constituidos en oligarquía sustitutiva de la existente. El italiano VilfredoPareto lo explicó muy bien: el discurso es un instrumento más para la sempiterna circulación de las élites.
El adanismo
A pesar de esto, hay quien, con una notable ingenuidad y ligereza conceptual, como Andreu Navarra Ordoño en “El regeneracionismo” (Cátedra, 2015), suelta que la corriente regeneracionista “no es más que el combate contra las oligarquías” (p. 17). Claro que este autor también afirma que Podemos es un “partido reformista en cuanto a objetivos y métodos de promoción interna” (p. 30), que se constituye en “alternativa regeneracionista, interclasista (sic.), capaz de aglutinar a toda la nación” (p. 49).
El adanismo se da de bruces con Maquiavelo, que sabía perfectamente que la política es conquistar el poder, conservarlo y aumentarlo. La palanca para hacerse con el poder en tiempos de crisis es el apoyo de una masa que, como escribió Sloterdijk, se ha sentido despreciada y está esperando un nuevo amo. El regeneracionismo es ahora el contrapunto a la corrupción, por lo que se presenta como una postura moral, impoluta, justiciera y vigilante, al tiempo que se mantiene al margen de la realidad del poder para no mancharse con el polvo de la responsabilidad.
La superioridad moral
La clave del regeneracionista es la superioridad moral, que está unida a estos partidos de la “nueva política”, especialmente a Ciudadanos, como un recurso retórico falso: son la encarnación de la virtud, del verdadero pueblo, frente a la “vieja política” orteguiana, compendio de todos los defectos. Y unen moral y patriotismo porque vienen a salvar a la patria, a un país ideal, lleno de virtuosos, del cual ellos son los únicos y verdaderos portavoces. Este regeneracionismo suyo tan clásico es una ideología; es decir, el discurso de una planificación general de la sociedad encaminada al Bien y a la Felicidad.
En ese mesianismo, los regeneracionistas de la “nueva política” han resucitado algunas acepciones de democracia. Para los podemitas pasa por “la recuperación de la soberanía económica” –ahora en manos de aviesos organismos “neoliberales”-, la eliminación de instituciones intermedias en favor de un líder ejecutivo y un poder asambleario, y el aumento de los “derechos sociales” para fortalecer la dependencia individual respecto al Estado. Esto no es más que una vuelta de tuerca al socialismo de la New Left.
Lo trágico es lo de Ciudadanos, para quien la democracia pasa por más planificación estatal que aumente supuestamente los estándares oficiales de Bienestar, la elección interna de los candidatos partidistas, y los Comités de Salud Pública que echen de la vida política a todos los sospechosos de ser “malos ciudadanos”. ¿Esto es el “liberalismo progresista”?
El cuento regeneracionista
En España deberíamos estar mayores para creer en cuentos. Luis Mallada, en su exagerado “Los males de la patria” (1890), tenía razón en ser pesimista, tanto que no llegó a concluir la segunda parte, dedicada a los remedios. Quizá Mallada no se hacía ilusiones, era realista, sabía cómo funcionaba la política y su retórica, la grandilocuencia de los discursos alimentados por el aplauso de la masa desatendida y de los órganos mediáticos de la élite al acecho. Luego llegó Costa, claro, y habló del “cirujano de hierro” contra los obstáculos tradicionales.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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