Por Ulises Culebro
Que el pueblo sea ignorante es la seguridad del político corrupto; pero ahora el pueblo está atento, informado, avisado. Y, a pesar de la vigilancia, la corrupción suma y sigue. Aunque hay mil políticos empapelados con las leyes que se hicieron para evitar las mordidas, los hay que siguen guindando.
Medrar y medrar ha sido la pasión de casi todas las camarillas políticas, áulicos, privados, validos y consejeros desde el siglo XVII. De Felipe III a Juan Carlos I, de Lerroux a Roldán, del estraperlo a Filesa, de Valencia a Murcia, con los Austrias o los Borbones, con la derecha y con la izquierda los gobernantes trataban de forrarse, aunque algunos terminaban en el patíbulo. Para no morir ahorcado, uno se vistió de colorado; en los cambios de pandillas y de reinados se hacían redadas. «Porque en la común mudanza/ hasta a los bufones alcanza/ el riesgo de la caída», decía Quevedo refiriéndose a los peligros que ocasionaba ejercer de político. Él mismo acabó en San Marcos -sin camisa ni capa ni criado-, no por robar, sino por conspirar.
Los pícaros y los bandidos románticos eran literatura; mientras los ministros y gobernadores, los virreyes y consejeros del rey, se untaban con el dinero público, con los tesoros de las colonias, con las obras públicas. Y no sé qué yerba tendrá el poder, que se quedan colgados sin salir del cargo.
He ahí Murcia , el reino de la seda y de las huertas moriscas, una tierra de luchadores y emigrantes, que exportaba al mundo los látigos de esparto para atizar a los ladrones y que vuele a salir en los papeles por culpa de los trincones que eligieron. Tardaron mucho tiempo en quitarse de encima la calumnia que aguantaron junto a los gitanos, aquella supuesta Pragmática de Carlos III en la que decía que no quería para sus ejércitos ni gitanos ni murcianos ni gente de mal vivir. En ningún momento el rey se refirió a los murcianos, ni siquiera a los murcios, como se llamaba a los ladrones en germanía. Y los murcianos cargaron con el sambenito.
Durante unos meses, el presidente de su Comunidad se ha agarrado a la gaveta del Estado cómo un náufrago. Sólo dimitió cuando Génova le retiró el gotero. Ha dicho después que renunciaba para salvar a Murcia del tripartito, aunque seguirá siendo diputado y presidente del PP. Es difícil entender esa obsesión de mantenerse en el poder en una época en la que los políticos son imputados, investigados, paseados, insultados. No los ahorcan, como antes, pero se les putea y casi se les lincha en la puerta de los juzgados o en los telediarios.
A veces analizamos como apetito de poder lo que es en realidad una lucha por el empleo. La política es una batalla secreta y feroz entre los que quieren entrar en ella y los que se enrocan sin querer salir. En otros tiempos, quien se hacía político pactaba con los poderes diabólicos. Ahora, la política no es un afrodisiaco, sino la manera de vivir de alguna gente que no vale para otra cosa que no sea mandar y mangonear.
RAÚL DEL POZO Vía EL MUNDO
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