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lunes, 12 de noviembre de 2018
BANCA PÚBLICA: EL CORTIJO PRIVADO DE LA CASTA POLÍTICA
La banca pública no es más que el
cortijo financiero privado de políticos y burócratas, sufragado, eso sí,
con el dinero de todos los contribuyentes
Foto: Pixabay.
Aprovechando que el Pisuerga de la nueva regulación del impuesto sobre actos jurídicos documentados pasa por la vallisoletana repercusión del tributo a los hipotecados, desde Unidos Podemos han vuelto a reivindicar la necesidad de contar con una potente banca pública en España: por ejemplo, Pablo Iglesias ha defendido este modelo de entidad financiera para “defender los intereses de la gente”, mientras que Alberto Garzón ha hecho lo propio con la excusa de “reducir el poder de los bancos”. Pero ¿qué nos dice la evidencia acerca de la banca pública?
Primero,
los incentivos a los que se enfrentan los gestores de los bancos
públicos son incluso peores (y remarco el 'incluso') que aquellos a los
que se enfrentan los bancos privados. Si bien es cierto que estos
últimos sufren de un brutal riesgo moral derivado de la perspectiva de
rescate estatal —el riesgo de iliquidez de una entidad financiera
privada lo absorbe el banco central; el riesgo de insolvencia
lo absorbe el contribuyente—, al menos están mínimamente monitorizados
por sus accionistas (los cuales sí ven mermado su patrimonio en caso de
que el banco experimente pérdidas y aun cuando reciba un rescate
estatal). Los bancos públicos, en cambio, no se someten
a ninguna de estas restricciones, pues carecen de accionistas a los que
remunerar y, por tanto, saben que cualquier pérdida futura será
automáticamente absorbida por el presupuesto público.
Segundo,
en realidad no es del todo cierto que los bancos públicos carezcan de
accionistas: sus propietarios 'de facto' son los políticos o burócratas
que los emplean para dan rienda suelta a sus ambiciones personales. Y es
que, en contra de la ingenua caracterización idealista del 'servidor
público' ('civil servant') orientado hacia el interés general, políticos
y burócratas suelen instrumentar las herramientas que les proporciona
el Estado para alcanzar sus fines personales. ¿Cuáles son esos fines
personales que condicionan la gestión de la banca pública? Por un lado,
maximizar sus probabilidades de reelección, lo que les lleva a presiones
a los bancos públicos para que incrementen la oferta de crédito justo
antes de unas elecciones (dando lugar al famoso ciclo político-económico que describe el Nobel Nordhaus); por otro, favorecer a algún grupo de presión empresarial
con la esperanza de recibir favores más adelante (al estilo de las
puertas giratorias): de ahí que la banca pública también se halle
vinculada al mercantilismo o capitalismo de amigotes mediante la
provisión de créditos blandos o privilegiados a los grupos corporativos
cercanos al poder político.
Y tercero: como consecuencia de todo
lo anterior (falta de incentivos para gestionar eficientemente y
presencia de incentivos para manipular el crédito por razones
políticas), la banca pública se ve sometida a una poderosa tendencia a acumular pérdidas que son automáticamente socializadas entre los contribuyentes. Repito, para que no haya lugar a errores: la banca privada, dentro del marco institucional actual,
también se enfrenta a un conjunto de incentivos perversos que la
empujan a adoptar comportamientos imprudentes con la expectativa futura
de socializar sus riesgos hacia los ciudadanos, pero esos incentivos perversos no son tan fuertes como los que posee la banca pública.
En
España, de hecho, hemos podido constatar clarísimamente todas estas
dinámicas con el tristemente célebre caso de las cajas de ahorros
En
España, de hecho, hemos podido constatar clarísimamente todas estas
dinámicas con el tristemente célebre caso de las cajas de ahorros: tales
entidades financieras fueron gestionadas de un modo mucho menos
profesional que los bancos privados y además fueron
capturadas por una clase política que las orientaba a su propio
beneficio y al de sus amistades empresariales. De ahí la consiguiente
bancarrota generalizada que sufrió este tramo de la industria bancaria
durante la crisis financiera de 2008-2013. Un fiasco,
el de las cajas de ahorros nacionales, que además dista de ser
excepcional en nuestro país: también contamos con la desastrosa
experiencia del ICO, cuya tasa de morosidad en algunas de sus líneas de crédito contracíclicas ha alcanzado el 83% del saldo vivo.
En definitiva, la banca pública no es más que el cortijo financiero
privado de políticos y burócratas, sufragado, eso sí, con el dinero de
todos los contribuyentes. Ahí tienen la auténtica razón por la que
Unidos Podemos aspira a potenciar este antisocial modelo de entidades
crediticias: para incrementar su poder al frente del Estado.
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