LAS REDES DEL ODIO
Juan Manuel de Prada
"El
amor tiene una visión ensimismada y microscópica del prójimo que se fija
en los detalles más menudos hasta llegar a comprenderlos; el odio, en
cambio, tiene una visión panorámica y cenital que prescinde de los
matices y se conforma con las simplificaciones."
Muchos desaprensivos han convertido
interné -y muy especialmente las sarcásticamente denominadas ‘redes
sociales’- en una mezcla de vomitorio y patíbulo en el que escupen su
odio, propagan calumnias y dan rienda a sus más abyectos instintos. Cada
vez con mayor asiduidad, conocemos casos de personas convertidas en
alimañas que desde interné se regocijan con la desgracia ajena,
profieren las amenazas más canallescas y las injurias más sórdidas.
También son frecuentes los casos de personalidades públicas que
denuncian sufrir acoso a través de las redes sociales, o persecución de
tarados que los vituperan de los modos más furiosos.
Este fenómeno nos enfrenta con el aspecto más depravado de la naturaleza
humana. Si para amar necesitamos conocer a la persona amada, para odiar
tan sólo necesitamos cosificar a la persona odiada, convertirla en una
abstracción, reducirla a una caricatura, a un pelele, a un garabato. Si
el amor demanda paciencia y dedicación, el odio precisa urgencia y
juicio sumarísimo. El amor es exigente y abnegado, porque abraza la
miseria y el dolor ajenos; porque exige que nos fundamos con el cuerpo
del prójimo, que nos zambullamos en su alma, hasta amalgamarnos por
completo con él. El amor tiene una visión ensimismada y microscópica del
prójimo que se fija en los detalles más menudos hasta llegar a
comprenderlos; el odio, en cambio, tiene una visión panorámica y cenital
que prescinde de los matices y se conforma con las simplificaciones. El
odio puede ignorar tan campante a la persona concreta sobre la que se
proyecta, así como sus circunstancias, puede despedazar su carne y
triturar su alma hasta convertirlos en un gurruño o en una entelequia.
Sin duda, el odio es una pasión mucho menos ‘humana’ que el amor; pero,
por ello mismo, más ‘natural’, más sencilla y espontánea. Y, en una
época tan apresurada como la nuestra, infinitamente más gratificante.
Mientras quien ama necesita no sólo ser justo, sino también compasivo
(pues sólo así se pueden aceptar las miserias y flaquezas del prójimo),
quien odia puede permitirse el lujo de no ser ni siquiera justo, sino
tan sólo justiciero.
Para expresar nuestro amor necesitaríamos escribir una enciclopedia;
para expresar nuestro odio nos basta con ciento cuarenta caracteres. Es
verdad que en ese limitado espacio podríamos también escribir un
aforismo radiante de afecto o un haiku pletórico de ternura. Pero para escribir un aforismo o un haiku amorosos
tendríamos que quintaesenciar; para escribir una amenaza, un improperio
o una calumnia nos basta con escupir. Y, además, para amar necesitamos
estar acompañados; mientras que para odiar podemos estar solos, y cuanto
más solos estemos más arrebatadamente podremos odiar. Ama quien es
persona; mientras que, para odiar, sólo se necesita ser individuo. Decía
Maritain que toda civilización homicida se caracteriza por sacrificar
la persona al individuo: concede al individuo multitud de derechos y
libertades (empezando, por supuesto, por la libertad de expresión y
opinión); y a cambio aísla, despoja, debilita a la persona, privándola
de las armaduras comunitarias que la sostienen y abrigan, arrojándola al
torbellino de las fuerzas devoradoras que amenazan la vida del alma, a
la turbamulta de los intereses y de los apetitos en pugna, a un
incesante alud de excitaciones sensuales y errores deslumbrantes. Y, una
vez que ha despersonalizado al hombre, le dice: «Eres un individuo
libre. Defiéndete y sálvate tú solo».
Allá donde hay personas, la libertad se enraíza y vincula, se encarna en
otras almas y otros cuerpos, haciéndose comprensiva, humilde y
responsable; allá donde sólo hay individuos, la libertad se desata y
desencarna, se torna impúdica y soberbia, se vuelve frívola y altiva,
ambiciosa y frenética, enamorada de sí misma e implacable con el prójimo
al que ni siquiera se molesta en conocer. Esa libertad ensoberbecida,
sin embargo, acaba descubriendo su profunda, irrevocable soledad; y
entonces se revuelve como una alimaña, sedienta de venganza, en busca de
un culpable que aplaque su rabia, un payaso de las bofetadas sobre el
que escupir su frustración.
Así se explica el odio rezumante de
espumarajos que hallamos en las redes sociales, que fueron creadas para
que las personas sacrificadas al individuo pudieran disfrutar de un
simulacro grotesco de vida comunitaria. Redes siempre prestas a
convertirse en vomitorio y patíbulo en el que un hormiguero de
individuos pueden hacer quedadas y montar aquelarres, para destruir
vidas de personas a las que nunca podrán amar, porque no las conocen.
JUAN MANUEL DE PRADA
Publicado en XL Semanal.
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